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Las olas populistas

 Nadie se esperaba la ola trumpista de 2016 y el impacto real y latente que ésta tendría sobre la faz de la tierra y más en particular sobre su entorno doméstico e interméstico; México menos que ninguno. Tanto la política local, como la internacional quedó ásperamente afectada y, la mexicana también, toda vez que la onda populista nos abarcó en el seno del Estado y en una proporción importante de toda la extensión política del país. Vivíamos sin calcular lo que implicaría la franca ofensiva de lo que después se convertiría en la Internacional Populista. La mirada muy corta de Donald Trump orilló a EU a una de las crisis internas más graves de su historia, misma que hoy arrecia ante la amenaza del expresidente de buscar la Presidencia de nuevo. El surgimiento de una nueva ola de populismo, del uso y abuso de la historia como una herramienta de adoctrinamiento político, que no ha sido sólo útil para el Estados Unidos de Trump, sino para muchos otros actores que se han concentrado en Europa central y en algunos países de América Latina, incluido, como ya se dijo, México, cuyo presidente hace gala de las más destacadas virtudes que distinguen a un autócrata.


El impacto que tiene el movimiento de las olas populistas, afecta a todos los contornos de la vida política interna, como el manejo de las políticas de salud (la fracasada estrategia anticovid en México y la de los tiempos de Trump en EU, son dos ejemplos), el combate a la inseguridad, la política macro y microeconómica, las relaciones comerciales (el Brexit). En suma, se afecta la geopolítica global y regional. Para entender el presente de la crisis geopolítica global habría que adentrarse en los frentes que se abrieron, en el marco del precario orden multilateral y cómo estos afectaron el mundo de las relaciones internacionales. Los acuerdos internacionales violados o cancelados por el trumpismo y hoy casi restaurados por la Presidencia de Biden han sido piedra de choque para entender la crisis actual del multilateralismo. En cuatro años, Trump convirtió a Estados Unidos de ser un líder esencial de la comunidad internacional, en una insula a la deriva y en ser uno de los promotores de la desglobalización. Esto fue el resultado del nacionalismo exacerbado de Trump, así como de su insistencia en abandonar acuerdos internacionales de relevancia. Algunos ejemplos de estas crisis institucionales que han sido fuentes de desequilibrio geopolítico a nivel regional y global, son el Acuerdo de París, el retiro de la OMS, el tratado nuclear con Irán, el TPP, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, la intención declarada de Trump por salirse del TLCAN. Está visto el grado en que Donald Trump alteró el tablero geopolítico global y cómo todo su ímpetu unilateralista y semiaislacionista, acabó siendo un rotundo fracaso, toda vez que sus decisiones mercuriales han sido revertidas en su mayoría, por el presidente Biden. De cualquier manera, su presencia en el arco iris político de Estados Unidos se mantiene vigente.


Si bien es cierto que los acuerdos abandonados afectaron el prestigio de EU y su capacidad de influir en los arreglos internacionales, la política interméstica (México-EU) quedó sumida a una serie de vaivenes que rozaron, en varias ocasiones, el escándalo. Trump y AMLO coincidieron por un periodo corto, pero suficiente como para darse cuenta de lo parecidos que eran. Ambos toleraron sus respectivos excesos. México aceptó que Trump le impusiera una agenda migratoria ajena y Trump desplegó su menú de chantajes contra México sin recato alguno y con la seguridad de que podría dominar al recién inaugurado Presidente mexicano. Sin embargo, éste fue un punto de inflexión para ambos líderes populistas. Lograron alcanzar algunos equilibrios precarios, pero suficientes como para llegar a acuerdos que permitieran, contrarreloj, el avance de la agenda migratoria de Trump sobre México. Esto y la negociación del T-MEC fue lo que sobresalió en el complejo universo bilateral. El chantaje operado por Trump para obtener de México vigilancia y represión de migrantes centroamericanos a cambio de no imponer aranceles a México en forma unilateral e ilegal, volvió natural una relación anómala que en sexenios pasados no se hubiera tolerado. Sin embargo, en esta ocasión, el pragmatismo reaccionario de ambos líderes prevaleció y los resultados están a la vista: el impasse de la relación bilateral ha intentado ser revertido por la nueva era de gobernanza en EU con el presidente Biden, todo lo cual no está del todo claro que vaya a ser posible si México no modifica su intransigencia en varios frentes que afectan la relación con Washington y con el pueblo de México.

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