Barack Obama se convirtió desde el momento mismo en que lanzó aquella memorable pieza de oratoria como invitado de honor a la Convención del Partido Demócrata (PD) que postuló a John Kerry a la presidencia en 2004, en un desestabilizador político y de gran eficacia en la escena pública estadunidense. Me explico: su elección para ocupar la Casa Blanca , que según Lyndon B. Johnson no estaba destinada a ser ocupada por nadie más que no fuera un miembro de la comunidad WASP, fue en sí una anomalía que desestabilizó para bien el ambiente político y exacerbó ánimos que parecían plácidamente durmiendo el sueño de los justos. Ese sólo hecho alborotó a las huestes más ultras del espectro político, hizo reemerger al estadunidense profundo, produjo un clima a la vez fascinante y amenazante, permitió a EU avanzar hacia el fin del pensamiento racial y por una vez, instaló temas de gran contenido argumental y programático sobre la mesa de los miembros tradicionales y no tanto del establecimiento político. Del marasmo y acartonamiento presidencial del converso y culposo George W. Bush, pasamos a la frescura del discurso y oratoria (y ya está visto que también canto) elegantes de un político poco convencional para los estándares de Washington. Obama, el activista mulato de Chicago y al fin un político de color en el marco del multiculturalismo estadunidense, se convirtió él mismo en el acontecimiento político más relevante de la modernidad y su presidencia en el parteaguas del viejo y el nuevo Estados Unidos. El ex secretario de Estado, Colin Powell, se refirió a él cuando lo apoyó como una “figura transformadora” (“a transformational figure”). Aparte del significado que el apoyo en sí de un Republicano de alto rango tuvo para Obama, la definición que él confiere a su perfil político le ha hecho justicia.
Obama ha logrado transformarse y transformar los contenidos de su narrativa desde el primer día de su presidencia y con esto quizás provocar una sinergia que difícilmente se había logrado desde los tiempos de los Kennedy (por cierto. fue Robert Kennedy el que nos avisó en 1961, que “en treinta o cuarenta años un Negro podía ser presidente”). Pero a la vez y quizás lo más destacado es que sin proponérselo, Obama se convirtió en el agitador de las buenas conciencias del mundo WASP al grado de que hizo aflorar sentimientos y creencias racistas que no se atreven ya más a decir por su nombre las cosas. La ultraderecha, e incluso las facciones moderadas de los republicanos (atizadas por el Tea Party) han optado por subsumir sus prejuicios raciales contra Obama, acusándolo de “socialista”, “no cristiano”, “no americano” y otros señalamientos que sólo esconden su frustración y evidencian la banalidad que sólo Sarah Palin pudo personificar en forma tan pura durante la campaña pasada. Mientras Obama personifica, al más alto nivel del Estado, al modernizador por excelencia que intenta simplemente reconciliar capitalismo con democracia, elevando los estándares de eficiencia de su mercado y de su calidad y capacidad distributivas, y su sistema de competencia política respectivamente, la celebridad instantánea de Palin representó quizás el momento en que el declive y caída del poder estadunidense se volvió inevitable.
En este contexto, el panorama que tiene enfrente el Partido Republicano (PR) con miras a arrebatarle la presidencia a Obama parece desolador. El factor Obama ha provocado quizás la mayor división y polarización a su interior. La banalización iniciada por McCain y Palin en 2008 que ha desgastado al partido, no parece ser menor hoy día en que Mitt Romney y Newt Gingrich pierden el tiempo hablando de sí mismos en lugar de rebatir consistentemente –más allá de su vulgar obsesión por demostrar al otro cuan más “conservador” se es- el proyecto de largo plazo que Obama ha empezado a entretejer privilegiando poder inteligente en política exterior y cohesión social en política interna. El desequilibrio en que ha caído el PR y su probable derrota en 2012, es pues, culpa de Obama el desestabilizador. Y aunque ciertamente será muy complicado para Obama alcanzar este objetivo, esta puede ser la antesala de la continuidad y posible profundización de un proceso de transformación que Estados Unidos ha postergado por décadas y que hoy puede enraizarse en el seno de la sociedad estadunidense.
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