*A mi padre, en sus 95 junios*
Uno representa la restauración autoritaria y la manipulación mediática adornadas con “modernidad” salinista y un copete hoy rebajado; otro el populismo mesiánico de una izquierda decadente, autoritario y chantajista, aderezado de una retórica amorosa más bien cursi; y la candidata, la continuidad del programa fallido de la alternancia, con antecedentes grises como titular de cartera en dos ocasiones y que nos ofrece, entre otros gestos poco creíbles, ser diferente (sin que sepamos de qué) con un falso discurso de género que no acaba de cuajar. Es decir, aspirantes a estadistas de dudosa estatura. A la luz de lo anterior, los tres representan, grosso modo, un pasado de fracaso político histórico, todo lo cual lleva a preguntamos, ¿qué ha cambiado en la democracia mexicana como para creérnosla e ir a votar en su nombre este 1 de julio? Quizás estemos ante el México dinosáurico de siempre, enraizado como La Guadalupana en el alma nacional. ¡Todo un triunfo cultural del viejo régimen!
A partir de esta pregunta y de las propuestas de los candidatos presidenciales, comparto con mis lectores dos preocupaciones. Primera, los tres candidatos son la expresión de la ineficiencia sistémica y de la incompletud democrática, germinada, en primera instancia, por el sistema priista y, en segunda, por la transición democrática protagonizada por el PAN, tan fallida como deslucida y abandonada en la forma de una alternancia mediocre que hoy tienen en máxima alerta al precario sistema político mexicano y al sistema nervioso central de la sociedad civil. Segunda, el voto útil, más que en 2000 y 2006, se repartirá entre los tres, favoreciendo en forma relativa a la segunda mejor opción después del PRI. Es decir, podría ser altamente fragmentado (sectores de izquierda moderada, voto útil en 2000, votará PRI). En los periodos referidos, pero principalmente en el último, en que México pudo haber dado el salto a un proceso de democratización serio y profundo, si bien se afinaron mecanismos de transparencia, participación y gestión democráticas, el país quedó aún más retrasado en corrupción y avanzó relativamente (ocho puntos) en competitividad. La evidencia ubica a México en el lugar 100 de 183 países en el índice de Percepción de la Corrupción , de Transparencia Internacional. Somos, de acuerdo con esta medición, una nación tan corrupta como Suazilandia, Burkina Faso o Tanzania. Asimismo, en el tema de competitividad, a 18 años de la firma del TLCAN, se ocupa el undécimo sitio, aunque aún por debajo de países de economías más pequeñas como Singapur, Chile o Sudáfrica (capitalismo sin democratización efectiva, diría Julio Ortega). La mal concebida transición democrática y el Consenso de Washington son modelos fallidos que no dieron buenos resultados en las materias mencionadas y en consecuencia este país sigue eludiendo los caminos hacia el progreso pleno.
¿Qué tenemos enfrente? Con variantes, tenemos más de las mismas opciones habidas antes y después del foxismo. No han cambiado mucho ni el clima ni los liderazgos políticos. Contamos con tres opciones atrasadas, hasta timoratas, diría yo, y estrechas en lo democrático aunque abiertas en lo electoral. ¡Paradoja! Podemos criticar a quien queramos, pero debemos votar al menos malo, lo cual normalmente podría ser un procedimiento válido en democracias avanzadas. La mexicana, no obstante, es una democracia acomplejada, esquizofrénica e histérica. Por lo tanto, en nuestro caso votar es una decisión resultado de la urgencia y del “úsese y tírese”. En mi experiencia no votar o anular resulta ineficaz. Más en un sistema electoral en que difícilmente esto se pueda validar y acreditar de manera efectiva. Por lo tanto, votar hoy se convierte en un deber cívico apremiante y los mexicanos estamos ante una disyuntiva: votar por el regreso del pasado político mexicano, doloroso y costoso; o por un futuro incierto de modernización democrática y progreso económico con una izquierda y una derecha que hasta ahora no han podido ser coherentes en la definición de su proyecto de nación. Entiendo la política como el arte de lo posible y no de lo perfecto. Aun con grandes dudas y sinsabores, mi opción será el voto útil por la alternativa progresista.
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