Quiero que Italia no abandone el pacto atlántico, me siento seguro estando de este lado.
Enrico Berlinguer
Exsecretario general del Partido Comunista Italiano
Vladimir Putin se niega a aceptar que ya no es posible regresar a la Rusia de los zares ni a la de Stalin. Se acabó la Rusia imperial y él, si acaso, es el último zar náufrago de la post-URSS. Se trata de la Rusia de sus nostalgias y obsesiones que se han quedado en el cabús del tren que recorre la realidad del mundo de hoy. En Europa, esta realidad está encargada de desmantelar el necio y falaz despliegue argumental de Putin acerca de rediseñar los acuerdos de seguridad global y europea de la posguerra fría. Soy de la opinión de que Putin no cree en su fuero interno realmente de que la OTAN sea la amenaza a su seguridad, ni el objetivo final de sus faramallas. Su amenaza está más bien aún más cerca: es la política interna rusa y el miedo de Putin a perder legitimidad y cara, ante los abusos y violaciones a los derechos humanos que su gobierno ha cometido sistemáticamente en contra de la sociedad civil rusa y la de otras repúblicas bajo el asedio militar directo del Kremlin, como Kazajistán. Moldavia, la región del Donbás, al este de Ucrania, y Georgia (por ahora). Por cierto, Rusia inició el miércoles pasado con 10 mil soldados, nuevos ejercicios militares en las regiones próximas a Ucrania y Georgia. Lo peor es que invadir Ucrania (que sigo pensando como inviable desde todos los puntos de vista) no le resultará como sí le resultó a la vieja URSS, la invasión soviética de Checoslovaquia, a fin de recuperar la legitimidad política interna extraviada de aquel entonces.
Ahora bien, muy a pesar de que no estamos ya en los tiempos de la división clásica de “esferas de influencia”, no podemos subestimar la obsesión geopolítica que está detrás de las intenciones rusas en Ucrania por parte del antiguo agente de la KGB. Putin es el representante más emblemático de la guerra fría en tiempos de la posguerra fría. Esta terquedad es la que lo orilló a apropiarse ilegalmente de Crimea –y de invadir parte del este de Ucrania, en la región del Donbás, en donde, por cierto, hoy ocurre una guerra– y sobre la cual se basa el acoso a Ucrania. Max Seddon, corresponsal del Financial Times en Moscú, lo ha dicho así: “Los analistas dicen que el deseo de Putin de librar a Ucrania de la influencia occidental está basado en la convicción de que es una parte inalienable del mundo ruso, es una céntrica esfera de influencia de Moscú, enraizada en la idea de la Unión Soviética y el imperio zarista”.
Lo anterior lo han rebatido Washington, Bruselas y principalmente la OTAN, al rechazar la exigencia rusa de detener su expansión hacia el Este. La lógica occidental es impecable, como lo fue en su momento la del astuto comunista Enrico Berlinguer: la OTAN es una fuerza de contención y de disuasión frente a los impulsos militaristas de Moscú. Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, lo dice con la mayor contundencia cuando afirma que la actual negociación con Rusia es “definitoria” para la seguridad europea, toda vez que lo que exige Rusia para detener la escalada de tensión provocada por las ínfulas expansionistas de Putin contra Ucrania supone regresar a las reglas que dominaban las políticas exteriores de la guerra fría, tiempo aquel en que las nociones y principios de soberanía eran radicalmente distintos a los de ahora. El planteamiento de Europa es claro sobre esto, la soberanía estatal para decidir su propio derrotero, es eso, soberanía de cada nación para definirlo por encima de los impulsos dominantes del “Heartland” ruso. Stoltenberg explica que la OTAN mantendrá su política de puertas abiertas a los estados que quieran adherirse y lo fundamenta: “Decir ‘tú no puedes entrar en la OTAN porque estás muy cerca de Rusia’ crearía un área de influencia. Los que venimos de países pequeños cercanos a Rusia sabemos que eso es peligroso. Los países tienen derecho a decidir su destino”.
Las posiciones entre la OTAN y Rusia están sumamente alejadas y no es pensable que este entuerto sea resuelto por una negociación en la que Putin –el atacante– quede satisfecho. Seguirá insistiendo en la defensa de su pretensión neoimperialista y de control territorial, a costa de la soberanía ucraniana, país que tiene claro que se quiere asociar con Occidente. Esta derrota cultural de Rusia es, en parte, lo que ha hecho que se concrete la expansión militar rusa y se magnifique, en los términos de Putin, el tamaño del conflicto. Y todo esto con el objetivo desmedido de resucitar a Rusia como reflejo de la antigua Rusia imperial, todo lo cual, en estos tiempos de declives hegemónicos, se percibe como inviable.
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