José Luis Valdés Ugalde
01/06/2014
El boom migratorio alemán ha sido un puntal de su prosperidad; lo que nos lleva a la vieja discusión sobre un tema incomprendido y tratado con doble rasero por las potencias occidentales preeminentes. No es nueva la relación entre migración y riqueza. Menos cuando, como en el caso alemán, se calcula que 60% de su población laboral pasará al retiro en 2020. Ante el declive de su fuerza de trabajo, la inmigración es parte de la solución. Se calcula que los casi 400 mil inmigrantes llegados en 2012 catapultaron la economía de la locomotora europea y la posicionaron en el segundo puesto como polo de atracción entre las potencias (EU es la primera); y aun así, domina aquí y en otras naciones de la UE la xenofobia contra los inmigrantes, incluidos los de la UE. Complacer a la clientela es, en política, algo que generalmente traiciona las mejores causas.
Para los mexicanos es un tema de trascendencia dada la gran cantidad de connacionales que radican en EU, enriqueciéndolo económica y culturalmente, y de que más de seis millones aún esperan la prometida reforma migratoria de Obama que, por ahora, está en el congelador debido a las posturas retrógradas de la extrema derecha. En 2009 ocurrió un hecho que nos puso en alerta sobre los inconvenientes de la falta de claridad mexicana acerca de cómo establecer relaciones con nuestros socios norteamericanos, basadas en normas y acuerdos de corresponsabilidad claros y no en el voluntarismo político de las partes. Me refiero a la imposición de visas de Canadá a México, que no existía en el pasado. Si bien ya conocemos las razones, la decisión sorprendió por su agresiva unilateralidad. No queda claro cuándo eliminará Ottawa del todo esta penosa restricción, más por ser México uno de sus dos socios norteamericanos. Las repercusiones han sido varias: mansa respuesta mexicana al “imponer” visas a funcionarios y empresarios de Canadá y enrarecimiento de la relación; disminución del turismo mexicano y desconfianza hacia la política humanitaria canadiense. Como en el caso de EU, Canadá privilegia una conveniente tolerancia a aquellos que migran con capital a fin de hacerse acreedores a la residencia y eventualmente a su naturalización. También domina en su política de inmigración un doble rasero de histórica trascendencia, quizá poco conocido para quienes en México seguimos esperando de Canadá congruencia y mayor respeto. Efraim Zuroff publica en su libro Operation last chance un capítulo, “Los nazis bajo la hoja de maple”. Relata Zuroff, conocido como uno de los más destacados cazadores de nazis, que Canadá fue un santuario para excolaboradores del nazismo desde la segunda posguerra hasta al menos finales de los ochenta. En 1985, Canadá crea la Deschênes Commission (nombrada por el juez que la encabezó, Jules Deschênes) ante el rumor de que el doctor Josef Mengele, el siniestro “doctor de la muerte” de Auschwitz, podía estar en Canadá. Aunque nunca se probó plenamente la presencia de Mengele, en el reporte de la comisión se reconoce la posibilidad de que otros nazis “responsables de crímenes de guerra relacionados con las actividades de la Alemania nazi estén actualmente residiendo en Canadá”. Simon Wiesenthal, pionero en la persecución de nazis, que rechazó visitar Canadá por su negativa a juzgarlos, estimó que ese país albergaba aproximadamente tres mil criminales de guerra (similarmente a lo ocurrido en EU, Australia y Reino Unido). El desenlace es lamentable toda vez que la comisión y el gobierno canadiense se negaron en esencia a la persecución de los nazis bajo el argumento de que la comisión no había sido “‘creada para procesar uno o varios grupos particulares de canadienses’ o ‘revivir viejos odios que alguna vez existieron entre comunidades, las cuales deberían hoy vivir en paz en Canadá’”. No obstante, la comisión fue funcional: bajo presión política, actuó para encauzar procesos legales contra al menos 200 casos de criminales de guerra que, en todo caso, nunca fueron juzgados (la mayoría) ni sentenciados (ninguno) o desnaturalizados (sólo ocho, antes de 2009). La historia da muchos giros y Canadá no es actor de excepción: su excesiva vigilancia frente a la migración mexicana no es proporcional a su subterránea tolerancia ante la probada presencia en sus tierras de criminales perseguidos por su participación en el Holocausto.
