Los más recientes desarrollos del conflicto provocado por la invasión de Rusia a Ucrania hace un año, concentran focos de tensión que han polarizado aún más las posiciones de los principales actores. En la visita sorpresa del pasado lunes del presidente Joe Biden a Ucrania y, posteriormente, desde Varsovia, se escuchó un claro pronunciamiento de Washington en defensa del derecho de Occidente a apoyar a Ucrania con todo lo que ello implica, es decir, el apoyo a un proyecto civilizatorio que claramente difiere de la narrativa rusa que se escuchó en el discurso del presidente Vladimir Putin; Biden dio “su apoyo inquebrantable a Ucrania” y resaltó la unidad de la OTAN, “sólida como una roca”. Por su parte, Putin afirmó –desmentido por Biden– que Estados Unidos y Occidente quieren acabar con Rusia y con todo lo que representa y de paso hizo un recuento de la maldad moral que Occidente representa al aceptar, por ejemplo, socio-legalmente a los homosexuales como parte del firmamento social de los países representados por Occidente; además, afirmó que sus sociedades son conducidas por ímpetus pedófilos. Toda una perorata moralista, mentirosa y reaccionaria por parte de Putin para marcar la diferencia entre la identidad civilizatoria rusa contra aquella de Occidente. En suma, una peligrosa narrativa mesiánica.
En todo caso, este aniversario del conflicto resume lo desatinado que fue el análisis estratégico de Putin al estimar –menospreciando la resistencia ucraniana– que la victoria de la invasión rusa sería cosa de días o semanas. Ocurrió todo lo contrario y ahora tenemos por parte de Ucrania una buena capacidad militar para emprender varias contraofensivas, sobre todo en algunas partes de la región del Donbás, en donde ha recuperado territorios invadidos por las tropas rusas, hoy en repliegue. Es visible que las tropas de Putin tienen limitaciones, como lo afirma el académico Branislav Slantchev, estudioso de la conducta de la guerra de la Universidad de San Diego: los rusos no han sido capaces de montar una ofensiva militar tangible y “de gran escala”, salvo los bombardeos indiscriminados contra la población y objetivos civiles, los cuales ya han sido catalogados como crímenes de guerra ante el Tribunal Penal Internacional de la Haya. Nos dice Slantchev, “Rusia no es la Unión Soviética. No puede siquiera pelear al estilo soviético que están intentando y no puede pelear ningún estilo moderno de guerra. Su única esperanza es que el Occidente colapse y esto no va a pasar” (The Hill, 23/02/23). En pocas palabras, si bien es temprano aún para decir que la perderá, Moscú no está ganando la guerra que emprendió –la guerra más global desde 1945– cuando invadió Ucrania. Aparentemente no cuenta con la fuerza de tierra para avanzar –los mercenarios de Wagner han sido diezmados en gran medida por la falta de apoyo del ministerio de defensa ruso– y, por lo tanto, se vale de los drones iraníes, así como de la artillería balística de tierra para intentar doblegar las posiciones y los objetivos ucranianos a costa de miles de vidas de población civil.
Antes del conflicto ucraniano, el mundo, de ser unipolar, tendió hacia el multipolarismo, no siendo sólo una potencia (EU), la que dominara los destinos de la globalidad, sino varias. Al menos en el plano político, social, cultural (en el económico prevalece la bipolaridad Estados Unidos-China), es un hecho que la multipolaridad está encargada de regular las relaciones del precario equilibrio político militar entre las naciones del sistema internacional. Aun así, desde la perspectiva del realismo liberal, parece ser un hecho que, ante el conflicto y el desbalance de poder, emerja la necesidad de un poder equilibrador de este mismo balance de poder. El conflicto ucraniano ha puesto de manifiesto que, aun con su pérdida de poder relativo, el hegemón estadunidense está destinado a figurar como el factor regulador frente a la agresión rusa. Washington con Europa y la OTAN, está enfrentando, tratando de regularlo, el conflicto, al grado de que tenemos un panorama internacional complejo con China tratando ella misma de convertirse en un equilibrador solitario (habrá que ver la aceptación de su plan de paz), pero a la vez beligerante, toda vez que estaría encausando ayuda militar a Rusia. Ante esto, EU y el mundo occidental han advertido del peligro que esto implica para las relaciones con China y de China con el mundo. La postura del invasor ruso y de su aliado chino, así como el franco apoyo de Occidente en el conflicto ucraniano, se vuelven un tremendo desafío para el futuro desenlace de los acontecimientos y el mayor reto que el mundo ha tenido desde el fin de la Guerra Fría. De este reto dependerán las condiciones materiales y políticas que harán posible preservar la paz mundial.
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