José Luis Valdés Ugalde
04/05/2014, en Excélsior
El papado de Juan Pablo II (JPII) demostró que el jefe de ese micro Estado romano era el mayor movilizador de masas del globo. Se trató de una muy eminente figura de poder político, abrigada por la aureola de lo sagrado y cuya vigencia y relevancia es inalterable hoy. Su grey, aunque perturbada por diversos y graves escándalos, se mantuvo fiel a su jefe e institución. No obstante, desde su muerte y reemplazo por el hoy Papa emérito, y teólogo eminente, Joseph Ratzinger, la Iglesia católica entró en una de sus más intensas convulsiones modernas, debido a las cuales muy probablemente hubo de renunciar Benedicto XVI, cansado y presionado por todos lados, hecho por cierto inédito en la historia vaticana.
El papa Francisco, como lo demostró en el reciente acto de canonización de Juan XXIII (JXXIII) y JPII, no ha sido la excepción de este poder de liderazgo, muy a pesar (o quizá debido a ello) del aparente bajo perfil con que inicia su papado. Razones de esto hay varias y son de gran significado. Francisco toma el control de un papado en crisis, de la cual es tan consciente que afirma, en una entrevista reciente: “Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla”. Así, envuelto en escándalos no menores, como la corrupción del Banco del Vaticano y los escándalos de pederastia respecto a los que se mostró una grave desatención por parte de JPII y después de Benedicto XVI, el papado de Francisco finca rápidamente bases capitales hacia la reforma de su Iglesia. Reorganiza el Banco Vaticano y se ve obligado a finiquitar el proceso de beatificación de JPII que Ratzinger había dejado apuntalado, en gran parte por las presiones de la derecha vaticana que considera a JPII —y no en balde— como un ícono de sus causas. En tal situación, el Papa, obligado a mantener cierta continuidad con su antecesor, pero también comprometido con sus ofrecimientos de justicia respecto a los problemas ya mencionados, además de otros, como la homosexualidad (sobre esta ha declarado: “No es posible una injerencia espiritual en la vida personal”), la pobreza y desigualdad globales, el papel de las mujeres en la Iglesia y otros más, se ve ante la necesidad de ejecutar un acto audaz y conciliador que reúna a los otros sectores de la Iglesia, más progresistas que los que respaldaron a Wojtyla. Es así que decide reivindicar la figura de JXXIII, el “Papa bueno” y responsable de haber encauzado a la Iglesia católica por la senda de la renovación, a través del Concilio Vaticano II.
La doble canonización es un lúcido acto político del Papa, de la mayor trascendencia para la recuperación de la credibilidad y estabilidad de la Iglesia católica, que todavía no logra acordar ponerle fin a su ensimismamiento sobre temas como el aborto, el uso del condón y el de la píldora, y los matrimonios gay. Podría parecer una contradicción que un líder espiritual y político de tal potestad, como el Papa, quisiera afianzar el poder de una Iglesia cuya vertiente más conservadora se esfuerza en combatir. Sin embargo, todo parece indicar que hay consenso de que será sólo por la vía de la moderación que lo logre; además de que con esto puede ofrecer como paradójico resultado la obtención de un poder mayor para el Vaticano, toda vez que capturaría la atención de aquellas minorías despreciadas y maltratadas por la Iglesia católica y hoy recuperadas por el nuevo Papa. Por ahora, Francisco ha logrado conciliar dos ideas de lo sagrado y lo terrenal en los dos nuevos santos, que aunque bipolares, también se tocan. Se trata de un acto de reconciliación que puede impactar importantemente al mundo global. Si atendemos al hecho de que más del 17% de la población mundial, en una muy diversa y heterogénea distribución de países y regiones, es católica, cabría esperar que la nueva narrativa vaticana pudiera ser útil para atenuar o incluso contener los grandes problemas globales como el hambre, la inseguridad y el conflicto entre actores estatales y no estatales. En este sentido, el liderazgo del papa Francisco puede ser una fuente de inspiración significativa para coadyuvar a la moderación de los calamitosos extremistas, secularizados o no, que en su abundancia y beligerancia atentan contra la paz, el progreso y la estabilidad del sistema internacional.
