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Venezuela: ¿es posible el acuerdo?

México acoge, desde el pasado viernes, los nuevos diálogos entre el gobierno venezolano y la oposición política al régimen chavista. Mientras, Washington atestigua conscientemente (dado su retiro militar del teatro de guerra) el rápido ascenso al poder del Talibán en Afganistán, la asunción de Ebrahim Raisi como presidente iraní y todo lo que representa con miras a la reanudación del pacto nuclear, el regreso a la normalidad autoritaria en Cuba con el posicionamiento de los más duros del régimen cubano, la alarma por el calentamiento global, EU se convierte en una baza determinante en las negociaciones de las partes en el conflicto venezolano. La moneda está en el aire. Lo cierto es que Venezuela se encuentra en una crisis terminal con muchos de sus ciudadanos en el éxodo, viviendo entre Colombia, Europa, EU y el resto de América Latina, una inflación de 265% (Banco Central de Venezuela), 58.3% desempleo, según el Fondo Monetario Internacional y una altísima tasa de desabasto generalizado, tanto de alimentos, como de medicamentos e insumos básicos para la vida doméstica.  Hay, pues, una crisis político-económica que explica por qué el encuentro, que tiene como sombrilla la máxima de “paz y reconciliación”, se encuentra ante el dilema de negociar elecciones libres, régimen de derecho y liberación de los presos políticos, a cambio del fin de las sanciones que Washington le ha impuesto desde hace años. A pesar de los relativos apoyos de China y Rusia, ésta es la mayor urgencia del oficialismo chavista.


Los tres intentos de acercamiento que se han emprendido, los dos últimos con la mediación de Noruega (hoy con la posible participación de Rusia, Francia y Países Bajos), el último de los cuales fue en Barbados, han sido un fracaso, por lo cual los noruegos han manifestado su decepción y molestia, aunque no han cejado en continuar ofreciendo su valiosa intermediación. Al contrario de la comunidad internacional, la sociedad venezolana es pesimista, dados los fracasos mencionados. Se trata de una sociedad que, ante las carencias cotidianas, ve estas negociaciones entre la expectativa y el temor de que no se llegue a nada y se agrave la crisis. Aunque existe una buena cantidad de escépticos. Según las encuestas de opinión (Dataincorp), el 51% de la población ve con buenos ojos este nuevo intento que en el curso de seis años se celebra a petición de las partes. En todo caso, la desconfianza social, de la cual seguramente ya ha tomado nota el oficialismo, radica en el hecho de que se percibe una mayor fuerza del gobierno de Nicolás Maduro y que, en consecuencia, tiene una obvia ventaja por encima de los varios sectores opositores con los que se sentará a negociar. Y no es para menos: el chavismo ha sido avasallador y no ha cumplido con los acuerdos (“las negociaciones con Maduro han demostrado ser inútiles, luego todo lo incumple como quiere”, afirma una voz ciudadana). Controla las instituciones del Estado, incluido el Parlamento, el cual estuvo por poco tiempo en manos de una oposición que, hoy por hoy, se encuentra cercada y restringida en sus derechos como organización política de interés público, algo que el chavismo no parece entender salvo cuando se autoadjudica plenos derechos como PSUV, partido dominante y semiúnico a cargo del gobierno.


¿Hasta dónde está dispuesto Maduro a ceder? ¿Qué tanta unidad logrará tener la oposición para ser capaz de participar en los comicios de noviembre como una opción real de cambio? Son preguntas sin respuesta aún. En este intrincado proceso, lo que es cierto es que el régimen chavista ha mostrado poca voluntad de cambiar sus posturas duras y antidemocráticas. La obsesión del chavismo por reforzar su liderazgo en todos los ámbitos de la vida política y social, ha sido una constante que no está claro que pudiera detenerse, a menos, claro, que la presión social interna y de la comunidad internacional se intensifique aún más en caso de que su postura sea la intransigencia en las negociaciones. De ahí los temores que persisten entre los sectores sociales de que las negociaciones terminen en fracaso. Desde donde se le mire, el chavismo representa una regresión en todos los frentes (así como lo es también el bolivarianismo) y si no entiende que debe abrir el sistema para preparar una alternancia gradual, no habrá quien lo salve de un terremoto que pueda tener alcances trágicos. Confiemos en que esto no ocurra, por el bien de Venezuela y de su entorno regional y global.

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