Ahora que está de moda la narrativa antiintervencionista de parte de los regímenes que, ante su fracaso interno, no ven otra salida que asustarnos con el petate del muerto y declarar que morirán en la línea, si acaso el monstruo imperialista se atreve a hacerse presente, me permitiré las siguientes reflexiones. Desde cualquier perspectiva teórica de relaciones internacionales, pero principalmente de la doctrina realista, en política internacional domina la condición asimétrica. En consecuencia, la intervención como fenómeno geopolítico ha tenido lugar (en los tiempos de la guerra fría) cuando se ha dado una asimetría lo suficientemente fuerte e institucionalmente organizada, para generar, como primera reacción, los recursos tácticos para enfrentar el conflicto. Por lo general, las asimetrías en la política mundial se han encontrado en ámbitos de influencia en donde había actores más dependientes que otros, y por tanto, actores más poderosos. Al final, la intervención tiende a suceder cuando se da un proceso de desestabilización social en aquellas naciones que tratan de resolver sus propias diferencias internas por medios pacíficos y legales (como ocurrió en Guatemala en 1954), o pasaban por un proceso de transformación que supera el marco normativo prevaleciente en el entorno internacional de ese país (Cuba).
La intervención no es un acto aislado, es ante todo es un fenómeno político y social. Y lo fue en forma por demás extraordinaria durante la Guerra Fría, cuando las intervenciones directas de EU (ilegales todas ellas, como toda intervención que viole la soberanía) tenían como propósito mantener el statu quo, como ocurrió, por ejemplo, durante el derrocamiento de Árbenz y de Allende. De ahí se sucedieron las sangrientas dictaduras que ya conocimos y padecimos. Lo que entonces se pretendía con la intervención (y que hoy en día parece ya no ser posible), era establecer y asegurar una estructura esencial de dominación estratégica. En este sentido, y a pesar de que la intervención haya tenido un fuerte contenido militar, particularmente en el nivel de su resultado, fue algo más que un acontecimiento militar: fue parte de los primeros pasos de uno o varios procesos políticos que ocurrieron en la esfera global y regional (Irán, Polonia y Europa del Este toda, Guatemala, Cuba, Chile) con miras a obtener ganancias hegemónicas por parte de los líderes de los dos polos en conflicto bipolar, la URSS y EU. Aunque hay que recordar que la histeria anticomunista del secretario de Estado de Eisenhower, J.F. Dulles en Guatemala y Cuba, no tuvo ningún fundamento, toda vez que la URSS nunca osó intervenir en esos países, en el principio de sus movimientos. Todo era parte de la parafernalia ideológica que habría de justificar las intervenciones directas en las diferentes subregiones de influencia y no influencia de EU.
Hoy en día ya no es así. Las diferentes formas de intervencionismo han variado bastante. Las intervenciones directas de EU en la región de América Latina, por razones de dominio geoestratégico, no han ocurrido desde la invasión a Granada en 1982; todo lo cual significó una intervención anticubana en contra del golpe que perpetró Hudson Austin y su alianza militar cubano-soviética. Las intervenciones han variado en estilo y forma. Ahora, por ejemplo, tenemos la penetración del aparato de inteligencia cubano en varios países de la subregión centroamericana, incluido México, y no se diga la presencia que han tenido en Venezuela a través de la inteligencia política y de presencia de efectivos militares y civiles (médicos). Venezuela también ha hecho lo propio en la temporada del chavismo. Más que actos de solidaridad, se trata de la penetración del aparato cubano y venezolano en los asuntos de otros actores como Nicaragua. EU ha funcionado en la misma línea y hace presencia, en México, por ejemplo, a través de la vigilancia concertada de la DEA, el FBI y la CIA a las acciones del crimen organizado, que México no controla eficientemente y se ha convertido en un asunto de seguridad de la más alta prioridad para Washington. La incapacidad de la Habana, Caracas, México, Buenos Aires y Managua para resolver sus conflictos internos, ya no se puede justificar por sus cantos de sirena. Por más que alardeen, Washington no puede ni quiere mandar marines a nuestros territorios. Y, ciertamente no lo hará si quiere que haya alguna racionalidad en su incierta política latinoamericana.
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