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Un fantasma recorre Europa: la extrema derecha

Actores regresivos de la extrema derecha llegan al poder a grandes pasos...

No sólo el Tea Party en EU desequilibra la política. Actores regresivos de la extrema derecha llegan al poder a grandes pasos, ganan más espacios en Europa y nos dan una lección nada grata, por lo que supone el aumento de su perniciosa influencia en temas sensibles de la agenda política y social europea, como la migración, los derechos humanos, el racismo, el futuro de la democracia y la integración misma. Las elecciones al Parlamento Europeo fueron ganadas por partidos como el Frente Nacional (FN), de Jean-Marie Le Pen, que hoy, bajo la conducción de su hija Marine, pretendía mostrar un rostro más tolerante respecto de temas como el racismo y el antisemitismo, que han envuelto a los Le Pen en una gran polémica. Le Pen padre le acaba de aguar la fiesta a Marine en su estrategia por desdiabolizar al FN y definir a su favor la correlación de fuerzas en el Parlamento Europeo, al revelar su nunca oculta mentalidad fascista. Le Pen declaró que habría que “hornear” (en alusión a los hornos crematorios nazis) al cantante judeo-francés Patrick Bruel, por sus críticas a los Le Pen. No se digan otras afirmaciones de funesta categoría, como cuando declaró que los problemas de la inmigración africana se podrían solucionar por el “señor ébola en tres meses” o aquella que decía que la ocupación nazi de Francia “no fue tan inhumana”. El FN se coloca como la primera fuerza francesa con capacidad de ejercer fuerte liderazgo en Europa frente a los temas ya referidos. Así votaron los franceses, en protesta por el desempleo y contra la relativa tolerancia inmigratoria de Bruselas. Es tanto un triunfo de la intolerancia política como un fracaso de la izquierda y el centro moderado para hacer política de calidad. Ambas, malas noticias. Así votaron también en otros países, en donde ganan terreno otros partidos extremistas de derecha, como el Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ), el Partido por la Libertad holandés (PVV) o el Partido del Progreso noruego (PP). Intriga la persistencia del antisemitismo, del que creíamos curada a la política europea. Estos son partidos que no esconden sus fobias racistas. Además de antisemitas, son antiárabes y antinegros. Aun con la experiencia de la Alemania nazi en la memoria de al menos dos generaciones europeas, la sociedad y la política en Europa no son zonas libres de prejuicios y xenofobia. Prevalece así la intolerancia contra la anómala otredad, generalmente personificada por inmigrantes provenientes del sur del mundo, que se caracterizan por ser “no blancos” y, en muchos casos, con perfiles ideológicos, pero sobre todo religiosos, distintos a los occidentales (muchos de ellos también intolerantes, como el fundamentalismo islámico, dicho sea de paso). La paradoja: esto ocurre en las sociedades más avanzadas e ilustradas, y también con gran diversidad étnica y cultural. También es la evidencia del primitivo nivel de su política, más aún en tiempos de desencanto social, desempleo e incertidumbre económica, todo lo cual es aprovechado por sectores de la clase política, cuya narrativa evidencia torpeza e irresponsabilidad. El FN, el UKIP, el FPÖ, el PVV y el PP son antieuropeístas furibundos y lo que viene con ello. Los caracteriza una narrativa sectaria y excluyente. Aunque no necesariamente representan opciones de largo plazo ni sustentables políticamente, sí nos recuerdan los crudos tiempos en que este mismo discurso fue abanderado por Hitler. Desde su laberinto antitético, harán todo lo posible por perdurar. Su coalición (PPE) en el parlamento tendrá 212 escaños, contra 185 de socialdemócratas y 71 de liberales. Su mayoría representa un peligro para la estabilidad de Europa y el mundo de hoy. Preocupa principalmente el contenido antisemita de su discurso. De hecho, su gradual ascenso ha provocado una importante ola migratoria de judíos a Israel, que huyen de sus ataques que incitan al odio a sus seguidores y a otros sectores que, aunque minoritarios, han sido perniciosos para la armonía social. Podría ser que la Europa del siglo XXI no ha superado la cruda del Holocausto y no quiere perdonar a los judíos por éste. ¿O será, como lo pone el polémico periodista italiano Giulio Meotti: que “Europa no quiere vivir bajo la carga sicológica de Auschwitz por siempre: los judíos son recordatorios vivos del fracaso moral de Europa”?

*Investigador y profesor visitante en el Lateinamerika–Institut, de la Freie Universität Berlin
Twitter: @JLValdesUgalde

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