De las negociaciones entre Lavrov y Blinken, así como entre los miembros de la OTAN, aún no se puede concluir a estas alturas, que Putin no invada Ucrania. Lavrov ha negado la intención de Moscú por invadir, pero lo cierto es que los desplazamientos militares de Moscú en la frontera con Ucrania (más de 120 mil efectivos militares desplegados desde todos los puntos de Rusia) y los de occidente (tropas de la OTAN, fragatas, portaviones, 8500 efectivos de EU y aeronaves), abonan más a un escalamiento que a una detente. Recientemente (jueves pasado) se dio a conocer la respuesta de Washington por escrito a las demandas de Moscú, en particular aquella de que no se pretenda que Ucrania se afilie a la OTAN. La respuesta de Washington consensada con la OTAN, es que la Alianza no le cierra la puerta a Ucrania. Y se entiende que tampoco se las cerraría a Georgia o incluso (ya se debate) a Finlandia y a Suecia (que no son estados de la ex esfera soviética, pero que igual cuentan en el balance de fuerzas), fortaleciendo así ese flanco de vecindad con Rusia. Desde luego, esta respuesta, aparte de apoyar las eventuales aspiraciones ucranianas de pertenencia a la OTAN, implícitamente indica que no se aceptaría el retiro de la alianza de Rumania y Bulgaria, así como tampoco paralizará las actividades militares en Europa del Este, Asia central y el Cáucaso (aunque estas tres concesiones podrían ser la moneda de cambio que occidente ofrezca a Moscú en un escenario de futuras negociaciones, además del despliegue de misiles y el alcance de las maniobras militares). Como dijo el Secretario de Estado, Blinken, cuando se refirió a unas amenazas que “precipitan lo que quieren evitar”, todo esto se le puede precipitar al Kremlin en forma fulminante. Este es el caso de Putin que insiste en seguir negociando con la pistola desenfundada sobre la mesa. El juego suma cero tiene sus límites.
Los posibles escenarios en los que podría desembocar este conflicto son, primero, una invasión directa por parte de Rusia, la toma de Kiev en caso de que la guerra sea corta y la imposición de un gobierno títere a la Bielorrusa. Este escenario destruirá todas las posibles negociaciones acerca de la reducción de tropas en la frontera ucraniana. El modus operandi probable de esta escalada podría ser construir un casus belli, o una serie de pretextos para el ataque, como podría ser una supuesta incursión militarista de Ucrania en el Donbás; este escenario implicaría que las consecuencias del conflicto puedan ser imposibles de controlar o de imaginar. Una vez puestos en marcha los mecanismos de este escenario, generalmente es difícil dar marcha atrás; el incidente en el Golfo de Tonkín en Vietnam 1964 es un claro ejemplo de como una operación de bandera falsa puede impactar el teatro de guerra: hay que decir que en estas prácticas de simulación la Rusia de Putin es especialmente hábil. Otro escenario es el de una negociación de incierto recorrido con el establecimiento de “áreas de reciprocidad”. Los términos de la negociación, agregados a los que ya mencioné líneas arriba, serían, control mutuo de armas, el intercambio fluido de información sobre maniobras militares para evitar incidentes (aunque la ocupación de Crimea y del Donbás por parte de Rusia hacen desconfiar en la credibilidad rusa), o el establecimiento de un teléfono rojo como línea de emergencia en casos de riesgo máximo. En esta negociación quedarían excluidos los aspectos duros de la postura de Putin, a saber, la incorporación de antiguos territorios exsoviéticos a la OTAN y el aumento de la presencia militar en aquellos Estados que así lo quisieran. Este escenario pondría fin a la pretensión rusa de restablecer las antiguas áreas de influencia prevalecientes durante la guerra fría. El último escenario plausible es el de un conflicto latente en la frontera ucraniana que podría desangrar al país agredido durante muchos años. Este último escenario presentaría, en todo caso, nuevos frentes de guerra y un conflicto real y progresivo entre occidente y Rusia, que llevarían a una interminable saga de desgaste político y económico. Cualquiera que sea el escenario, el círculo guerrerista construido por Moscú se cierne sobre Europa y sobre el mundo. En la próximas semanas, si no es que días, veremos hasta donde la diplomacia evitó que la guerra se impusiera y con ello provocar que la política se pusiera al servicio de su antítesis. Lo que es muy visible es la obsesiva cruzada de Putin por recuperar la grandeza neo imperial de Rusia poniendo en jaque la estabilidad regional y mundial. Cualquiera que sea el escenario final, lo cierto es que en el desarrollo de este conflicto se habrá alterado significativamente el balance de fuerzas en Euro Asia, con posibles divisiones entre los 27. Toda una transformación geopolítica.
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