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El revoltijo trumpista

 Un grupo de ultras de extrema derecha y agentes del trumpismo en el Congreso, encabezados por el representante Matt Gaetz, de Florida, han propinado un batacazo a la institucionalidad política y democrática de Estados Unidos. Con el acompañamiento de los demócratas, la mayoría de la Cámara de Representantes ha destituido al presidente del Congreso, Kevin McCarthy, y han sumido al poder legislativo en una parálisis inédita que tendrá graves consecuencias sobre la gobernanza estadunidense. En efecto, por 216 contra 210, entre los que se encuentran ocho republicanos ultras y todos los demócratas, bajaron al presidente de la Cámara baja, a quien de por sí le había costado 15 rondas de votos para ser electo hace 8 meses. De alguna manera su suerte estaba echada, él mismo como responsable de la penetración del trumpismo en el Partido Republicano y en el Congreso, toda vez que cedió dramáticamente a todas las presiones que el ala dura de ese partido impuso para llevarlo a la presidencia. Todo esto lo hizo en el afán de convertirse en el speaker a como diera lugar. Por no mencionar que tuvo un papel significativo en la rehabilitación de Trump después de los disturbios promovidos por el líder populista el 6 de enero de 2021. Así, ante las tensiones en el debate y votaciones para llevarlo a la presidencia de la cámara en enero pasado, McCarthy contó con el pleno apoyo de Donald Trump, quien lo rescató de caer en el abismo que ya se avizoraba. Así las cosas, la ultraderecha trumpista del Partido Republicano acaba con el alto cargo que había podido elegir en Washington y, paso seguido, paraliza el Capitolio, construyendo un Frankenstein tamaño gigante.


Pero, a partir de ahora, ¿cuáles serán las implicaciones políticas de esta destitución? Lamentablemente, lo primero que se avizora es el cierre del gobierno (shutdown) con todo lo que ello implica en términos de disfuncionalidad del aparato burocrático gubernamental de Washington. Mientras republicanos y demócratas se ponen de acuerdo en cómo regresar a un Capitolio funcional, por lo pronto, además de quedar suspendida toda la actividad legislativa y de nombramientos, el funcionamiento normal de la Cámara baja dependerá de que el Congreso apruebe una prórroga que vence el 17 de noviembre. Lo anterior es la razón por la que Gaetz y compañía, furibundos como buenos trumpianos, acusaron a McCarthy de traidor por haber pactado la extensión con los demócratas y, finalmente, lo echaron y los demócratas no lo rescataron. Si el Congreso no aprueba una prórroga posterior al 17 de noviembre, el Ejecutivo tendrá que cerrar por falta de fondos, obligando a funcionarios y demás personal a trabajar sin cobrar, dejando, además, muchas de sus funciones en suspenso. Pero lo que más está expuesto es la ayuda militar a Ucrania, la que se alimenta de los fondos de Defensa. Y esto, tendrá graves implicaciones en la correlación de fuerzas en el frente del conflicto y en la estrategia aliancista de Washington.


McCarthy, al igual que otros líderes relativamente recientes (Eric Cantor, John Boehner y Paul Ryan) han sido devorados por la ola populista, que empezó con el Tea Party y se ha consolidado en la secta de Donald Trump. Ante esta tendencia autodestructiva, se puede ver una descomposición política dentro del republicanismo que está tocando las fibras más sensibles del poder político, y lo peor, se trata de una fuerza recalcitrante que ha tomado a la democracia como rehén. Hay que decir que los republicanos están jugando con fuego y su mayoría precaria (221 vs. 212) lo obliga a cuidar su margen de maniobra en forma escrupulosa, toda vez que su margen de error es muy reducido y más frente a un público expectante que está ansioso ante el cierre del gobierno, que a todas luces sería provocado por el infantilismo político de los ultraconservadores en el Congreso. Por su lado, los demócratas están molestos con los republicanos por haber permitido que el Partido Republicano se convirtiera en trampolín del trumpismo, cuya intención, más allá de gobernar, es simplemente detentar el poder por el poder.


En todo caso, si este caos va a ser la etiqueta con la que se presente a gobernar el trumpismo, en caso de llegar al poder Donald Trump, el resultado será peor de fatídico que el que ya hemos visto durante la primera gestión de aquél. Aunque es muy remoto que Trump alcance un segundo mandato y le gane a Biden, por razones que ya elaboraremos en próximas entregas, el clima vulgar y cínico de convivencia que desde ya están imponiendo sus súbditos, presagian una campaña hacia el 2024 plagada de confrontación sucia. Ojalá y esto, y el regreso de Trump, no sean el caso, para el bien de los estadunidenses y de un mundo que vive bajo la zozobra de la embestida de la Internacional Populista, la cual empezó con el ascenso del trumpismo desde hace ya varios lustros y tiene bajo acecho al conjunto del sistema democrático.

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