Vladimir Putin no esperaba enfrentar una rebelión de los mercenarios de Wagner, contratados por su gobierno. Ha supuesto un duro golpe a su imagen, credibilidad y legitimidad como presidente de Rusia.
En días pasados, Yevgeny Prigozhin, líder del grupo paramilitar expuso que el motivo por el cual Rusia había entrado en conflagración con Ucrania se había tergiversado, razón por la cual se declaró en rebeldía. Wagner es una empresa militar privada a la que el gobierno ruso proveyó de armamento cuando estalló la guerra ruso-ucraniana toda vez que “representa” los intereses nacionalistas rusos. No obstante, el poderío militar que ha obtenido la vuelve peligrosa, incluso para la misma Rusia, debido a que no se encuentra controlada por el Ministerio de Defensa. En los últimos meses, la tensión entre el cuerpo de mercenarios y el ejército ruso se había incrementado debido a que el ministro de defensa, Sergei Shoigú, en un intento de regular las actividades de Wagner, comenzó a racionarle la cantidad de municiones previamente asignadas, esto, aunado a la prohibición de seguir reclutando convictos como mercenarios. Finalmente, Shoigú pidió a Wagner firmar un contrato, en el cual este último debía ponerse a las órdenes del Ministerio de Defensa nacional antes del día primero de julio. La negación de Prigozhin de subordinar a su empresa es una expresión del deterioro de las relaciones de lealtad entre éste y Putin. Prigozhin acusó al Ministerio de Defensa de abandonar a las tropas de Wagner en Ucrania y aseguró que es necesario destituir a su titular para poder reencausar la guerra. El jefe de mercenarios no sólo aseveró la falta de apoyo de Shoigú a Wagner, sino que también denunció a las tropas rusas de atacar a su grupo paramilitar (acontecimiento aún no comprobado). El líder del cuerpo de mercenarios hizo un llamado a la rebelión, en donde pidió atacar territorio de la propia Federación rusa y se movilizó a la ciudad rusa de Rostov, en la frontera con Ucrania, donde ejerce un control considerable sobre las instalaciones militares, incluyendo el aeropuerto. Estos hechos fueron concebidos en el Kremlin como un intento de golpe de Estado. “El Ministerio de Defensa llevó a cabo un ataque con misiles en nuestros campamentos de retaguardia. Un gran número de nuestros soldados y hermanos de armas murieron”, fue la declaración que Prigozhin hizo a la sociedad rusa. La mañana del sábado antepasado la situación se mantuvo incierta, el ejército ruso hizo un llamado a obedecer las órdenes de Putin. El Kremlin negó agresiones contra Wagner y pidió al cuerpo paramilitar deponer las armas y no seguir avanzando en territorio ruso. Posteriormente, en un comunicado, el general Shoigú ordenó a los mercenarios regresar a sus cuarteles o enfrentarse a las consecuencias. La salida de las tropas de Wagner de Ucrania y su movilización hacia Moscú pusieron en alerta, no sólo al mismo Kremlin, sino también a toda la sociedad internacional pues, hasta hace poco tiempo, Prigozhin era el principal incondicional de Putin. La especulación sigue basada en qué tanto apoyo puede conseguir Wagner de la población civil, del círculo cercano a Putin y del ejército ruso. Por su parte, el Servicio Federal de Seguridad, heredero del servicio de inteligencia KGB, pidió a las tropas de Wagner traicionar a su líder y asesinarlo, al mismo tiempo que Moscú trataba de frenar el desplazamiento de los mercenarios hacia el norte obstruyendo el paso vial. Putin acusó a Prigozhin de traidor y advirtió a la población que las acciones llevadas a cabo por el cuerpo de mercenarios responden a ambiciones exorbitantes e intereses personales y para nada están ligadas al bienestar ni a los intereses nacionales de Rusia. La rebelión fue frenada a 200 kilómetros de Moscú y esto ha puesto en tela de juicio el liderazgo del presidente ruso, considerando el gran avance del grupo paramilitar hacia la capital de Rusia y el deterioro de legitimidad que ha sufrido Putin desde el inicio de la guerra ante la comunidad internacional. El jefe del grupo Wagner envió un mensaje a Putin asegurando que en absoluto se trata de una traición a la patria y, cuando sus tropas se encontraban posicionados para marchar a Moscú, Prigozhin ordenó a su ejército regresar a sus bases, poniendo fin a la insurrección y asegurando que no permitiría el deceso de ninguno de sus soldados. Aunque la amenaza de una guerra civil ha sido controlada por el momento, cabe resaltar los aplausos y el apoyo que Prigozhin recibió en Rostov por parte de la población civil. Este golpe al autócrata ruso sienta un precedente grave y pone en duda el poder de mando que conserva Putin entre el sector militar y otros espacios del oficialismo. Por lo pronto, Putin tiene razones para enojarse aún más de lo que ya estaba cuando, furibundo, invadió a su vecina Ucrania.
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