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El regreso de Lula y de la democracia en Brasil

 El triunfo de Lula da Silva sobre Jair Bolsonaro es un golpe directo a las fuerzas antidemocráticas, que durante años han abonado a su causa en detrimento del sistema democrático brasileño. Bolsonaro pierde la elección por un mínimo de 2% ante Lula, pero también posiciona a su fuerza de extrema derecha en las antesalas del poder político, toda vez que mantendrá la mayoría en las dos cámaras legislativas. Así como en 14 de 27 gubernaturas, incluyendo los estados económicamente más importantes de São Paulo, Río de Janeiro y Minas Gerais. La mayor ventaja de Lula en este bastión del nordeste sucedió en Pauí, donde alcanzó un 73,8% ante un 20% del ultraderechista.


Sin una ventaja tan holgada como en los estados del noreste, Lula se impuso en todos los estados del norte (Amazonas, Pará y Amapá) excepto en Roraima, el estado más al norte de Brasil, y Acre (en el Noroeste) donde Bolsonaro consiguió casi un 70% y un 62,5% respectivamente. Como se esperaba, el estado de Amazonas, el más grande del país, votó con un 49.57% por Lula, dejando de lado los resultados casi arrasadores que Bolsonaro habría conseguido en este estado durante las elecciones del 2018. La región del sur y sudeste de Brasil le pertenecen, hasta este momento, a Bolsonaro, teniendo números considerablemente buenos en estados como Río Grande del Sur, con un 48.89% de los votos contra un 42.28% de Lula. La mayor victoria de Bolsonaro fue en el estado de Santa Catarina donde el candidato aventajó a Lula con un 62.21% frente a un 29.54%. Las regiones del sur y sudeste de Brasil concentran los estados más ricos y son tildados como más conservadores. Aquí también se encuentran las áreas metropolitanas de Sao Paulo, Río de Janeiro y Belo Horizonte, las más pobladas del país, hechos que significan beneficios para Bolsonaro cuando de números se habla. Es decir, estamos hablando de una victoria muy dividida que seguramente sumirá a Brasil, en el corto plazo, en la misma polarización que caracterizó a la política brasileña en los últimos cuatro años, y más particularmente durante el proceso electoral. Hay que decir que éste no es un simple triunfo de la izquierda sobre la extrema derecha, es más bien un triunfo de mayoría simple, en que se votó por una política social en beneficio de los más desprotegidos. Lula será un presidente más bien comprometido con una causa social que con una causa ideológica. Veremos el regreso de un Lula camaleónico que se tendrá que correr al centro para poder gobernar; esto es lo que manda el actual balance de poder. Sus antiguos aliados en La Habana y Caracas, y otras capitales de la izquierda latinoamericana, tendrán que tomar muy en cuenta esta nueva realidad de Brasil. Ahora bien, ¿qué pasará en el corto plazo?: pues lo que ya está aconteciendo.


Miles de seguidores de Bolsonaro han cerrado más de 200 carreteras en una veintena de estados. Lo que parece ser la desestabilización de masas más grande desde el regreso de la democracia. Tanto Bolsonaro como el Supremo Tribunal Federal han ordenado la liberación inmediata de las vías bloqueadas y ha facultado a las policías estatales para intervenir.


No obstante, el aún presidente Bolsonaro se ha negado rotundamente a aceptar su derrota, incluso después de haberse conocido los resultados, hecho por el cual algunos medios han propagado información respecto de las acciones que Bolsonaro pudiese alentar a hacer a sus miles de seguidores, mencionando como extremo la posibilidad de un golpe de Estado, el que ha sido exigido por las posiciones extremistas que se han manifestado en las afueras de los cuarteles de las principales ciudades, pero ante las que el ejército se ha mantenido mudo. Bolsonaro –provocado por él mismo– se ha visto entre la espada y la pared con respecto a sus seguidores. Por un lado, condena las diversas manifestaciones que, poco a poco, se han ido tornando violentas, pero por el otro, ha estado apoyando de forma sutil al resto de las protestas que, aunque hasta el momento se muestran pacíficas, buscan la intervención militar. Con la derrota de Bolsonaro no sólo se neutralizó –por el momento– a las fuerzas más recalcitrantes (aunque muy numerosas) de las corrientes de ultraderecha que han navegado en contra de la estabilidad democrática de Brasil; también perdieron sus socios y movimientos afines, como el trumpismo, el lepenismo, el putinismo, Orbán (Hungría) y Meloni (Italia) y otros populismos como el polaco. El comportamiento negacionista de Bolsonaro es muy similar al de Trump, lo cual sigue acarreando una inestabilidad creciente en EU y mucho me temo que provocará lo mismo en el escenario brasileño. Se trata de la prevalencia de un populismo que rinde tributo a la polarización y a la posverdad como estrategias de desestabilización de los espacios democráticos, mismos que les dieron a esas fuerzas políticas su derecho a existir.

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