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¿Hacia una nueva Guerra Fría? (II)

 Todo parece indicar que el escalamiento militar ruso, a raíz de su invasión a Ucrania, aumentará. Y con esto la continuación de la violación, por parte del autócrata del Kremlin, de los derechos humanos del pueblo ucraniano.


Escalamiento, palabra que pretende ser higiénica, representa un sucio esfuerzo por dominar, a costa de la integridad de la población civil ucraniana, cuya diáspora representa ya más de 2 millones en sólo dos semanas de conflicto armado. Para Putin, el escalamiento es un narcótico, al cual se ha hecho adicto.


En este arranque de la segunda Guerra Fría, Vladimir Putin concibe viable la recuperación del poder de la gran Rusia a través de su conversión como potencia geopolítica de primera y de la reconfiguración de las actuales fronteras europeas. El nacionalismo reduccionista y reaccionario de Putin lo lleva ejecutar este impulso mesiánico con el argumento de que Rusia es más fuerte después de Siria, y EU más débil después de Afganistán, y de que tiene el derecho histórico de recuperar las viejas fronteras imperiales de las que gozó la Rusia zarista y la Unión Soviética de Stalin. Putin es un sinodal de guerra que no respeta las reglas de la guerra. En su estrategia, la guerra no tiene límite alguno; ésta incluye, no la protección de la sociedad civil, sino el asesinato masivo e indiscriminado de la población civil. A Putin no le importan las reglas establecidas por la cuarta Convención de Ginebra de 1949 y sus protocolos adicionales de 1977, en los que se contempla la creación de zonas de seguridad como un mecanismo para garantizar la protección de la población civil en tiempos de guerra. Todo lo contrario, Putin está atacando iglesias, viviendas, escuelas y hospitales. Quizás la condensación del horror de estos ataques inmorales por parte del Kremlin (y por los cuales el presidente Zelenski está pidiendo que se enjuicie a Putin por crímenes de guerra) sea el que produjeron las tropas rusas a un hospital de maternidad e infantil en Mariúpol. Las imágenes de tal atrocidad dan cuenta del modo irracional en que se ha situado Putin ante el conflicto. Históricamente sólo los terroristas y los tiranos han recurrido a tales acciones brutales para lograr sus cometidos. Y todo por la nostálgica obsesión de recuperar para Rusia el estatus de potencia mundial. Según José Manuel Durão Barroso, expresidente de la Comisión Europea y quien se reunió con Putin en 25 ocasiones, Putin es un nacionalista y un producto del resentimiento por causa del declive ruso en la escena global desde el fin de la Guerra Fría. En realidad, se trata del último sobreviviente prosoviético de la Guerra Fría, que está ciertamente creando las condiciones para la emergencia de una segunda Guerra Fría. Dice Durão Barroso: “Es una mezcla extraña de oportunismo y emotividad. Hay una parte en él irracional. Últimamente parece que lo emocional prevalece sobre lo racional y que los límites que respetaba ahora ya no existen”. (El País, 8 de marzo de 2022, p. 10). Un elemento que explica la dicotomía en la que vive Putin, es que, en realidad, lo que se está confrontando aquí es una vieja y arcaica idea del mundo contra una moderna, que se corresponde con los tiempos actuales. El resultado ha sido la invasión no provocada de un país europeo y vecino, y la conversión de Putin en un líder represor en casa, que nos recuerda en forma notable y grave a los viejos tiempos del terror del estalinismo, que tantas desgracias provocó a millones de personas. Con la intensificación de los ataques en contra de Ucrania, este conflicto se ha convertido en el que mayores consecuencias geoestratégicas tendrá en el mundo moderno.


Ya se han mencionado las repercusiones que tendrá en la reconfiguración de las fronteras europeas y lo que todavía viene, si Moscú se sigue acercando bombardeándolas a las zonas de la OTAN y la Unión Europea, como las fronteras de Ucrania con Polonia y Rumania. Así, las repercusiones son globales y están impactando directamente las relaciones internacionales y el movimiento estratégico de los actores centrales, como la OTAN, la UE, Washington y hasta el de las capitales de los anteriormente considerados como parias del petróleo, Teherán y Caracas, con quienes ahora EU está negociando el abasto que perderán de petróleo ruso (entre 3 y 8% de sus importaciones totales) después de las sanciones económicas impuestas a Rusia recientemente por EU y la UE. Lo que Putin consideraba que sería una invasión rápida, se ha convertido en una guerra de resistencia ucraniana que, en caso de que Rusia tome el control del país, puede devenir en guerra de guerrillas y en una insurgencia focalizada, más en Kiev y en las ciudades del sur o, bien, generalizada, de acuerdo con las condiciones en que se encuentren las poblaciones civiles y los focos de resistencia que podrían organizar. Esta insurgencia podría recrudecer el conflicto, pero también empujar a Rusia a un conflicto sicológico militar para el que no están preparadas las élites (hoy golpeadas duramente por las sanciones económicas de Occidente), y las madres y familiares de los soldados a quienes no se les advirtió que el conflicto podría durar más tiempo del calculado por el alto mando militar. En próxima entrega revisaré las raíces históricas (El pivote geográfico –Rusia– de la Historia, de John Mackinder) que permiten entender mejor la naturaleza del conflicto que Rusia ha iniciado y que puede prolongarse más de lo previsto, para la desventaja de Moscú.

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