*Investigador y profesor visitante en el Lateinamerika–Institut, de la Freie Universität Berlin
Twitter: @JLValdesUgalde
El boom migratorio alemán ha sido un puntal de su prosperidad; lo que nos lleva a la vieja discusión sobre un tema incomprendido y tratado con doble rasero por las potencias occidentales preeminentes. No es nueva la relación entre migración y riqueza. Menos cuando, como en el caso alemán, se calcula que 60% de su población laboral pasará al retiro en 2020. Ante el declive de su fuerza de trabajo, la inmigración es parte de la solución. Se calcula que los casi 400 mil inmigrantes llegados en 2012 catapultaron la economía de la locomotora europea y la posicionaron en el segundo puesto como polo de atracción entre las potencias (EU es la primera); y aun así, domina aquí y en otras naciones de la UE la xenofobia contra los inmigrantes, incluidos los de la UE. Complacer a la clientela es, en política, algo que generalmente traiciona las mejores causas.
Para los mexicanos es un tema de trascendencia dada la gran cantidad de connacionales que radican en EU, enriqueciéndolo económica y culturalmente, y de que más de seis millones aún esperan la prometida reforma migratoria de Obama que, por ahora, está en el congelador debido a las posturas retrógradas de la extrema derecha. En 2009 ocurrió un hecho que nos puso en alerta sobre los inconvenientes de la falta de claridad mexicana acerca de cómo establecer relaciones con nuestros socios norteamericanos, basadas en normas y acuerdos de corresponsabilidad claros y no en el voluntarismo político de las partes. Me refiero a la imposición de visas de Canadá a México, que no existía en el pasado. Si bien ya conocemos las razones, la decisión sorprendió por su agresiva unilateralidad. No queda claro cuándo eliminará Ottawa del todo esta penosa restricción, más por ser México uno de sus dos socios norteamericanos. Las repercusiones han sido varias: mansa respuesta mexicana al “imponer” visas a funcionarios y empresarios de Canadá y enrarecimiento de la relación; disminución del turismo mexicano y desconfianza hacia la política humanitaria canadiense. Como en el caso de EU, Canadá privilegia una conveniente tolerancia a aquellos que migran con capital a fin de hacerse acreedores a la residencia y eventualmente a su naturalización. También domina en su política de inmigración un doble rasero de histórica trascendencia, quizá poco conocido para quienes en México seguimos esperando de Canadá congruencia y mayor respeto. Efraim Zuroff publica en su libro Operation last chance un capítulo, “Los nazis bajo la hoja de maple”. Relata Zuroff, conocido como uno de los más destacados cazadores de nazis, que Canadá fue un santuario para excolaboradores del nazismo desde la segunda posguerra hasta al menos finales de los ochenta. En 1985, Canadá crea la Deschênes Commission (nombrada por el juez que la encabezó, Jules Deschênes) ante el rumor de que el doctor Josef Mengele, el siniestro “doctor de la muerte” de Auschwitz, podía estar en Canadá. Aunque nunca se probó plenamente la presencia de Mengele, en el reporte de la comisión se reconoce la posibilidad de que otros nazis “responsables de crímenes de guerra relacionados con las actividades de la Alemania nazi estén actualmente residiendo en Canadá”. Simon Wiesenthal, pionero en la persecución de nazis, que rechazó visitar Canadá por su negativa a juzgarlos, estimó que ese país albergaba aproximadamente tres mil criminales de guerra (similarmente a lo ocurrido en EU, Australia y Reino Unido). El desenlace es lamentable toda vez que la comisión y el gobierno canadiense se negaron en esencia a la persecución de los nazis bajo el argumento de que la comisión no había sido “‘creada para procesar uno o varios grupos particulares de canadienses’ o ‘revivir viejos odios que alguna vez existieron entre comunidades, las cuales deberían hoy vivir en paz en Canadá’”. No obstante, la comisión fue funcional: bajo presión política, actuó para encauzar procesos legales contra al menos 200 casos de criminales de guerra que, en todo caso, nunca fueron juzgados (la mayoría) ni sentenciados (ninguno) o desnaturalizados (sólo ocho, antes de 2009). La historia da muchos giros y Canadá no es actor de excepción: su excesiva vigilancia frente a la migración mexicana no es proporcional a su subterránea tolerancia ante la probada presencia en sus tierras de criminales perseguidos por su participación en el Holocausto.
*Investigador y profesor visitante en el Lateinamerika–Institut, de la Freie Universität Berlin
Twitter: @JLValdesUgalde
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