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México-Estados Unidos: barco a la deriva

 La relación entre México y Estados Unidos ha sido históricamente una relación compleja, asimétrica, así como interdependiente. También ha sido ambigua y contradictoria. Pero en los tiempos que corren, esta ambigüedad es cada vez más pronunciada y peligrosa para el interés nacional. El presidente López Obrador, en aras de afianzarse con base en demagogia en el espacio americano y diseminar su mensaje reivindicatorio de causas nacionales y ajenas que sólo él defiende, ha confrontado a Estados Unidos, a Joe Biden y a los actores que en Estados Unidos tienen genuinos intereses en México. Las repercusiones negativas en varios frentes son ya patentes (como el decremento gradual de las inversiones estadunidenses en nuestro país), no queriendo tener el gobierno de México un plan preventivo para el control de daños. 


 La política interméstica ha enfrentado diversos vaivenes desde que Donald Trump y AMLO coincidieron encantados en sus respectivas presidencias. En los tiempos actuales, la Presidencia de Biden ha definido claramente sus prioridades. Biden ya ha demostrado su determinación de recuperar, a través de varios frentes temáticos estratégicos, las reivindicaciones multilaterales que EU había postulado como espacios nodales para la conservación de la preeminencia en el orden global, la cual se ha deteriorado importantemente. Al tiempo que esto ocurrió, también sobresale el hecho de que se produjeron las inercias para que el impulso multilateralista, no sólo le permita lograr este objetivo, sino también para colocar en la agenda los objetivos estratégicos doctrinarios de su política exterior. Así pues, con Biden llegó un “presidente internacionalista”, fogueado en los temas globales. Apenas llegó a la Casa Blanca, Biden se encontró enfrascado en el juego bilateral que Trump y AMLO se habían fabricado y los esfuerzos de su equipo, desde el principio, fueron desentrampar el trato bilateral que había caído a profundidades sumamente demagógicas. En este sentido, en particular, preocupa el desinterés con que el gobierno actual de México ha tratado algunos de los aspectos históricos de esta relación y se haya concentrado más en provocar que en construir un diálogo de cooperación en línea con los intereses nacionales. 


A pesar de contar con la claridad de su contraparte, el gobierno de López Obrador no ha dado señales de siquiera tener una idea de cómo quiere abordar integralmente la relación con el exterior y con EU, entendidas ambas como dos políticas distintas, toda vez que la relación con Washington, como ya se dijo, es una relación interméstica, es decir, que dada la cercanía territorial y política, tiene tanto contenidos domésticos como internacionales. El cansancio de Washington es notorio y me parece que ya dejó de tomarse en serio a AMLO, aunque Ken Salazar siga diciendo que por ser vecinos nos llevamos bien. El último desaguisado es la intención de hacer de la Cumbre de las Américas, a celebrarse el próximo 8 de junio en Los Ángeles, un circo con pistas de bajísima calidad. La relación bilateral es la relación externa más importante para México, toda vez que comerciamos más de 80% con Estados Unidos. Los tres grandes temas entre México y Estados Unidos, que han estado presentes en lo que va del siglo y también en parte del anterior, son migración, comercio y seguridad. 


Al tiempo que estos tres temas pavimentan los principales espacios de la relación bilateral, constituyen también las ventanas de oportunidad y conflicto que han privado en la sociedad entre los dos países. Aun cuando los tres se tocan de alguna manera, tienen, en el más estricto sentido teórico, su propia esfera temática y funcional, muy a pesar de la insistencia de Washington (y el acatamiento de México) en vincularlos (migración vs. Seguridad). 


Es por ello por lo que resulta inquietante que ante los grandes temas que están en la agenda bilateral, México se manifieste alegremente despreocupado o indiferente ante la relación con los EU de Biden y se la pase perdiendo el tiempo con trifulcas callejeras. Y con esto provocar una relación de cooperación más abiertamente asimétrica, dado el desinterés de México por fortalecer los puentes ya existentes y que han sido debilitados por esta actitud, al tiempo que se tendrían que construir otros que permitan armar una agenda de riesgo común ante los desafíos que la realidad impone a la asociación entre ambos países. 

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