Estados Unidos ha fungido como potencia dominante desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. A partir de 1945 se dieron todas las condiciones para que el gran ganador de la posguerra ejerciera un poder global, prácticamente ilimitado. Habrían de ocurrir hechos históricos que irían modificando esta circunstancia, lo cual impactó la correlación de fuerzas entre los otros actores dominantes del sistema internacional y Washington. El ejercicio del poder de Estados Unidos durante la guerra fría estuvo marcado por la bipolaridad entre EU y la URSS, y diversos incidentes contribuyeron a que la polarización se agudizara. No fue sino hasta 1989, cuando cayó el Muro de Berlín y 1992 cuando se disolvió la Unión Soviética, que el mundo unipolar empezaría a ser sustituido por otro multipolar en el que diversos actores como China –que emerge hace veinte años como potencia hegemónica–, Europa y la Federación Rusa, adquieren un poder regional destacado impactando directamente en la correlación de fuerzas a nivel global.
En la era de la posguerra fría, la desorientación socio política y económica resalta en los procesos de transición política en diversas regiones (Estados Unidos, España, Brasil, Argentina, México) y en varias de ellas son notorios los sobresaltos geopolíticos, cuando no fracturas geopolíticas de enorme trascendencia global. El régimen de gobernanza internacional está inmerso en un desorden hobbesiano de implicaciones sumamente graves para el futuro del balance de poder entre potencias y entre actores internacionales inmersos en un círculo vicioso con indicios de una regresión geopolítica de enormes consecuencias (Ucrania e Israel). Se pone en cuestión el verdadero poder de influencia como equilibrador del sistema internacional, que Estados Unidos había logrado mantener, sobre todo a partir del 24 de febrero de 2022, que es cuando Rusia invade impunemente Ucrania.
El posicionamiento de Washington, junto al de la Unión Europea y la OTAN ha confrontado posiciones geoestratégicas (Rusia) que le dan un nuevo rumbo a la arquitectura geopolítica en la región de Eurasia y cabe la posibilidad de que Washington pueda estar perdiendo, en forma importante, influencia sobre el crítico proceso ucraniano. También (y esto dependerá del curso del conflicto armado y ahora del conflicto entre Israel y Hamás), puede significar un reposicionamiento de Washington en la escena europea y en su confrontación con Rusia y, en parte, con China. El uso de la diplomacia pública como una técnica que pretende dirigirse “tanto a los públicos externos como a las élites, intentando crear una imagen general que mejora la habilidad para obtener los objetivos diplomáticos” (Karen A. Mingst e Ivan M. Arreguin-Toft), parece haber fracasado en la relación de poder y competencia hegemónica de Estados Unidos con Rusia. En todo caso, queda por verse la deriva que el poder de cada uno de los actores pueda mantener durante los tiempos en que este conflicto produce sus propios desenlaces, los cuales pueden devenir en la presencia de condiciones aún más críticas que las que ya se sufren en este conflicto. Pero lo que hay que destacar, por ahora, es que la diplomacia pública ha sido echada a un lado y la confrontación geopolítica se ha recrudecido (todo lo cual podría atenuarse después de la cumbre bilateral entre Joe Biden y Xi Jinping en el marco de la reciente reunión de la APEC en San Francisco). En todo caso, EU podría estar viviendo su propio “momento Suez”, todo lo cual lo puede debilitar enormemente en el contexto de la invasión rusa a Ucrania.
Así las cosas, ¿sabe realmente Washington y el establishment de seguridad estadunidense de este riesgo al involucrarse, junto a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la Unión Europea (UE), en el conflicto ruso-ucraniano? ¿Podrá Estados Unidos mantenerse en el papel de proveedor militar y económico por tiempo indefinido? ¿Qué pasaría si el cambio de poder en las elecciones estadunidenses de 2024 trae consigo la llegada a la presidencia de sectores proputinistas que aborten este apoyo y se vuelvan a retirar de la OTAN, abandonando, por tanto, la alianza en favor de Ucrania? Ciertamente las respuestas no son fáciles ni obvias (sobre todo a la luz del apoyo de Washington a Jerusalén), pero sí serán, junto con las herramientas que produzcan, elementos para afrontar lo que se puede convertir en la más grave crisis civilizatoria de la historia del siglo. Y en todo esto, el factor hegemónico (OTAN versus Rusia) jugará un papel central en el devenir de la civilización tal y como la conocemos y, también, el de la democracia liberal que tan cara ha sido para el desarrollo y consolidación del complejo mundo del presente.
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