Después de más de un año de negociaciones (16 meses) parecen estarse abriendo las puertas para que el pacto nuclear o Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) con Irán se firme entre los seis actores que lo componen en el lado occidental. En esencia, el pacto es el mismo que el alcanzado en 2015, con la mediación de la Unión Europea, por las grandes potencias, el G5+1, es decir: Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña, Francia y Alemania. Este pacto ofrece el levantamiento de las sanciones económicas y políticas a la República Islámica a cambio de que someta a control su programa nuclear y reduzca drásticamente el proceso de enriquecimiento de uranio, a fin de evitar que se dote del arma atómica. Para la UE existe una respuesta “razonable” de parte de Teherán y sólo se espera que Washington y Londres den su visto bueno para proceder a su concreción. La importancia que encierra el PAIC es muy grande y significativa, si consideramos que el éxito alcanzado en 2015 no fue permanente debido a que en 2018 Donald Trump tomó la decisión apresurada (como todas las que emprendió) de retirarse unilateralmente del pacto nuclear. Esto marcó un punto de inflexión que Irán aprovechó para abocarse a la continuación del desarrollo de su programa nuclear, logrando incrementar el enriquecimiento de uranio hasta alcanzar un 60% (Israel, entre otros actores opuestos al pacto, consideran que el porcentaje de enriquecimiento ha sido aún mayor), todo lo cual representa una señal de alarma para Occidente, debido a que Irán podría ya contar con la capacidad para fabricar bombas nucleares, y no sólo ello: Irán parece encontrarse a pocos meses de convertirse en potencia nuclear; de ahí las prisas de los involucrados en que se cierren las negociaciones y se concluya el acuerdo.
Si bien es cierto que ha habido resistencias de parte de Irán, éstas han disminuido considerablemente y si se alcanzara el acuerdo en el corto plazo, esto podría tener implicaciones en la correlación de fuerzas internacionales y en la naturaleza de la geopolítica mundial y regional. Existen más ventajas que desventajas para las partes. En lo que concierne a la parte iraní, se trata de recuperar el mercado de petróleo en Occidente, que asciende a la nada despreciable cifra de 600 millones de dólares mensuales, además de lograr reconectarse al sistema Swift bancario, del que ha quedado dramáticamente separada toda la red bancaria de Irán; y finalmente, romper con el aislamiento que ha repercutido negativamente en la economía de la población iraní; por ejemplo, en el año fiscal de 2022, el salario mínimo es equivalente a 200 dólares cuando el costo de una canasta básica familiar es del doble. Por lo que respecta a Occidente, los beneficios son varios, el más inmediato es el económico: la entrada al mercado del petróleo y las materias primas iraníes reducirán las cotizaciones actuales y ayudarían a disminuir también la inflación; el segundo beneficio es que este pacto coadyuvaría a evitar una crisis nuclear tras la invasión de Ucrania, en este sentido el acuerdo es en sí mismo un mensaje de distensión en las coyunturas ucraniana y taiwanesa.
Si hay fracaso, sólo se favorecería a los que propugnan en Israel y Arabia Saudita una solución militar para interrumpir el programa nuclear iraní y, en consecuencia, beneficiaría a aquellos que buscan la confrontación, incluso bélica, y desechan la diplomacia y el multilateralismo. Tal es el caso de Israel, quien como en 2015 reacciona con sentimientos encontrados de recelo y resignación ante una eventual reedición del acuerdo nuclear. No confían en su eterno enemigo, Irán, y tratan de convencer a los miembros del G5+1 de que por ningún motivo pacten con Teherán. El primer ministro israelí, Yair Lapid, advirtió que, si el acuerdo se firma, su país no estará obligado por sus cláusulas y actuará “para prevenir que Irán se convierta en un Estado nuclear”. La preocupación de Israel, fuera de toda proporción, es sobre su seguridad existencial, olvidando el profundo consenso que hay entre las partes para generar las condiciones para una salida negociada políticamente con Irán, quien ya cedió en el sentido de que se incluya (en el pacto) a la Guardia Revolucionaria en la lista negra de Washington de organizaciones terroristas, así como que el Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA) investigue acerca de restos de uranio hallados en instalaciones iraníes no declaradas. La OIEA haría posteriormente revisiones periódicas en las instalaciones de Irán para ponderar si el enriquecimiento continúa después de firmar. Ante la intransigencia israelí (que cuenta con un mayor poder militar), está esta concesión iraní que, en todo caso, es una demostración de confianza en las bondades del pacto. Lo que seguramente ocurrirá es que EU convencerá a su socio israelí.
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