Algo no le está funcionando bien a la dirigencia del Partido Republicano (PR) en su precampaña. El reciente triunfo de Newt Gingrich -a quien Sarah Palin ya dio su apoyo- en las elecciones primarias de Carolina del Sur, descoloca bruscamente al favorito, Mitt Romney y siembra el pánico en las filas republicanas. Si a esto agregamos que el precandidato creacionista y ultra conservador, Rick Santorum, finalmente fue el ganador en Iowa, tenemos que de los tres estados en que han competido, incluido New Hampshire que ganó Romney, cada uno de los tres precandidatos más visibles tiene un triunfo obtenido. En mi opinión esto representa malas noticias para el PR toda vez que su fragmentación gradual va a la par con la aritmética electoral y simultáneamente con la dificultad para obtener los consensos entre sus fuerzas, lo cual lo podría hacer llegar a la elección de noviembre más dividido que nunca.
Más significativo aún es un hecho político de gran trascendencia ya comentado en esta columna y que seguirá impactando el espectro político electoral estadunidense. Se trata del destacado papel que está jugando el Tea Party, de alto impacto sobre el conjunto de la estructura electoral y decisional que mueve los resortes del PR y los impulsos y preferencias más íntimas de los votantes. Podemos decir que el voto religioso, que moviliza gran parte de la maquinaria del Tea Party, estaría ejerciendo un fuerte control en la lucha electoral e influyendo considerablemente en la narrativa y propuestas políticas que permearán la política interna del PR, con los riesgos (más) y posibilidades (menos) que esto conlleva. Gingrich, un católico converso, aunque con un turbio pasado de infidelidades maritales y desencuentros políticos que poco a poco podrán significar lastres ante Obama, ha sido adoptado por el movimiento de Palin que parece haber abandonado al favorito de la elite partidista, Romney. Con miras a las primarias del 31 de enero en Florida, las condiciones políticas que prevalecen pesarán mucho en el resultado. Por lo pronto, según las encuestas más recientes de Gallup, de ir arriba por más de 25 puntos, Romney ya fue alcanzado por Gingrich, tanto a nivel nacional como local y se augura que su caída pueda ser mayor: su negativa a revelar su declaración de impuestos –que Gingrich desveló la semana pasada- y sus camaleónicos cambios de piel ideológica lo han puesto bajo la permanente sospecha de farsante por parte del conservadurismo de cepa, todo lo cual también lo ha expuesto cada vez más frente a Obama. Se pronostican pues, unas primarias en Florida ciertamente muy cerradas y coloridas por el pintoresco despliegue emocional de la extrema derecha. Dicho movimiento tiene una presencia indiscutible en el estado -el último senador y gobernador electos pertenecen al Tea Party- y Gingrich ya conectó con ella en forma muy dúctil. De forma tal, que el aún favorito de los barones republicanos, Romney, está obligado a ganar Florida, no perder más puntos y encaminarse hacia la candidatura. Pero si Gingrich gana Florida esto podría ser el principio del fin del precario consenso que Romney puede garantizar al PR para llegar más o menos entero a las elecciones presidenciales.
Se sigue demostrando que la política de extremos que domina al PR y que domina los micro climas de la política nacional, se mantendrá presente en el corto plazo. Así como de esto dependerá el derrotero republicano, también será significativo cuando Obama entre a la contienda. El probable panorama entonces será el de una extrema derecha adueñada de la agenda y candidato republicanos, un centro político y de indecisos en orfandad esperando por su rescate y un PR desgastado por una contienda plagada de acusaciones de corrupción y deshonestidad política. En un contexto así, se hace muy probable que, a menos de que la economía empeore, Obama y su partido lograrán recuperar la iniciativa y ganen la presidencial. Pésimas noticias para los republicanos, aunque no tan malas para lo queda de mundo civilizado.
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