Si el Estado mexicano no tiene cabeza en los muchos temas pendientes de política interna, no se puede esperar que la Cancillería la tenga y ejecute una política exterior ordenada, racional y coherente. Todo lo contrario. El sexenio actual ha tenido una política exterior desastrosa. Para ilustrar, sólo hay que ver los acontecimientos que se han sufrido en México en las últimas dos semanas y que desafortunadamente manchan la gestión de la flamante nueva canciller, Alicia Bárcena. Pero es que no podía ser de otra manera, tratándose de un gobierno que ha funcionado la mayoría de las veces con los pies más que con la cabeza. Empecemos por las alianzas históricas que México ha hecho con el exterior. AMLO optó por las dictaduras y los tiranos: Díaz Canel en Cuba, Ortega en Nicaragua, Maduro en Venezuela, Evo Morales en Bolivia y Castillo en Perú. En lugar de un Trudeau, un Boric, un Lula, o, incluso, un Biden, nuestro aliado y socio estratégico que sigue esperando que López Obrador acceda a tener una relación y comunicación bilateral racional y acortar distancias en una relación que sin razón alguna AMLO ha convertido en tirante y quejumbrosa. Esta tirantez obstaculiza el diálogo de las buenas razones alrededor de los múltiples problemas que afrontamos en la relación bilateral como el de migración, seguridad y tráfico desbocado de drogas sintéticas.
La política internacional del gobierno ha sido deficiente, poco profesional, disfuncional y, además, simuladora bajo la mirada de dos cancilleres que han esquivado confrontar con su opinión crítica al Presidente sobre sus múltiples desatinos. Las últimas dos semanas han sido particularmente dramáticas. La última perla de los desatinos obradoristas en política exterior ha sido su decisión de no participar, subestimándolo, en el Foro de Cooperación Asia-Pacífico (APEC), que este año se celebrará en San Francisco, en noviembre, con la asistencia de al menos 21 miembros, entre los que se encuentra Biden y con quien AMLO se había comprometido a asistir para tener un encuentro bilateral. A este foro pertenecen China, Rusia y Canadá y de las Américas, Chile y Perú, además de un buen número de economías asiáticas. Sólo decir que los actores de este foro mundial suman aproximadamente 50% del producto interno bruto del mundo y su intercambio comercial es casi la mitad de lo que producen los otros 174 países del globo, todo lo cual no es poca cosa y AMLO decidió una vez más pretender representar una política exterior que esté cada vez más cerca del diván que de Nueva York, en donde habita la comunidad de naciones. A este espacio de definición de intereses nacionales López dijo que no iba por el sólo hecho de que Dina Boluarte, de Perú, asiste y “no tenemos relaciones con Perú”, lo cual es falso pues nuestros representantes (fuera del titular de la embajada) siguen ahí. AMLO es un infante político al definir sus políticas frente al mundo y a nosotros, y todo lo reduce a conflictos personales, olvidándose de su investidura cuando se trata de representar a la República en el tablero global. Tenemos enfrente un rosario de ausencias, como la cumbre del G20, con lo que desperdició reunirse con varias potencias del mundo y en donde se plantean, gusten o no, estrategias de colaboración económica de las que ciertamente una economía emergente, como México, tendría que ser parte como un actor del mundo global, que, si bien es caótico, también es consistente en su opción resolutiva frente a su propia contradicción. O sea, está intentando repararse a sí mismo.
Para profundizar aún más el aislamiento al que ha sometido AMLO al país por su arrogancia e ignorancia aldeana, el Presidente se ausentó de la Asamblea del Consejo General de la ONU, hecho que se ha repetido año tras año durante su presidencia. Esto achica aún más a México frente a sus interlocutores y es todo un desperdicio, toda vez que se trata de una oportunidad para posicionar a México frente a los grandes temas que afectan nuestras relaciones con el exterior, así como de involucrarse con los grandes temas que destacan en un mundo cada vez más complejo. Dos días después del regalo que México le envió a Biden por la extradición de Ovidio Guzmán, el Presidente tuvo a mal invitar al Regimiento Preobrazhenski de Rusia para que marcharan en el desfile militar del 16 de septiembre. Esto en clara provocación (se incluye en esta afrenta la participación de Nicaragua y Cuba) a nosotros los mexicanos y a los miembros del establishment estadunidense, que están mirando con lupa cada acto del gobierno de AMLO. Al margen de si esta invitación ha sido una costumbre histórica, se debería haber hecho una excepción en el caso ruso, cuyos militares han masacrado al pueblo ucraniano desde el 24 de febrero de 2022. La historia reciente de nuestra política exterior manifiesta la nula estrategia internacional de México y un retroceso enorme con respecto a lo que teníamos hace cinco años. Es una tragedia descomunal que tomará lustros recomponer. Es también la expresión de la nula capacidad del Presidente para razonar con coherencia sobre la complejidad de nuestro entorno internacional. México, cada vez con más intensidad, deja de ser el referente internacional que algún día fue.
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