Cuando el pueblo tiene miedo
Del Gobierno hay tiranía
Cuando el gobierno teme al pueblo
Hay libertad
Thomas Jefferson
Tercer presidente de EU
A cien días de haber retornado al poder Trump ha organizado el caos perfecto para provocar que Estados Unidos entre en un declive aún más pronunciado que el que ya vivía antes de la agresiva y torpe política arancelaria que lleva a cabo el obcecado presidente. Esto ocurre al tiempo en que su aceptación bajó, según la cadena de noticias CNN, a 41 puntos entre la ciudadanía estadunidense en general; lo cual se explica con el hecho de que una mayoría de estadunidenses están en desacuerdo con las medidas arancelarias punitivas que está encaminando Trump, entre otras cosas. Este índice de aprobación es el más bajo en el primer trimestre de cualquier presidente desde le segunda guerra mundial, con la excepción de él mismo en su primer mandato. En una encuesta hecha por The New York Times, los adjetivos que mejor definen los primeros 100 días de Trump para los votantes son, caótico (66%), aterrador (59%) y emocionante (42%).
No obstante, el sentimiento que más se palpa entre la mayoría de las narrativas opuestas al trumpismo es el del miedo y la imposición del terror de las medidas trumpistas entre el público estadunidense es la razón central de esto. “Todos tenemos miedo” dijo en días pasados la senadora republicana Lizza Murkowski, conocida por sus críticas a Trump. Todo mundo padece el miedo al trumpismo, los migrantes por ser expulsados y o eventualmente enviados a una cárcel de alta seguridad en el Salvador, especialmente si tienen un tatuaje. Tienen miedo los empleados federales de más despidos arbitrarios por parte del celador Elon Musk. Tienen miedo a manifestar sus discrepancias los políticos republicanos. Tienen miedo los estudiantes extranjeros de ser deportados sin garantías a pesar de su estancia legal en Estados Unidos. Las Universidades, aunque hoy en una mejor posición de resistencia política y legal, tienen miedo a que el autócrata les retire fondos federales para la investigación y para becar estudiantes de escasos recursos. Los abogados están atemorizados por las represalias en caso de no ceder a las exigencia de Trump. Los medios tienen miedo a sufrir represalias por sus posturas críticas frente al trumpismo locuaz. Y tienen miedo los jueces por las amenazas de la fiscal general Pam Bondi (que en días pasados mandó a detener a una jueza de Wisconsin que protegió a un migrante) de apresarlos si dan un paso en falso ante las medidas represivas que la administración ha llevado a cabo en contra de las personas migrantes (además de la represión en contra de jueces que fallaron en contra de Trump en los juicios que se le siguieron). “Este es el rostro del fascismo”, replicó el senador Van Hollen. ¿Lo es? Se trata de una discusión vigente sobre el alcance neo fascista de estas medidas y su similitud con las que trágicamente alcanzó el Nazismo en los años cuarenta del siglo XX. En todo caso, el método es el mismo, el cual es de libro de texto: las fuerzas iliberales y autócratas utilizan el sistema democrático electoral para ascender al poder y desde ahí minan las instituciones democráticas, cuando no las destruyen y empieza así su dominación sobre el régimen político nacional e internacional. En este sentido, el régimen liberal internacional o el internacionalismo liberal (desde donde nació el actual orden internacional de posguerra) no ha terminado, pero se encuentra en crisis. Su constitución política, de la cual se han aprovechado diversas fuerzas, no ha sido capaz de mantenerse a la vanguardia, aunque sí en la resistencia sistémica. Las fuerzas iliberales, entre las cuales el trumpismo es su vanguardia, no son la excepción, han aprovechado los tiempos turbulentos para apoderarse de la narrativa y de la agenda internacional.
Los primeros cien días del trumpismo han sido de demolición y caos, y muy bien esto mismo podría terminar con él en los próximos meses con un efecto bumerang violento e irremediable. Ciertamente, la república podría muy pronto hartarse de esta obsesión autocrática por hacer que el gobierno sólo dependa de la rama ejecutiva y de la presidencia de Trump, excluyendo a las ramas legislativas y judicial. Se trata del mayor reto que haya vivido el sistema de contrapesos en Estados Unidos. Ante la obsesión de Trump de que el poder únicamente lo personifica él y que la legislatura y la judicatura tendrán que conformarse con la perpetua dominación de la figura del decreto presidencial como única manera de ejercer el poder, está por verse el grado de resistencia que estos dos poderes y otros sectores cada vez más amplios de sociedad civil y política (muy a pesar del dramático desarraigo que está confrontando el Partido Demócrata), sean capaces de detentar antes de las elecciones intermedias que podrían convertirse en el dique que detenga al oligarca autócrata en tiempo y forma.
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