Asistimos a una crisis global y existencial en el mundo de las relaciones internacionales. Desde 1945, nuestro mundo ha estado expuesto a diversos vaivenes que, sin embargo, han permitido la estabilidad global, al tiempo que la han alterado prácticamente en todos sus frentes, principalmente a partir del siglo XXI. No obstante, el frente más importante para la seguridad existencial del globo es ahora interno y apunta a una sostenibilidad democrática que ha quedado expuesta en forma cruda a los flujos de poder que interna e internacionalmente han impactado la calidad de la política. De norte a sur, de este a oeste, de Londres a Brasil, de Moscú a Lima, de México a Hungría, de Teherán a Washington, de Pekín a Praga, de Caracas a Nicaragua, la crisis de gestión de la clase política parece interminable. Su ineficiencia se vuelve cada vez más evidente y sus fuerzas centrífugas y recalcitrantes han logrado sumir en completo caos a sus respectivas naciones. Es una época de acomodos políticos fulminantes e impredecibles, caóticos. Hemos llegado al punto de un desgaste democrático inédito y esto incluye a los actores que, desde la misma democracia, se tienen que encargar del rumbo y estado de salud del Estado, es decir, de conservar la calidad y funcionamiento de la Polity. Tal y como lo estamos viendo ahora en Brasil, por ejemplo, por no mencionar el caso británico, al que dedicaremos varias líneas, el caos político se ha apoderado de las principales capitales en donde transcurren procesos político-electorales. Los mismos están inmersos en la propia y a veces muy confusa dinámica de la pelea por el poder y, además son el resultado de una confusión democrática de fondo y de forma que afecta los ánimos y los pulsos de las clientelas políticas, como de la clase política misma y que han conducido, en unos casos más que en otros, a un estado de decadencia democrática nunca visto. La decadencia institucional es muy visible en los casos históricos en los que ha habido procesos de transición política. Hungría, Polonia, Nicaragua, de nuevo Brasil, Estados Unidos, Perú, México, de nuevo Gran Bretaña, la Federación Rusa y un buen número de países se han visto envueltos en transiciones que han rozado la esquizofrenia y la mala intención de algunas fuerzas que deciden operar, a veces más clandestinamente que otras, en contra de la base que les da vida y las sustenta: la democracia liberal. En este sentido han sido obvias y muy comentadas las intromisiones del Kremlin en los asuntos políticos de otros países, pasando por el Brexit y el trumpismo, las elecciones de Orbán en Hungría y el compadrazgo con sectores extremistas en Europa (Le Pen, UKIP británico, Ley y Justicia de Polonia o el Fidesz húngaro, entre otras fuerzas). Se ha fomentado, entre otras cosas, una cruzada de la Internacional Populista, que es tanto causa como efecto de la crisis en la que el Estado-nación ha estado sumergido en los últimos años en los países arriba mencionados. En éstos como en otros países se pone de manifiesto la inhabilidad del Estado-nación tal y como lo conocemos, para hacerse cargo de la gobernanza nacional sin tener que recurrir a opciones de pasado. El nacionalismo ortodoxo se hace presente en forma muy preocupante, a tal grado que confundimos que la democracia no sólo consiste en tener elecciones, sino en respetar la separación de poderes. Entender esto y actualizar nuestro entendimiento de la grave emergencia de la autocracia, es un imponderable para evitar la catástrofe político social a la que puede que ya estarnos llevando a esta nueva forma de autocracia.
Aunque cada vez se verticalizan más los trámites democráticos en Europa, la situación en Gran Bretaña, aún no nos lleva, por fortuna, a una instalación tiránica como en Rusia. Sin embargo, la torpeza de la clase política británica hace pensar que, en Gran Bretaña, un momento de decadencia a la italiana empieza a ocurrir. Truss empujó demasiado fuerte con los recortes fiscales y las reformas económicas, sin un fondo viable que las respaldase. Su incapacidad para gestionar las diversas facciones de su partido y la desastrosa mala gestión de asuntos parlamentarios, expusieron a riesgos graves la seguridad nacional británica. Todo se tradujo en un caos que puede impactar a Europa y la crisis que se vive en la isla fue culpa en parte del ala más a la derecha del partido Tory que apoya el Brexit y que, además, ¡qué cosa!, prometía convertir a Londres en el “Singapur del Támesis”, hoy, para su infortunio, un Londres que se parece más a una “Caracas del Támesis”. A estas alturas, los bananeros ya somos todos, de norte a sur y de este a oeste.
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