Según el Economist, la ventaja de Donald Trump es mínima y se están manejando exageradamente porcentajes de ventaja sobre Joe Biden. Es la posición mesiánica que ha asumido Trump (Make America Great again) la que, por el momento, ha atraído la atención de su público cautivo y otras franjas del público estadunidense. Y es que la idea misma de ser un “pueblo elegido” justifica el concepto de un mandato histórico para convertirse en la nación elegida, comisionada por Dios para resolver cualquier necesidad que el mundo tuviera. Esta noción de ser elegido entre el resto para jugar un destino peculiar en los asuntos públicos, tanto locales como mundiales (esencia discursiva del trumpismo) tiene una explicación triple: la necesidad de obtener a) una identidad particular, b) una serie de rasgos sociales uniformes, y (a pesar de esto) c) un carácter nacional excepcional dentro del concierto de las naciones. Este último señalamiento se basa en el significado del sentido común en la sociedad estadunidense y sus implicaciones para la concepción de sí misma y la visión del mundo que tiene el ciudadano estadunidense. Según Enrico Augelli “puede entenderse a la religión colonial como la fuente de una serie de ideas que son del sentido común para la mayoría de los estadunidenses. Una idea tiene que ver con la identidad, con quiénes son los estadunidenses, la idea de ser el pueblo elegido. Finalmente, vemos a la limitada idea estadunidense de la caridad, que está ligada con la convicción de la excepcionalidad del pueblo americano”.
Pocos en Estados Unidos rechazan la idea del excepcionalismo de su país y las implicaciones que tiene para el sentido de destino nacional de ese EU. Herman Melville, uno de los más respetados novelistas estadunidenses sintetizó esto último en forma por demás sugerente en su novela White-Jacket en la que escribió lo que parece ser un sentir dominante entre las generaciones pasadas y presentes de este país: “Nosotros los americanos somos el pueblo elegido inconfundible —el Israel de nuestros tiempos—; nosotros sostenemos el arca de las libertades del mundo”. Otro signo destacable de esta intolerancia temprana, que jugaría un papel protagónico en los acontecimientos por venir, es el maniqueísmo extremo con el cual esta concepción del mundo ubica a los actores sociales y a los eventos históricos. Mano a mano con este espíritu, existía un dictado supremo de acuerdo con el cual Dios había elegido a determinado pueblo para entrar al Reino de los Cielos, mientras que había otros (la gran mayoría), cuyo destino estaba perdido: los leales se confrontaron con los réprobos y obtuvieron la victoria, de la misma manera que lo hicieron los virtuosos en contra de los perversos, o los agraciados contra los desaventurados, los cristianos contra los papistas, los angloamericanos contra los españoles, los demócratas contra los fascistas y, por último, los demócratas contra los comunistas. Este maniqueísmo político, que incluso en los tiempos modernos ha influido en los políticos, escritores e intelectuales estadunidenses, refleja una concepción etnocentrista de la sociedad y la política que va a tener una repercusión negativa en el proceder, las percepciones y la política general de Estados Unidos en América Latina y el mundo.
Esta extraordinaria concepción de sí mismos como La sociedad excepcional, La sociedad del destino, La nueva Israel, La nueva Jerusalén o La nación por ser, como le dijo John Winthrop a sus peregrinos en la costa de Massachusetts en 1630, al igual que la “ciudad sobre la colina”, fueron todos componentes de la mayor importancia en la formación de una nueva religión civil en Estados Unidos, cuyo objetivo en última instancia iba a ser obtener la grandeza nacional para ese país. Grandeza Nacional significaba en ese contexto el comienzo (y el fin en sí mismo) de un nuevo momento en la historia de la nación, un momento en el que Estados Unidos “bajo la protección del cielo” fue llamado a ser el instrumento para la regeneración moral y política del mundo. Después de definir su carácter como nación, y por lo tanto su presencia internacional, Estados Unidos estaba ahora definiendo su política exterior por medio de la cual estaría también definiendo su carácter como nación. Y estos son los postulados sobre los que se basa la retórica ultraderechista del trumpismo y que ahora está operando a plenitud en la campaña electoral estadunidense, razón por la cual mantiene una ventaja relativa y momentánea que es muy probable que se desvanezca en cuanto se vaya secularizando el clima político electoral en ese país
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