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La visita a Biden

 Si es que no teníamos ya suficiente con mantener una relación con Estados Unidos caótica e irracional, sólo faltaba que presenciáramos una cantinflesca y desparpajada reunión de trabajo entre los dos mandatarios de Estados Unidos y México, la cual se llevó a cabo el pasado 12 de julio en Washington, DC. Esta reunión venía precedida por una serie de incidentes que fueron preámbulo y explican el carácter y sentido de la mala recepción que se le ofreció al Presidente mexicano. Recordemos solamente las sendas declaraciones, antes de la Cumbre de las Américas en mayo, a la cual López Obrador no asistió en protesta porque no se le hizo caso a su berrinche de que Biden invitara a los dictadores de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Como todos sabemos, ninguno de los tres fue invitado, de tal forma que AMLO boicoteó con su ausencia la reunión e intentó convocar a otras y otros mandatarios a que también le hicieran el feo al anfitrión y no asistieran a Los Ángeles.


Pocos le hicieron eco a esta arenga y, al final, la reunión se llevó a cabo con más o menos éxito. La pretendida hazaña del obradorismo, quedó en simple retórica y en un ridículo continental mayúsculo, que hoy Washington le cobra al mandatario en forma cabal. El otro incidente tuvo que ver con su defensa de Julian Assange, quien está a punto de ser extraditado a Estados Unidos para enfrentar a la justicia de ese país por cargos de espionaje y de atentar contra la seguridad nacional estadunidense.


Pues bien, López Obrador exigió a Biden que lo indultara (como si sólo de él dependiera: otra ignorancia de AMLO y sus asesores) y aceptara mandarlo a México como asilado político. Y si Biden no hiciere esto, entonces se armaría una poderosísima campaña en el mundo entero para desmantelar la Estatua de la Libertad como muestra de que en EU ya no existían las libertades ciudadanas. La pregunta que surge es ¿por qué ninguna de estas bravuconadas trascendió en la bienvenida ni en el comunicado oficial? Quizás fueron tratadas en la reunión privada y vaya usted a saber qué le habrá dicho o advertido Biden a AMLO sobre ambos temas. Lo cierto es que el Presidente fue visto como muy solícito antes y después de la reunión, pero también como arrogante por los medios de comunicación de EU. Además, tanto The New York Times como The Washington Post se extrañaron, en su marginal nota, por el hecho de que López Obrador se hubiera erigido en maestro de historia de Estados Unidos, en plena sala oval y frente al Ejecutivo estadunidense en su recargada lista de encargos y demandas a Biden.


Vayamos a los encargos. Éstos se dieron en el contexto de una bienvenida protocolaria, en la que los interlocutores, normalmente, dedican no más de cinco o seis minutos (fue el tiempo utilizado por Biden) para decir lo que quieran. López Obrador utilizó 31 minutos en un soliloquio que aburrió a su anfitrión y no dijo nada sustantivo y fue recibido como plomo por parte de observadores y actores políticos. La suma caótica de propuestas fue tan ilegal como inviable. Por ejemplo, el ofrecimiento, que ya opera en los hechos, de que los estadunidenses pasaran la frontera para consumir gasolina más barata (que importamos de EU) se llama dumping ni más ni menos, el cual el Presidente está promoviendo en forma cínica y pública. La propuesta de suministrar gasoductos para transportar gas entre Arizona, Nuevo México y California no se ve cómo se pueda implementar desde el lado mexicano. La sugerencia de ordenar el flujo migratorio es quizás la única propuesta razonable por parte del Ejecutivo mexicano y en la que coinciden ambos mandatarios. De hecho, Biden ya está operando al autorizar 300 mil visas H-2 para trabajadores mexicanos, por lo tanto, es un asunto que, por el momento, queda zanjado, independientemente de la confusión oficial que en México se provoca sobre el tema.


La visita de AMLO a Washington fue desangelada y mal preparada por su equipo, lo cual demuestra al menos un descuido de los especialistas del tema. Pero lo más grave, en mi opinión y sobre lo cual se ha insistido en esta columna, es que la política exterior carece de estructura y de una visión estratégica. En particular, molesta el hecho de que se tenga una relación esquizofrénica con Washington que no ha llevado más que al fracaso en todos los temas del intercambio bilateral, desde seguridad hasta inversión. Se trata de un fracaso de enormes consecuencias para los intereses nacionales y para la sostenibilidad de una relación de la cual depende en gran medida el futuro de México.

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