Gaza llegó a los campus universitarios de Estados Unidos en donde la agitación de activistas amenaza con convertirse en un movimiento nacional articulado. Un conflicto regional con ramificaciones internacionales se convierte de esta manera en un conflicto doméstico de dimensiones probablemente graves en el contexto del proceso electoral. Todo esto inició el 18 de abril pasado cuando la bandera de Palestina ha ondeado de este a oeste en diferentes universidades de Estados Unidos. Sobre esto, la historia está apenas empezando a contar y a escribir. Lo que es cierto es que desde 1968 en que los estudiantes estadunidenses protestaron masivamente contra la guerra de Vietnam, no habíamos visto un levantamiento y enfrentamiento con las autoridades de esta envergadura (hasta el momento dos mil jóvenes arrestados). Todo empezó en la Universidad de Columbia, en Nueva York y fue expandiéndose hacia el oeste gradualmente, hasta llegar a la Universidad de California y UCLA. El recorrido de esta protesta masiva ha afectado la vida de 25 campus en 21 estados — aparte de las ya mencionadas—, entre las que se encuentran las Universidades George Washington, Indiana (pública), Ohio (estatal), Arizona (estatal), Carolina del Norte-Chapel Hill, Texas (Austin), Florida, Michigan, Yale, Delaware, Kansas, Standford, Nuevo Mexico, Brown, MIT, Pensilvania, Minnesota. Universidades estatales y privadas por igual, de las cuales aparentemente, sólo Brown recuperó la calma sin intervención policial, después de que decenas de estudiantes acordaron levantar las tiendas.
El preámbulo más inmediato de estos movimientos estudiantiles es la tregua propuesta a Hamás que la organización terrorista estaría sopesando y que consiste en que acepte un acuerdo que permita la entrega de más de 30 rehenes a cambio de la liberación de presos palestinos y una tregua en los combates. EU ha apoyado esta propuesta y está presionando a Hamás para que la acepte. Estas conversaciones entran a una recta final al tiempo que, en un momento decisivo para la administración Biden, las protestas se propagan por todo el territorio estadunidense, mismas que, como en el caso de UCLA, tienen al bando judío contra el palestino enfrascados en un enfrentamiento directo. Las autoridades universitarias se han negado como lo piden los estudiantes a suspender sus negocios con empresas proisraelíes o de plano puramente israelíes, así como a suspender el intercambio académico con instituciones educativas israelíes. También han acusado de que estas movilizaciones son antijudías y el embajador israelí ante la ONU, Gilad Erdan, ha afirmado en medio de la polémica y la exageración del caso, que se asemejan a las noches de los cristales rotos, cuando el régimen Nazi asesinó —entre junio y julio de 1934— a aquellos que se oponían a las posturas antisemitas de Hitler. Se trata del mismo personaje que ha negado a Palestina, por instrucciones de su gobierno y con la anuencia de Washington, formar parte de la ONU como miembro de pleno derecho.
En realidad, las protestas se centran en condenar al gobierno de Benjamin Netanyahu por las masacres cometidas contra más de 34 mil palestinos en Gaza, además de los miles de heridos y mutilados. Israel responde al extremismo terrorista de Hamás del 7 de octubre, con una acción desproporcionada al condenar a muerte a miles de personas (en su mayoría niños, mujeres y ancianos), en una respuesta igualmente extremista. Lo que los estudiantes cuestionan (y de ahí también su radicalismo propalestino) es el derecho de Israel a cometer un exterminio sistematizado en contra de los pobladores de un territorio devastado ahora y ocupado también por Israel. Las repercusiones en la política local de EU están siendo ya alarmantes. Para Biden, quien ya está corriendo con prisa y contra el reloj, el asunto de Gaza es ya un asunto de política interna. Su urgente exigencia a Israel y a Hamás de poner fin a la guerra supone la posibilidad de contar con un espaldarazo de cara a las elecciones de noviembre. La extensión del conflicto supone una complicación grave frente a las perspectivas políticas de Biden, y más ahora en que vuelve a caer en las encuestas frente a Trump (se debilita el apoyo de la comunidad musulmana en estados clave como Michigan y entre el electorado de 18 a 29 años, históricamente prodemócrata en elecciones presidenciales). Su base electoral está muy dividida y se palpa en el Congreso una enorme preocupación de los demócratas por las movilizaciones de los estudiantes y sobre el estancamiento del conflicto. Se teme que ahora que viene el fin de clases en las universidades, las protestas se agudicen y que esto penda sobre la campaña de Biden. El presidente vive un momento definitorio a nivel interno por culpa de las atrocidades de Netanyahu, las cuales ha permitido y está por verse hasta donde Biden podrá continuar con el apoyo a su régimen, a costa de su futuro político inmediato.
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