Una política exterior dogmática o ideologizada se niega al entendimiento de la profunda naturaleza de las transformaciones y se convierte en una política exterior pasiva e inefectiva para el logro de los intereses nacionales e, incluso, de la implementación de los principios que le son intrínsecos a cada Estado. Está visto que la política exterior del sexenio pasado fue aislacionista, chovinista, timorata y poco pragmática. Sólo hay que ver el zipizape que armó López Obrador al poner “en pausa” (término inédito en relaciones internacionales) la relación con España (junto con otros actos poco dignos de la política exterior mexicana), por el hecho de que España no atendió una exigencia de perdón por la Conquista, pedida por el Presidente. La flamante presidenta Sheinbaum no invitó al rey de España, y jefe de Estado de ese país hermano, y con esto parece darle continuidad a una política exterior que no sólo fue inexistente, sino que desprestigió a México frente al mundo. ¿Tendremos una continuidad, sin correcciones, en este sexenio? ¿Seguiremos sin comprender a plenitud al sistema internacional en esta larga era de posguerra fría? ¿Y continuará la irrelevancia de México dentro del mismo?
Para entender el sistema internacional, la noción de un sistema en sí mismo debe de ser clarificada. Definido a grandes rasgos, un sistema es una alianza de unidades, objetos o partes, ensambladas por alguna forma de interacción regular. Por ejemplo, el concepto de sistemas es esencial para las ciencias físicas y biológicas. Los sistemas están compuestos por diferentes unidades que interactúan, ya sea a nivel micro (célula, planta, animal) o a nivel macro (ecosistema natural o clima global). Por el hecho de que estas unidades interactúan, un cambio en una unidad provoca cambios en todas las demás. Con sus partes interactuantes, los sistemas tienden a responder en forma regular llevando a que sus acciones tengan patrones específicos. Los límites separan un sistema del otro, sin embargo puede haber intercambios dentro de los límites. Un sistema se rompe cuando los cambios a su interior se vuelven lo suficientemente significativos, que hace que, en efecto, un nuevo sistema emerja.
Esto pasó en las dos posguerras, en la Guerra Fría y en sus postrimerías. Las unidades o actores del régimen internacional fueron transformándose hasta conformar un sistema internacional de determinado tamaño y calidad, pero con una correlación de fuerzas distinta. Y todas las políticas exteriores se movieron pragmáticamente hacia un proceso de adaptación resultado de esta interacción. Vaya, hasta Estados Unidos, antiguo poder dominante único, sufrió cambios en el ámbito del ejercicio de su poder hegemónico, el cual se confrontó con la realidad: la existencia de otros poderes como China, Rusia o Irán, que en su movimiento se posicionaron dentro del sistema multipolar para darle un carácter distintivo de aquel sistema dejado atrás en el siglo XX. Una política exterior efectiva es aquella que entiende estos cambios dentro del sistema y se adapta pragmáticamente (con sus propios valores) a un orden mundial determinado.
Una política exterior dogmática o ideologizada se niega al entendimiento de la profunda naturaleza de estas transformaciones y se convierte en una política exterior pasiva e inefectiva para el logro de los intereses nacionales e, incluso, de la implementación de los principios que le son intrínsecos a cada Estado nación. Es decir, se trata de una política exterior alejada de la realidad del entorno mediato e inmediato, y puede ver evaporarse las mejores causas por las que una política exterior debería comprometerse, incluidos, como ya se mencionó, los intereses nacionales de todos los habitantes del país. La Presidenta y su canciller tienen el compromiso de reconciliarse con el mundo del cual México se aisló. Y, sobre todo, tienen como motivo invaluable aprovechar las nuevas condiciones y oportunidades (nearshoring) que las dinámicas económicas y comerciales actuales ofrecen. Ya estamos casi en el preámbulo de la revisión del T-MEC (que es una unidad más del sistema que ha evolucionado sistémicamente) y de despejar las dudas de nuestros aliados y socios, Estados Unidos y Canadá, acerca del papel que México querrá jugar en esta nueva etapa de la integración. También se tiene una asignatura pendiente con la Unión Europea y con la revisión del tratado comercial que México tiene con ésta. Se trataría de darle un nuevo dinamismo a las relaciones internacionales de México y recuperar los espacios en los foros internacionales que se perdieron debido a la ceguera de AMLO al negarse a participar en ellos. El reto es grande y habrá que pedirle a Cancillería y a Palacio Nacional apertura de miras para definir una nueva política exterior acorde a las nuevas realidades de nuestro mundo.
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