Más allá de Encuentro Bicentenario, que es una copia mejorada de la Iniciativa Mérida, no se ven con claridad los objetivos que México tiene en política bilateral. A pesar de contar con la claridad de su contraparte (Biden), el gobierno de López Obrador no ha dado señales de siquiera tener una idea de cómo quiere abordar la relación con el exterior y más, en particular, con EU, entendidas ambas como dos políticas de distintas dimensiones, toda vez que la relación con EU es una relación interméstica, es decir, que, dada la cercanía territorial y política, ésta tiene tanto contenidos domésticos como internacionales. En todo caso, “no se observa una estrategia integral de política exterior a nivel internacional, ni hacia Estados Unidos”, de acuerdo con Jorge Schiavon del CIDE. Lo anterior, según él lo explica, quedó patente en cuatro acciones recientes: 1) no haber ejercido acción penal contra el general Salvador Cienfuegos (enero de 2021); 2) demorar la felicitación a Biden como presidente electo de Estados Unidos (noviembre de 2020); 3) el mensaje de López Obrador durante el 75 aniversario de la ONU (agosto 2020), y 4) realizar una visita de trabajo al presidente Trump en tiempos electorales (julio 2020). Y yo agregaría la invitación al presidente cubano, el 20 de noviembre. Resulta inquietante que, ante los grandes temas que están en la agenda bilateral, México se manifieste alegremente despreocupado o indiferente ante la relación con el EU de Biden. Y con esto provocar una relación de cooperación abiertamente asimétrica, dado el desinterés de México por fortalecer en serio los puentes ya existentes y que han sido debilitados por esta actitud, al tiempo que se tendrían que construir otros que permitan armar una agenda de riesgo común ante los desafíos que la realidad impone a la asociación entre ambos países.
Los tres grandes temas que han estado presentes en todo lo que va del siglo y también en parte del anterior, son migración, comercio y seguridad. Al tiempo que estos tres temas pavimentan los principales espacios de la relación bilateral, constituyen también las ventanas de oportunidad y conflicto que han privado en la sociedad entre los dos países. Aun cuando los tres se tocan de alguna manera, tienen, en el más estricto sentido teórico, su propia esfera temática y funcional, muy a pesar de la insistencia de Washington (y el acatamiento de México) en vincularlos. En este sentido y muy especialmente desde el 9/11, las políticas migratorias han sido asociadas a las estrategias de seguridad. Así, desde los tiempos de Obama, a la migración indocumentada se le ha catalogado como un problema de seguridad. Esto se ha hecho más como resultado de las tensiones de política doméstica de Washington, que como una demostración factual legítima de una relación vinculante entre estas dos dimensiones de la relación bilateral. Y México no ha hecho aún nada por neutralizar esta vinculación con su propia narrativa migratoria. Como ya se ha dicho, durante la presidencia de Trump, México sometió sus políticas migratorias a los designios del expresidente estadunidense, todo lo cual se haría extensivo en el gobierno actual de Joe Biden. Esto ha traído como resultado que en los hechos, México haya convertido a la recién creada Guardia Nacional en el cuerpo policiaco encargado de reprimir a los migrantes de Centroamérica y el Caribe, que se introducen a México para llegar al norte en forma irregular. En los hechos, México se ha convertido en el tercer país seguro que tanto se esforzó en negar durante la crisis migratoria de 2018-19. Sobre esto destacan las revelaciones hechas en un libro de 2019, en el cual la presión de Trump queda de manifiesto toda vez que explica que Washington impuso a Ebrard –con la benevolencia de AMLO. El ignomioso programa Permanezca en México. Según los autores del libro, Ebrard, aún como canciller designado, negoció en secreto con Mike Pompeo, entonces secretario de Estado, que México se convirtiera en tercer país seguro para los solicitantes de asilo centroamericanos en Estados Unidos; todo lo cual, el gobierno de López Obrador siempre negó ser. Todo esto se haría a cambio de la entrega de 10 mil millones de dólares para desarrollo en Centroamérica y el sureste mexicano, los cuales, por cierto, nunca llegaron (ver Julie Hirschfeld Davies y Michael D. Shear, Border Wars. Inside Trump’s assault on immigration, Simon and Schuster, 2019; ver el capítulo sobre México). Este evento, de la máxima gravedad, dadas las implicaciones que ya está teniendo en la geopolítica bilateral y en la integridad del país, supone la entrega relativa de un espacio de soberanía mexicano a espaldas de la opinión pública y de los otros poderes de la República.
¡Felices fiestas a nuestros lectores!
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