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Putin, el sanguinario

 Basta con ver las imágenes mortuorias de Bucha, en Kiev, Ucrania, para despertar la indignación gene­ralizada del mundo no deshumanizado. Cuerpos abandonados a la orilla de los caminos y las calles, semien­terrados y semiincinerados por las prisas de los soldados rusos para no dejar pruebas de sus atrocidades. Como este hecho existen múltiples violaciones a los derechos civiles de los ucranianos. Si Putin quería ganar los favores de la opinión pública internacional, está claramente perdiendo adeptos a una velocidad enorme. En todo caso, a dos meses y medio del conflicto atroz, Volodímir Zelenski está ganan­do la batalla de la opinión pública, al menos en Occiden­te. Esto, que parecería una obviedad, resulta importante, toda vez que esta ventaja sobre Putin viene acompañada de recursos materiales, especialmente equipo de combate. Debido a este apoyo generalizado de Estados Unidos y de los países europeos, es que Putin ha amenazado temeraria­mente con usar la fuerza nuclear en contra de esos países y particularmente en contra de EU, cuyo pre­sidente Biden está solicitando al Congreso 33 billones de dólares (la cifra inicial era de 13.6 billones) para robustecer la fuerza defensi­va de Ucrania. Este apoyo abre el preámbulo para un contexto de alianza fortificada de la Unión Europea en apoyo a Ucrania, que aun sin ser miembro, ha merecido las atenciones como tal por la comunidad de la UE, todo lo cual abre el espacio para una potencial incor­poración de Kiev a la UE en un futuro quizás muy cercano. De hecho, Ucrania ya inició los trámites de solicitud de dicha membresía.


En este contexto de apoyo y simpatía occidentales ha­cia Ucrania, también hemos visto a un Putin francamente sanguinario, tal y como se señala líneas arriba. No sólo en Bucha se han encontrado rastros de cientos de violacio­nes a los derechos humanos, también en Mariúpol, Jersón, Irpin y otras ciudades, lo cual demuestra que las fuerzas invasoras han sufrido ataques de desesperación por no ver cumplido su objetivo de rendición inmediata de las fuerzas y la población civil ucraniana que ha tomado las armas en defensa de su soberanía. El mundo ha sobreestimado el poder de Putin. Su ejército es más débil de lo pensado (de ahí el carácter sanguinario de sus militares en contra de la sociedad civil), sus servicios de inteligencia han fracasado y las sanciones empiezan a hacer merma en sus capacidades económicas, especialmente porque empiezan a impactar en la población de a pie, no sólo en las élites oligopólicas fabricadas por sus impulsos autocráticos. La pregunta es si esto debilitará al presidente ruso o bien lo hará aún más peligroso. Sobre esto último, la moneda está en el aire, toda vez que Putin ha demostrado actuar como un sicópata y un autócrata matón, tanto en el interior de su propio país como en su aventura ucraniana. Desafortunadamente, no se puede esperar otra cosa de él. No obstante, es probable que con la ayuda militar llegada a Ucrania desde Estados Unidos y varios países europeos, como Alemania, España y Francia, los varios frentes de guerra de Zelenski se for­talezcan e impacten la correlación de fuerzas a su favor; en este escenario, no hay que descartar sin embargo, que, atendiendo a los rasgos brutales de la personalidad de Pu­tin, se cometa una atrocidad nuclear o con armas químicas en contra de Ucrania, tal y como ya lo hizo humillantemente en Siria.


Conforme se aproxima el 9 de mayo, fecha en que se conmemora la victoria de la URSS sobre los nazis, los escenarios se vuelven más caóticos y riesgosos. La razón es que Putin, soviético y zarista él, aparte de esta celebra­ción histórica, quería celebrar con bombo y platillo su victoria sobre Ucrania, el exilio del gobierno de Zelenski, la rendición de la capital y la instauración de un gobierno títere en Kiev. Nada de esto –en contra de los cálculos neu­róticos de Putin– se ha logrado ni parece que se logrará en el corto plazo. Es decir, Putin y su enorme desprecio por las re­glas de la guerra no podrán vender a un pueblo en orfandad democrática ninguna victoria creíble. Lo único que ha dejado atrás Putin en su incursión militar injusta en Ucrania, es una ola de desolación humana y violencia gratuita que nos hará recordarlo por siempre como el carnicero de Moscú. Ésa será la única herencia que nos ofrezca el presidente ruso, porque la del estadista con talento estratégico ya ha sido enterrada por su lamentable maldad y su inoperancia político-mili­tar. El Estado que lo apoye y no lo condene en su entorno político nacional y global, es un cómplice irremediable de esta matanza generalizada de ucranianos y que también será juzgado por la historia en forma por demás severa. De hecho, en México eso ya ocurre en estos momentos.

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