En una jornada nacional de largas colas, el 14 de mayo y con 89% de participación ciudadanía electora, Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía, ganó la primera vuelta de las elecciones turcas con las banderas del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) y una coalición, que abarcó facciones de extrema derecha; estuvo a medio punto de alcanzar 50% y evitar pasar a la segunda vuelta que hoy se ve incierta. Erdogan ganó 49.50% del voto, mientras que su contrincante, Kemal Kilicdaroglu, del Partido Republicano del Pueblo (CHP), obtuvo 44.96% de los votos. Un tercer candidato, Sinan Ogan, obtuvo 5% de la votación, que bien puede hacer la diferencia en caso de que animara a sus votantes a votar por cualquiera de los dos punteros. Todo esto proyecta a Turquía a una elección de segunda vuelta el 28 de mayo, a estas alturas, por lo menos, incierta y compleja. Las elecciones turcas se celebran en un momento decisivo para el destino de la democracia, la economía y la sociedad turcas. Erdogan lleva nada menos que 20 años dominando la jefatura del Estado y al parecer la sociedad turca se ha cansado de su gestión. Una renovación se ve como necesaria y la oposición turca, que por primera vez marchó unida en contra del presidente Erdogan, parece haberlo entendido así después de innumerables derrotas por más de dos décadas. Por lo pronto la oposición se encamina a la segunda vuelta con una clara desventaja, toda vez que el parlamento quedó en manos del AKP y su alianza, al conservar la mayoría absoluta al obtener 322 de los 600 escaños. Queda por ganar solamente la presidencia.
Además de la depuración democrática que podría ocurrir si pierde Erdogan, surge la pregunta de qué tipo de política exterior se puede esperar en caso de que la coalición opositora triunfara. Y en caso de que gane Erdogan, ¿implicaría esto que habría más de lo mismo en la política exterior turca? Lo más probable es que la política exterior turca experimente cambios significativos si ganara la oposición. En primer lugar, está la relación con Europa, la cual se iría suavizando después de años de tensión, con la mira puesta en hacer posible su integración, teniendo como primer paso la modernización de la unión aduanera UE-Turquía. Una cuestión pendiente y que requiere una urgente solución será el acuerdo migratorio entre la UE y Turquía. La oposición de Kilicdaroglu se ha pronunciado por una modificación radical y uno de sus temas de campaña fue el de repatriar a todos los refugiados, mayoritariamente sirios que se encuentran en suelo turco. La posición del candidato opositor es declarar nulo el acuerdo en caso de que la UE no esté dispuesta a negociar. El otro gran tema pendiente es la gran alianza de Turquía con el mundo occidental. Y esto pasa necesariamente por revisar su papel en la OTAN y replantearse su relación estratégica con Rusia. Con un triunfo de la oposición en la segunda vuelta, es muy probable que se levante el veto a Suecia para que forme parte de ese organismo. El cambio también supondría un tono menos beligerante en la relación con el Mediterráneo oriental y se niegue aceptar la solución de dos Estados en Chipre, que el gobierno ha alentado. Es pensable también que se tiendan a normalizar, proceso ya iniciado, las relaciones con otros países de esta parte del Mediterráneo, como Israel, Siria y Egipto. La oposición se ha comprometido a modificar su relación con Rusia y abandonar la política personalizada y centralizada de Erdogan, que ha hecho que Turquía no se adhiera a las políticas de sanciones de Occidente contra Moscú, en buena medida debido a la fuerte dependencia turca del petróleo y gas rusos. No es de extrañar el fuerte interés de Putin en este proceso electoral y las transferencias de millones de euros de Moscú al Banco Central de Turquía. En este sentido, es muy probable que, si Erdogan triunfa, Rusia redoblará sus esfuerzos por controlar a su favor a Turquía. Esta situación alejaría, más de lo que ya está, a Turquía del frente occidental y de la Unión Europea, y agudizaría las tensiones con el Mediterráneo oriental, especialmente con Chipre y Grecia. En suma, la victoria de la oposición renovaría y refrescaría una política internacional estancada, en cambio la victoria de Erdogan y sus aliados de extrema derecha traería para Turquía una relación internacional similar, todo lo cual tensaría las relaciones con un mundo que espera que este país se modernice, se democratice realmente y deje de depender de forma tan grosera de Moscú.
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