La efímera temporada presidencial de Donald Trump fue un fracaso en el frente global. No habrá, a partir de ahora, nadie sensato que se quiera atrever a reivindicar su política exterior como exitosa. Ni siquiera trascendente, más aún hoy, en que ya vemos al presidente Joe Biden hablar, por ejemplo, con Netanyahu acerca del conflicto interminable en Medio Oriente, con miras a establecer bases de conciliación, que no de reconciliación definitiva o total. El desprecio de Trump por el multilateralismo en una etapa crucial del arreglo global institucional llevó a Estados Unidos a un crítico momento de aislamiento global y, de pasada, a sentar precedentes aislacionistas muy peligrosos para el orden mundial. No sólo fue su populismo autoritario el que desgajó a nivel interno y externo a EU, también lo fue su impulso confrontacionista indiscriminado.
Ha llegado el nuevo gobierno de Joe Biden y ha demostrado ya su determinación de recuperar, a través de varios frentes temáticos estratégicos, las reivindicaciones multilaterales que EU había postulado como espacios nodales para la mantención de su preeminencia en el orden global, así como para generar las inercias para que el impulso multilateralista no sólo le permitiera lograr este objetivo, sino también para colocar en la agenda los objetivos estratégicos doctrinarios de su política internacional. Si bien antes de Biden el problema de la seguridad se espejaba en el blanco y negro que cualquier sinodal representara (ejemplos, Irán y Cuba), ahora el espectro se abre, en mi opinión, sensatamente al reconocimiento de los diversos problemas de seguridad, como problemas multifactoriales.
En este contexto, es de destacar lo más sobresaliente de la nueva Geopolítica de la Casa Blanca, a saber, abandonar la intervención militar y apostar por la democracia al abordar regiones de alto riesgo como Medio Oriente u otras regiones en donde ha existido una disyuntiva democrático-autoritario, tanto de carácter endógeno como exógeno. Sobre el intervencionismo, Antony Blinken abonó a lo ya dicho por Biden en la materia, “incentivaremos el comportamiento democrático, pero no promoveremos mediante costosas intervenciones militares o intentando derrocar regímenes autoritarios por la fuerza”. Agregó: “probamos estas tácticas en el pasado. Independientemente de nuestra intención, no han funcionado; han dado mala fama a la promoción de la democracia y han perdido la confianza del pueblo estadunidense. Haremos cosas diferentes”. Toda una apuesta por una relación distinta de EU con sus aliados y antagónicos. Destaca, en mi opinión, que a través del posicionamiento no intervencionista existe la voluntad de influir en el desarrollo de los acontecimientos globales, “por las buenas”. Dejar a un lado la amenaza coercitiva es toda una apuesta y un abandono de la estrategia de poder duro que impusieron George W. Bush y Donald Trump. Se restablecen, pues, pero en forma muy avanzada, los principios del ejercicio del poder inteligente enarbolados por Obama a partir de los postulados del politólogo Harvariano, Joseph Nye (Smart Power, Harvard 2012). Sólo que lo único que pone por delante como axioma es la diplomacia como mediación, quitando la coerción como factor complementario de la misma. Encomiable, pero riesgoso, toda vez que, ante crisis de seguridad nominal o extraordinaria, EU se vería en serio riesgo de vulnerabilidad de no aplicar la faceta coercitiva de la doctrina de poder inteligente. No sabemos aún cómo pueda funcionar esta estrategia con Irán, Rusia o Corea del Norte.
No obstante, en esta nueva visión global de Biden, China no deja de ser, como lo fue en gobiernos pasados, una asignatura de la más alta importancia. Y en este caso, Washington ciertamente sí se verá obligado a aplicar la estrategia del poder suave, desde la cual sobresale sólo la diplomacia. La declaración de Blinken lo dice todo: “China es el único país con el poder económico, diplomático, militar y tecnológico para desafiar seriamente el sistema internacional estable y abierto: todas las reglas, valores y relaciones que hacen que el mundo funcione como queremos… Nuestra relación con China será competitiva cuando deba ser, colaborativa cuando pueda ser y contradictoria cuando deba ser. Y nos relacionaremos con China desde una posición de fuerza”.
Así está viendo el gobierno de Biden el mundo. Ahora bien, ¿cómo hará posible que esta política exterior funcione en tanto desprendimiento de los procesos internos, sobre todo económicos, que Washington está elaborando? Ya hemos argumentado aquí que el problema de EU es su declive hegemónico, por lo tanto, su recuperación económica será clave para lograr el regreso a su preeminencia. Lo platicaremos en adelante en el contexto del nuevo paquete de estímulo económico del presidente Biden, que, incluso, promete beneficios directos e indirectos para la economía mexicana, aunque no se lo merezca.
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