Investigador y profesor visitante en el Lateinamerika–Institut, de la Freie Universität Berlin
Twitter: @JLValdesUgalde
El papado de Juan Pablo II (JPII) demostró que el jefe de ese micro Estado romano era el mayor movilizador de masas del globo. Se trató de una muy eminente figura de poder político, abrigada por la aureola de lo sagrado y cuya vigencia y relevancia es inalterable hoy. Su grey, aunque perturbada por diversos y graves escándalos, se mantuvo fiel a su jefe e institución. No obstante, desde su muerte y reemplazo por el hoy Papa emérito, y teólogo eminente, Joseph Ratzinger, la Iglesia católica entró en una de sus más intensas convulsiones modernas, debido a las cuales muy probablemente hubo de renunciar Benedicto XVI, cansado y presionado por todos lados, hecho por cierto inédito en la historia vaticana.
El papa Francisco, como lo demostró en el reciente acto de canonización de Juan XXIII (JXXIII) y JPII, no ha sido la excepción de este poder de liderazgo, muy a pesar (o quizá debido a ello) del aparente bajo perfil con que inicia su papado. Razones de esto hay varias y son de gran significado. Francisco toma el control de un papado en crisis, de la cual es tan consciente que afirma, en una entrevista reciente: “Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla”. Así, envuelto en escándalos no menores, como la corrupción del Banco del Vaticano y los escándalos de pederastia respecto a los que se mostró una grave desatención por parte de JPII y después de Benedicto XVI, el papado de Francisco finca rápidamente bases capitales hacia la reforma de su Iglesia. Reorganiza el Banco Vaticano y se ve obligado a finiquitar el proceso de beatificación de JPII que Ratzinger había dejado apuntalado, en gran parte por las presiones de la derecha vaticana que considera a JPII —y no en balde— como un ícono de sus causas. En tal situación, el Papa, obligado a mantener cierta continuidad con su antecesor, pero también comprometido con sus ofrecimientos de justicia respecto a los problemas ya mencionados, además de otros, como la homosexualidad (sobre esta ha declarado: “No es posible una injerencia espiritual en la vida personal”), la pobreza y desigualdad globales, el papel de las mujeres en la Iglesia y otros más, se ve ante la necesidad de ejecutar un acto audaz y conciliador que reúna a los otros sectores de la Iglesia, más progresistas que los que respaldaron a Wojtyla. Es así que decide reivindicar la figura de JXXIII, el “Papa bueno” y responsable de haber encauzado a la Iglesia católica por la senda de la renovación, a través del Concilio Vaticano II.
La doble canonización es un lúcido acto político del Papa, de la mayor trascendencia para la recuperación de la credibilidad y estabilidad de la Iglesia católica, que todavía no logra acordar ponerle fin a su ensimismamiento sobre temas como el aborto, el uso del condón y el de la píldora, y los matrimonios gay. Podría parecer una contradicción que un líder espiritual y político de tal potestad, como el Papa, quisiera afianzar el poder de una Iglesia cuya vertiente más conservadora se esfuerza en combatir. Sin embargo, todo parece indicar que hay consenso de que será sólo por la vía de la moderación que lo logre; además de que con esto puede ofrecer como paradójico resultado la obtención de un poder mayor para el Vaticano, toda vez que capturaría la atención de aquellas minorías despreciadas y maltratadas por la Iglesia católica y hoy recuperadas por el nuevo Papa. Por ahora, Francisco ha logrado conciliar dos ideas de lo sagrado y lo terrenal en los dos nuevos santos, que aunque bipolares, también se tocan. Se trata de un acto de reconciliación que puede impactar importantemente al mundo global. Si atendemos al hecho de que más del 17% de la población mundial, en una muy diversa y heterogénea distribución de países y regiones, es católica, cabría esperar que la nueva narrativa vaticana pudiera ser útil para atenuar o incluso contener los grandes problemas globales como el hambre, la inseguridad y el conflicto entre actores estatales y no estatales. En este sentido, el liderazgo del papa Francisco puede ser una fuente de inspiración significativa para coadyuvar a la moderación de los calamitosos extremistas, secularizados o no, que en su abundancia y beligerancia atentan contra la paz, el progreso y la estabilidad del sistema internacional.
Investigador y profesor visitante en el Lateinamerika–Institut, de la Freie Universität Berlin
Twitter: @JLValdesUgalde
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