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El caso de un déspota poco ilustrado


A estas alturas de su Presidencia autodestructiva y desperdiciada, haga lo que haga, Donald Trump es percibido como falso, mentiroso y hasta perverso.  

14 de Mayo de 2017

Ya incluso se le considera como un sujeto bipolar. Es este, en suma, un periodo de gobierno de tal regresión en el que el gobierno estadunidense se encuentra no sólo hecho bolas, sino en una crisis institucional sin precedentes desde que Nixon despidió al fiscal especial Archibald Cox, como parte de su estrategia del “Madman” en los aciagos tiempos del Watergate y a través de la cual intentaba intimidar a sus contrincantes, aparentando un perfil de inestabilidad.

El martes pasado, Trump despidió abruptamente al director del FBI, James Comey, quien a su vez estaba a cargo de la investigación sobre el involucramiento del trumpismo en el contacto ruso. Ya ha trascendido que Trump intentó intimidar a Comey durante una cena privada en la Casa Blanca, exigiéndole lealtad absoluta y la garantía de que no había caso en su contra en el Rusiagate.

Ahora trasciende que el presidente le ofrece a Comey no divulgar la conversación, que presumiblemente grabó, a cambio de su silencio y abstención de declarar en los comités congresionales y en otras instancias en que esta investigación se lleva a cabo.

Al despido grosero de un personero que incluso había sido útil para permitir su triunfo al desprestigiar a Hillary Clinton, se añade ahora este nuevo escándalo de chantaje que rebaja aún más a este Presidente y su equipo a la medianía que lo distingue día tras día. Ésta fue su amenaza en Twitter: “James Comey desearía que no hubiese grabaciones de nuestras conversaciones antes de empezar a filtrar contenidos a la prensa”.

Las reacciones a este acto impune no se hicieron esperar. Adam Schiff, miembro del Comité de Inteligencia de la Cámara baja, comentó: “Para un presidente que acusó sin bases a su predecesor de haberlo espiado ilegalmente, sugerir que él mismo incurrió en una conducta similar es asombroso... el Presidente debería hacer entrega al Congreso de cualquier grabación, o admitir una vez más haber hecho deliberadamente una declaración desviada y, en este caso, amenazante”.

Día tras día, Trump está creando nuevas crisis. En su afán por combatir el establishment, no es capaz, debido a su terco narcisismo y a su supina ignorancia de la cosa pública, de entender sus obligaciones constitucionales y la división de poderes de la democracia estadunidense, que hasta ahora se ha mantenido gracias, principalmente, a las acciones de contención del poder judicial.

Es más, a su ausencia de sensibilidad, la cual es rebasada por su megalomanía, Trump se muestra como un sujeto sin convicción democrática alguna. Su estilo es personalista y autoritario. Se trata de un actor desequilibrado, en crisis emocional permanente, inseguro y paranoico que está poniendo en serio riesgo el orden constitucional estadunidense y de pasada los muchos arreglos institucionales locales y globales, que está desintegrando consistentemente. Es Trump y su ego contra el mundo y en contra de todo lo que lo cuestione. Se encuentra enfrascado en un juego de suma cero en defensa sólo de sí mismo y en el que el “ganar-ganar” es su único objetivo, no importando en todo esto, el interés nacional.

En su embate contra Comey, Trump ha sellado para mal su futura relación con el sistema de inteligencia, el cual le puede hacer mucho daño de continuar su cruzada en contra del FBI y filtrar la información que tan bien Trump ha ocultado, incluidos sus vínculos con Rusia, tiempo atrás con la mafia y el verdadero estado de su misteriosa situación fiscal, que se niega a revelar. Está también en entredicho el apoyo de los republicanos, quienes ya empiezan a mostrar signos de cansancio ante la ineptitud y múltiples patologías de Trump. El desgaste institucional provocado por el trumpismo ha provocado que el Presidente esté siendo devorado por todos los demonios que ha despertado. Ciertamente, consecuencia de la existencia de un déspota ignorante y grotesco.

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