El 25 de diciembre se cumplieron 30 años de que el líder reformista soviético, Mijail Gorbachov, firmara su renuncia como líder de la URSS, la cual se disolvía y pasaba a convertirse en la República Federal Rusa. Al convertirse en Rusia, esa nación volvía a su estado más puro como Estado-nación y se ajustaba frente a Estados Unidos y Occidente, como una entidad subordinada. Se daba fin a un Estado con décadas de abusos y represión contra la ciudadanía, al tiempo que transitaba, en teoría, hacia la consumación de un régimen democrático que dejaba atrás el oscuro pasado estalinista de represión y agravios contra su gente. Así, se redefinían los factores de poder geopolítico de la posguerra fría. Iniciaba, también en teoría, el fin de la guerra fría y daba comienzo uno que prometía ser largo –mas no tan tortuoso– proceso de arreglos internacionales, hacia la consumación, también, de arreglos democráticos que harían época. Daba término a un ciclo histórico que transformaría a Rusia y la política global como regional.
Para Vladimir Putin, quien en el momento de la caída de la URSS operaba –traumado por la hecatombe soviética– la vieja KGB desde Alemania, este acontecimiento histórico sería la máxima “tragedia” para la geopolítica de la URSS en el siglo XX. Hoy, Putin parece decidido a revertir todo el proceso postsoviético y cometer los mismos excesos, por los que su añorada Unión Soviética cayó. También está dando los pasos que Timothy Snyder justamente desrecomienda y que sólo anuncian el preludio del arribo de una tiranía como la que parece estarse conformando en Rusia hoy en día (ver sus libros On Tyranny. Twenty Lessons from the Twentieth Century y El camino hacia la no libertad).
El trauma por la pérdida zarista-soviética de poder imperial ha llevado a Putin a cometer los mayores excesos conocidos desde Stalin, en lo que se refiere a la política interna y externa. Los primeros excesos tienen que ver con la violación a los derechos humanos de los connacionales. Ya se han presenciado actos de represión contra la disidencia, incluido el envenenamiento del líder opositor Alexei Navalny, quien después de sobrevivir en Alemania a su envenenamiento a manos de las fuerzas oscuras del Kremlin, decidió regresar a Rusia, sólo para ser encarcelado de inmediato con condenas aún indeterminadas y con cargos absolutamente irracionales. En el año que terminó, el Kremlin ha dado duros golpes a la sociedad civil. Valiéndose de una ley de agentes extranjeros que hace palidecer al Ministerio de la Verdad de Orwell, el gobierno de Rusia, a través del tribunal de la ciudad de Moscú, dictaminó el cierre del Centro de Derechos Humanos Memorial junto al cierre de la Fundación Memorial Internacional, una veterana organización que tenía 30 años de vida y había encabezado la lucha en favor de la memoria histórica de los crímenes soviéticos hasta la actualidad. De entre los ataques a los medios y las ONG, según la plataforma Unión Social-Ecológica, destaca el hecho que desde 2014 han cerrado 22 de las 32 organizaciones medioambientalistas por la acusación de ser agentes extranjeros. También a Memorial la acusó el juez de no cumplir con la obligación de presentarse como agente extranjero. Sin embargo, la verdadera razón, según un comunicado de los dirigentes de esta entidad, es que interpretan de forma incorrecta la historia soviética y que “crea una mala imagen de la URSS como Estado terrorista”. El revisionismo de Putin a todo lo que da con el objeto de recuperar la “grandeza” de la gran patria rusa.
En política exterior las cosas tampoco marchan bien. La falsa crisis de migrantes en la frontera polaca que Alexander Lukashenko, dictador de Bielorrusia, armó, con el presumible apoyo de Putin, acosa a Polonia y a otros países europeos como Alemania. Es claramente una contraofensiva del Kremlin y de su monaguillo bielorruso ante las sanciones impuestas a Lukashenko por sus medidas represivas. El acoso a Ucrania es quizá el movimiento militar más audaz desde la invasión de Polonia por Hitler. El despliegue de los más de 100 mil efectivos militares y el armamento consabido en la frontera con Ucrania, sin embargo, más que el preludio de una invasión, tiene el propósito de inhibir las intenciones de Ucrania y de la OTAN de asociarse. Según Foreign Affairs (diciembre 28 de 2021), el gobierno ruso presentó una lista de demandas a EU para evitar el escalamiento militar, a saber: poner un alto a la expansión hacia el Este de la OTAN y de su infraestructura militar y el fin de la asistencia militar a Ucrania. Claramente, el Kremlin desea impedir que su antiguo territorio sea tomado por Occidente y para ello está dispuesto a todo, incluida la confrontación militar con Occidente, escenario de pronóstico reservado.
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