Todos los biógrafos de Trump lo califican como un personaje capaz de violar las normas y las leyes con tal de salirse con la suya. Yo me atrevería a calificarlo como un truhan de cuello blanco que ha violentado todas las reglas desde que empezó a ser un empresario poderoso en los tiempos en que inició el desarrollo de conjuntos inmobiliarios en Manhattan y en los cuales discriminó a los inquilinos afroestadunidenses y latinos, exhibiendo un racismo e instinto discriminatorio en contra de estas minorías. En la actualidad, ya fue juzgado y declarado culpable por acoso sexual y difamación en contra de la periodista Elizabeth Jean Carroll, a quien el juez le otorgó una indemnización de cinco millones de dólares que Trump tendrá que pagarle. Tiene otro juicio pendiente en Nueva York por fraude fiscal al haber inflado el valor de sus bienes. Además, tiene otro juicio pendiente en Georgia por fraude electoral. Jack Smith, el fiscal especial para investigar la apropiación indebida de documentos confidenciales, secretos y ultrasecretos, lo acaba de acusar de 37 cargos, de los cuales 31 están codificados en el marco de la ley de espionaje y van de conspiración y declaraciones falsas a obstrucción de la justicia; más de once mil documentos, que Trump tenía guardados en un baño y en un salón de baile de su residencia en Mar a Lago, Florida. Smith también lo está investigando por su responsabilidad en la toma violenta del Capitolio por las hordas trumpistas en Washington, el 6 de enero de 2021 en protesta por un supuesto fraude, que es parte de su retórica embustera que lo ha caracterizado toda su vida. A esto hay que incluir los engaños a los que sometió a su mujer y al público estadunidense, cuando en campaña y usando dinero público, pagó a Stormy Daniels, actriz de cine porno, para garantizar su silencio por la relación extramarital que había tenido con el expresidente. Toda una ficha, Trump. Y, a pesar de todo esto quiere el premio de la presidencia otra vez, después de haber sido despedido por el voto en 2020 y juzgado por delitos graves pretende hacerse acreedor a prebendas varias. Esto nos recuerda a Silvio Berlusconi, recientemente fallecido y padrino de Trump, quien le aprendió a la perfección el arte de la charlatanería y la simulación política.
En el caso que nos ocupa, la ley ordena a todos los expresidentes a entregar los documentos clasificados, secretos, confidenciales y ultrasecretos y, desde luego, prohíbe explícitamente que cualquiera se los pueda llevar a su casa. Trump violó la ley flagrantemente al llevarse 13 mil documentos a su residencia de Mar-A-Lago (300 de ellos de alto secreto). Además, mintió cuando los Archivos Nacionales y el FBI le demandaron que los regresara, diciendo que no los tenía. Ya se probó que mintió y que trasladó, con la ayuda de su asistente, también en juicio, Walt Nauta, los documentos de un lugar a otro de su residencia e incluso comentó en dos ocasiones con varias personas el contenido de éstos, en particular uno que revelaba los planes secretos que su gobierno tenía de atacar a Irán. Es decir, compartió secretos militares y de seguridad nacional, algo por lo cual puede ser acusado de traición a la patria.
Pero el que seguramente resultará más importante es el juicio por el ataque al Capitolio. Si este juicio prosperara, Trump podría quedar inhabilitado de por vida para ocupar un cargo público, e impedir su candidatura y potencial elección a la presidencia. En este juicio los cargos son de sedición, conspiración, rebelión e insurgencia, todos ellos graves y que podrían, ahora sí, afectar su popularidad, que sigue siendo muy elevada, paradójicamente, aunque las encuestas a nivel nacional lo ponen en desventaja frente al presidente Joe Biden por un margen de dos a cuatro puntos. El vandalismo de Trump ha puesto a prueba el sistema judicial y político estadunidense como nunca antes se había visto en la historia de Estados Unidos y de las resoluciones a las que se llegue dependerá en gran medida el futuro de la democracia estadunidense, que hoy se ve acechada por un outsider y populista demagogo que, desafortunadamente, goza de una popularidad muy alta entre las bases del Partido Republicano.
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