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¿El adiós de Angela Merkel?

¿Se retirará Merkel de la escena pública ahora que deja el poder? Aún no lo sabemos. Ojalá no. Al final de su mandato de más de 16 años y que seguramente rebasará los de Konrad Adenauer y Helmut Kohl, no hay mejor homenaje que considerarla una estadista fundamental e imprescindible para entender la Europa y el mundo del siglo XXI. Su historia de vida, no obstante, es tan sencilla como espectacular.


Digna de admirarse, en todo caso. La canciller Merkel es un ser sencillo y pacífico. En paz consigo misma. Vaya, incluso “antipolítica”, pero al tiempo profundamente elegante como jefa de Estado, tal y como lo demostró en diversas ocasiones, pero sobre todo en su funesto encuentro con la brusquedad de Trump, a quien contuvo con la firme amabilidad que siempre la ha distinguido.


Merkel vivió en el corazón de la Guerra Fría: la Alemania Oriental (RDA) y desde ahí (nunca pidió mudarse a Alemania Occidental (RFA), a pesar de haber nacido ahí) pudo constatar los horrores represivos de la Stasi (Ministerio para la Seguridad del Estado; en 1989, año de la caída del ignominoso muro de Berlín, la defensa armada de la RDA sumaba más de 900 mil uniformados armados distribuidos en seis organizaciones locales, el Ejército del Pueblo [NVA], el Regimiento de Guardias de la Stasi, las Unidades de Defensa de la Frontera, la policía, los Grupos Operativos de Lucha Armada, paramilitares y la presencia estacionada de los cuerpos militares de la Unión Soviética); y la persecución brutal en contra de cualquier intento de disidencia que, de entre todos los satélites del eje soviético, la RDA fue la que más brutalmente sistematizó la vigilancia societal y el terror de Estado. Cuando uno revisa las biografías de este momento histórico y las propias de Merkel y las compara con las descripciones que Orwell hace acerca de las atrocidades del “gran hermano”, en su novela, 1984, vemos que Orwell retrata nítidamente lo que ocurría en el bloque soviético; aunque quizás se queda corto frente a la realidad de la Guerra Fría en la RDA.


Angela Dorothea Merkel (de soltera Kasner), creció hasta los 17 años en el pequeño Templin, en el estado de Brandenburg, que rodea Berlín, hija de un pastor luterano (Horst Kasner), que deliberadamente emigró del Oeste al Este con la firme intención de evangelizar en la Alemania comunista, en contra del proceso de cooptación ideológica del régimen dictatorial. Se graduó como física, con la máxima calificación en Alemania, 1. Y posteriormente, en Leipzig, cursó y terminó su doctorado en físicoquímica, también con los más altos honores (8 de junio de 1986). Dueña de un carácter austero, herencia del padre, fue, hasta que entró en la política, una destacada investigadora en la Academia de las Ciencias en Berlín del Este. Los acontecimientos de 1989, la fueron acercando a la política: originalmente se registró como miembro de la Juventud Libre de Alemania (FDJ) para, posteriormente, militar en Despertar Democrático (Demokratischer Aufbruch), organización clave en la transición a la democracia, de la cual Merkel se convierte en vocera y enlace político esencial. Más tarde sería la portavoz gubernamental del primer gobierno de transición desde la FDA, en la primavera de 1990. El argumento de sus mentores era que en esa buena hora de la transición, se priorizaba su nombre “por su aptitud para analizar los hechos desde la ciencia”. El salto de la ciencia a la política ya estaba dado y Merkel iniciaría con esto una trepidante carrera hacia el poder que se concretó como canciller en 2005, a partir de cuando inició su perdurable y entrañable legado en la política de Alemania y global. Con esta responsabilidad a cuestas, Merkel se inserta en una plataforma de poder de excepción de la aún existente RDA, desde donde operaban los representantes de los poderes con miras a lograr la reunificación alemana.

Angela Merkel es un animal político de excepción por varias razones. Primero, decide resistir con sabia paciencia los embates de la Stasi (que por cierto, terminó en el momento en que se volvió parte de la élite científica); dos, su austeridad luterana, que le permite combinar diestramente cristianismo con ciencia, de aquí su agudeza intelectual y humanista; tres, su astucia y perspicacia política, que en gran parte le da su formación religiosa e intelectual; y cuatro, su noble capacidad para haber entendido las claves del poder, habiendo crecido en la parte tiránica de Alemania. Merkel es un ejemplo notable y se le va a extrañar.


En estos tiempos de desprecio a la ciencia y al conocimiento es más ejemplo aún, por lo mucho que demuestra que se puede hacer alta política desde el conocimiento innovador, entre muchas otras enseñanzas de verdadera jefatura de Estado, que nos deja su legado.

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