Finalmente se llevó a cabo la primera gira internacional del presidente Joe Biden. Las expectativas eran altas, tanto en Europa como en Estados Unidos. Lo más importante para Washington y las principales capitales de la Unión Europea fue reestablecer los lazos rotos por la fallida política europea de Donald Trump, quien, en forma por demás torpe, destrozó los puente existentes con el G7, la UE y con los 30 países miembros de la OTAN. Se trató de un claro intento de revertir todos los avances obtenidos por EU en el marco del multilateralismo y de imponer una política unilateral tan fallida como absurda.
La apuesta de Biden por la diplomacia y por las causas de la democracia liberal se expresan en una política multilateralista que en estos tiempos globales convulsos (conflicto en Gaza, crisis en Siria, tensión con Rusia, China e Irán, entre otros) hacen todo el sentido, toda vez que se recurre a la negociación y al poder inteligente como alternativa de solución de conflictos.
Eran varios los objetivos de Biden para esta gira: reestablecer los lazos con Europa, reivindicando los principios democráticos que Trump se empeñó en negar durante su presidencia; por lo tanto, garantizar al G7 y a la Unión Europea que Washington ya es confiable y no trataría de imponerles el America first; realzar la campaña de vacunación contra covid-19 y reafirmar los esfuerzos en contra del cambio climático; y, por último, afrontar los dos desafíos geopolíticos de Occidente, Rusia y China.
Esto último se hace todavía más patente ante la muy avanzada consolidación de una alianza antioccidental de Moscú y Pekin, que reta el sistema de valores que ha prevalecido en el sistema internacional desde la segunda posguerra y, principalmente, desde el fin de la Guerra Fría. En estas dos capitales asiáticas perciben, desde hace años, signos de debilidad y desconcierto, donde antes se gozaba de prestigio y poder pleno. Para ellos, la decadencia de Occidente es una ganancia que geoestratégicamente debe aprovecharse a plenitud.
Si bien es cierto que los alcances de los acuerdos en el G7 fueron relativamente exitosos (mil millones de vacunas anticovid-19 para países desprotegidos, reducir la huella de carbono y prevenir futuras pandemias, destacan como algunos de los logros alcanzados), sobresale como un logro mayor el hecho de que Estados Unidos logró continuar con su propósito de recuperar el papel central en los acuerdos transatlánticos. Y ciertamente esto mismo ocurrió en la reunión de la OTAN, en la cual Biden logró consolidar sus alianzas con sus socios a fin de mostrar un frente unido frente a Rusia y China.
En este sentido, se lanzó un plan de política económica para contrarrestar a China y su estrategia, la Franja y la Ruta, denominado Build Back Better World (B3W), el cual establece una alianza para la construcción de infraestructura, con base en la creación de un impuesto mínimo global para las transnacionales. Todo esto con el sello de Occidente.
Pero lo más relevante de la gira fue el reencuentro con Vladimir Putin en un tono de menor tensión y acuerdo, sobre todo con relación a su compromiso de trabajar para una relación más estable y de vigilancia a las armas nucleares por medio de un “diálogo estratégico de estabilidad”. Lo mismo en cuanto a los ciberataques
En uno de los temas más candentes —Ucrania—, Biden alertó sobre el respeto a su soberanía y Putin insistió en su ocupación de la artificialmente creada zona prorrusa al este de Ucrania.
Seguramente, el mayor obstáculo que Biden encontrará con Moscú estará en el frente de los derechos humanos. La represión a la disidencia, y, en particular, el encarcelamiento del sobreviviente Alexei Navalny, quien fuera envenenado por órdenes de Putin, es un tema de gran preocupación, ante el cual Putin ha sido indiferente en su plan por mantener un dominio autocrático.
Esto último, sin embargo, ¿podrá ser contenido en forma más firme ahora que Washington está de regreso? ¿Será que la mala salud de la democracia en Estados Unidos lo permita?
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