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Trump, the comeback kid

El expresidente Donald Trump arrasó en las elecciones del 5 de noviembre en Estados Unido frente a la demócrata Kamala Harris, y volvió, con una cascada de mayorías en prácticamente todos los frentes, incluido el voto popular, a la presidencia de EU para hacer lo que le dé la gana. Trump siempre ha sido un ganador perverso que utiliza sus triunfos para implementar políticas duras y agresivas en contra de aquellos que él considera sus enemigos. Su mundo es el del blanco y negro y el del nosotros contra ellos. Su lema es supremacista y sus formas y fondos políticas son esencialmente autoritarios. Su partido, el Republicano, se ha dedicado a promover y apoyar la Gran Mentira por años, a apoyar la insurrección y a difundir locas teorías conspiracionistas que han envuelto a la gente al máximo y logrado con esto un cambio en el paradigma cultural, que fue evocado, para beneficio de Trump, por una gran mayoría de votantes estadunidenses. Todo esto en contra de una opinión pública universall, que de viva voz rechazaba la opción trumpiana por considerarla peligrosamente confrontacionista. 

El problema es cultural con la barnizada colindante de banderas duras, como la migración y la frontera, que Trump ondeó para convencer a la gente. Estados Unidos, culturalmente, ha abandonado por completo una política de decencia y respeto y en su lugar ha promovido una política de resentimiento, venganza, falsa nostalgia, acoso y odio. El fenómeno trumpiano atraviesa y rebaza las categorías analítica más socorridas, como el del género, la clase, la raza o la estatura escolar del votante. Es un fenómeno multiclase, multigénero, multieducación y multiracial. Y eso es lo que significa ganar el voto popular y muy importantemente el de los barones latinos, no sólo blancos. Un país en el que se ha descendido y degradado culturalmente de esta manera, no se arregla fácilmente. Se necesitarán varias generaciones para remediar esta degradación, socio política y jurídica. En todo caso se trata de una degradación que muy probablemente se amplíe, toda vez que el Trumpismo tendrá el poder bicameral, el ejecutivo y el de la Justicia, lo cual les permitirá garantizar a los republicanos mantener el poder más allá de la eventual pérdida de la popularidad. El Republicano se convirtió en un partido de rabia, mentiras y venganza y dictaminó con razón que entre la sociedad -en su mayoría- había un gran apetito por esto, que se expresó prístinamente en las urnas. 

A estas alturas de la realidad política, el GOP (Great Old Party) ya no volverá y los demócratas no tienen nada que aportar a la cultura política estadunidense; se quedaron, como pasó en México con la oposición, apazguatados y se quedaron náufragos, hablándole a un país que ya no existe y probablemente no volverá a existir. Y para el resto del mundo, el giro a la temible extrema derecha de Estados Unidos, es una mala noticia también que puede cobrar muchas buenas causas políticas que el viejo continente, -la región, en mi opinión, más importante-, aún enarbola y este avance Trumpiano se convertirá en una tendencia en auge y animará sin duda a otros países, como es el caso de Milei, quien ya propuso una alianza entre Argentina, Estados Unidos, Italia e Israel. En este sentido no se necesita especular acerca de lo mucho que sucede cuando las sociedades se ven envueltos en mentiras, abrazan el resentimiento y saborean la intimidación: conflictos sangrientos y desestabilización global. Por estas razones y en retrospectiva, durante las próximas dos o tres décadas se sembrarán las semillas de un espectáculo tan global como decadente que arruinará la convivencia social (más todavía), la vida societal y la correlación de fuerzas entre el autoritarismo y la democracia. 

Ya se presagiaba desde la campaña electoral de Trump que, en caso de victoria, su ejercicio del poder sería un tsunami y los nombramientos para el gabinete que ya se están cocinando parecen confirmar esta suposición: estamos a punto de atestiguar una embestida trumpista brutal, radical y sin complejos ni solicitud de permisos. El poder total y absoluto. Desafortunadamente, no se ve en el horizonte un mecanismo de contención que permita detener estos impulsos que serán, en todo caso, autoritarios y mezquinos. El Trumpismo se convirtió en una institución y en su cruzada no es de dudarse que atravesará el establishment político, económico, social y cultural para envenenarlo aún más de lo que ya está.

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