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¿Trumpismo sin Trump?

Pensé que podíamos derrotar al odio. No se puede. Sólo se esconde. Se mete debajo de las piedras y luego, cuando le infunde vida cualquiera que tenga un poco de autoridad, sale con las garras en alto. Lo que he observado es que las palabras de un presidente, por malo que sea, importan. Te pueden llevar a la guerra, pueden traer paz, pueden hacer que los mercados vayan al alza o hundirlos. Pero también pueden darle nueva vida al odio.


Joe Biden, en entrevista con Evan Osnos


¿Muerto el perro se acabó la rabia? En el caso de Trump y el trumpismo la moneda está en el aire y todo dependerá de las acciones que tomen los sectores dominantes de la clase política preocupada por el grave avance de este nocivo movimiento político que heredó el autócrata. Si las facciones más rampantes del trumpismo se apoderan de la agenda política en Washington y le agitan las aguas al nuevo gobierno reformista de Biden, será una responsabilidad directa del Partido Republicano (PR). Este partido fue incapaz de contener al expresidente y sus huestes y aceptó dejar pasar y mirar de lado las tropelías que, una tras otra, cometió Trump durante los cuatro años de mediocre mandato. La última de estas tropelías fue la toma del Capitolio por sus turbas el 6 de enero, provocando un caos generalizado y la decisión de la Cámara baja (de mayoría demócrata, pero que tuvo el apoyo de 10 congresistas republicanos) de enviar el artículo único de juicio político (impeachment) al Senado. Las secuelas de este grave acontecimiento se siguen sintiendo en Washington y existe la preocupación de que se vuelvan a repetir estos hechos, ya sea frente a las sedes del poder en Washington o en las capitales de los estados.


El trumpismo ha enrarecido el clima en los laberínticos pasillos de la política estadunidense y éste es el momento en que la balanza puede inclinarse hacia cualquier lado: ya hacia un territorio de fortalecimiento de las fuerzas que eran células dormidas, pero latentes, que el trumpismo se encargó de avivar en forma drástica, o ya hacia la neutralización de la fuerza manifiesta de las células del trumpismo, dispersándolo y/o acotándolo a tal grado que se diluya o se convierta en un movimiento que se adhiera formalmente a las usos tradicionales de acción política que se estilan en un sistema bipartidista como el estadunidense. En este último escenario se encuentra incluso la propia formación de un tercer partido (Partido Patriótico) con lo que Trump y sus aliados han amenazado veladamente en varias ocasiones. Esto pegaría directamente en el plexo solar del PR, el cual vería una pérdida radical de su poder como la alternativa conservadora moderada que en toda democracia se requiere tener, a fin de dinamizar los equilibrios de poder. Aunque no se puede decir que dicho partido atraería a la militancia al grueso de los votos que el trumpismo tuvo (75 millones), sí se puede suponer que se trataría de una fuerza inflexible en lo ideológico y de corte de derecha extrema. Por ahora, existen dos componentes de carácter coyuntural que están marcando el ritmo del proceso interno del PR, el cual, o bien se salva a sí mismo de las fuerzas retrógradas del trumpismo, o bien se somete a ellas con el riesgo de descomposición radical que lo podría llevar a un fin de ciclo histórico y quién sabe si a la posibilidad de recuperar el sentido democrático que alguna vez tuvo. Hoy por hoy, el republicanismo es una fuerza antidemocrática que optó por supeditarse a los impulsos autárquicos de Trump, quien lo tiene aún poseído en forma preocupante.


Ejemplo: ante el proceso de juicio político que enfrenta Trump, congresistas y personeros del partido se han propuesto presionar y chantajear a los senadores de ese partido para que no voten a favor del impeachment. La advertencia de estos sectores a esos legisladores, que en principio deberían de votar a conciencia sobre el juicio a Trump, es que les provocarían el descarrilamiento de sus campañas futuras por la reelección. La no tan amable sugerencia reza así: “trabaja con Trump para engrandecer el partido o ve a la guerra con él y ve explotar todo en tu cara”. El miedo a Trump no anda en burro, pues. Y aunque increíble, es muy cierto. Por otro lado, las secuelas del 6 de enero siguen cobrando dividendos. Aunque no tan buena noticia para el PR, sí lo es para la salud de la política estadunidense, empieza a haber una deserción masiva de afiliados al PR, quienes después de ver la desastrosa toma del Capitolio por los neonazis y allegados, se desencantaron de su partido, al cual estarían ya renunciando de a miles.


En un país en donde las votaciones de condado son determinantes y en las que se gana por una nariz, los más de 30 mil votantes republicanos que empiezan a renunciar a su partido son sólo una muestra de lo que puede seguir ocurriendo si ese partido acepta someterse a los intentos de secuestro del trumpismo (sólo en Pensilvania, renunciaron 10 mil afiliados). De este tamaño es el desafío que Trump le impuso a la política de EU y de ese tamaño tendrá que ser la grandeza política que demuestren las fuerzas náufragas de la política en ese país para lograr salvar el enorme desafío que se le impuso por las fuerzas más retardatarias del sistema político estadunidense.

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