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El muro: de la payasada, a la poquedad y la estulticia

No sólo dejó Estados Unidos solo al gobierno de Peña Nieto en la reunión extraordinaria de la OEA en Cancún y no mandó a su secretario de Estado a debatir sobre el grave conflicto venezolano. Ahora, de nueva cuenta y por razones que ignoramos, el Presidente de México se prestó a las humillaciones de Donald Trump.

09 de Julio de 2017

No sólo evitó de nuevo mandar señales de inconformidad y protesta por las formas y el fondo del discurso antimexicano de Trump. Lo saludó con complacencia y aceptó in situ la reiteración humillante de Trump sobre la imposición del muro y su propósito de que México pague por él. Qué lejos está Peña y su gente de la elegancia con la que Emmanuel Macron contestó a Trump.

La reiteración trumpista (la hayan “oído” o no, Peña y Videgaray) ocurrió (y fue “oída por todos”) con motivo de la reunión del G20 en Hamburgo, Alemania. Es decir, este hecho ocurrió a los ojos del mundo entero y fue cubierto por todos los medios de comunicación internacionales, sin que el gobierno de México haya dado algo más que explicaciones simplistas (“no lo oímos”) ni ofrecido ninguna disculpa a los mexicanos al respecto. Se trataba de una reunión on the side lines, es decir, no de Estado ni oficial, en la que no necesariamente se tendría que hablar de la relación bilateral en los mismos términos en que Trump lo ha hecho y Peña Nieto se lo ha permitido. Más aún, cuando al hacerlo así, se rompía una promesa previa de no tocar el tema del muro o de su financiamiento, que desde luego Trump ha incumplido reiteradamente ante la complacencia del presidente mexicano y de su canciller.

Esta ausencia de poder del Estado en el ámbito de la política exterior no es nueva. La pregunta es, si será casual o deliberadamente abyecta la respuesta estatal mexicana con el iluso propósito de, todavía, poder contar con la venia del gran señor de los rascacielos, hoy devenido en jefe de Estado abrupto y desquiciado. Lo hemos dicho en esta columna: Trump es un político narcisista, advenedizo, una anomalía democrática y un peligro mundial, que se volvió presidente gracias, en parte a la ignorancia de un sector del electorado, pero también a la descomposición del sistema electoral semimonárquico que sigue dominando y oprimiendo la democracia sociopolítica estadunidense. Y que fue previamente exacerbado por el hecho de que un político afroestadunidense se haya atrevido a contender por la Presidencia y ganarla.

Regresa la época del oscurantismo binacional y el gobierno de México no hace nada por contenerlo. Al contrario, lo auspicia desde que en agosto de 2016 le jugó una mala pasada a los mexicanos, cuando invitó a Trump a realizar una visita y recibió al candidato en Los Pinos —entonces abajo en las encuestas— con la pompa de una visita de Estado. Más lamentable y vergonzoso fue el hecho de que a su regreso a EU, en un acto político en Phoenix, Arizona, el bufón en jefe atizara de nuevo la hoguera al declarar que México pagaría por el susodicho muro.

Lo ha hecho de nuevo, pero esta vez ya como Presidente y bajo los reflectores globales. La falta de respuesta de Peña pone en evidencia de nuevo la flaqueza con la que el gobierno ha actuado en la definición de su política estadunidense en particular y exterior en general. De haber tenido la oportunidad, desde 2015 cuando Trump se lanzó contra México para proyectarse como candidato presidencial, para refundar la política internacional de México, se ha llegado al abandono y a la poquedad en la defensa de los intereses del Estado y la sociedad mexicanos.

No hay sentido de grandeza en este gobierno. La huída hacia atrás del Estado en este y otros temas, expone a la ya de por sí frágil soberanía institucional y la seguridad existencial de los mexicanos en México y en el extranjero.

En suma, en este acto se mostró muy lamentablemente el grado de enorme debilidad del jefe del Estado y lo muy fallida que ha resultado su política exterior.

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