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El largo descontento de un corto gobierno, de miras cortas


Gobernar no es improvisar, ni imponer, ni escandalizar o atemorizar escatológicamente a miembros del respetable, sólo por la obsesión de perpetuarse en el poder, todo lo cual es vil traición a Don Benito Juárez; dicho sea directamente: es signo de perturbación emocional y antitético frente a los postulados de inclusión y tolerancia contemplados por el liberalismo del mismísimo Benemérito. Tampoco lo es hacerlo desde el arribismo electorero, cuando ya se habita Palacio. Gobernar no es encubrirse bajo la legítima representación del candidato, para luego (por puro ocio sádico) justificar las inconsistencias del Príncipe, o encubrir las incoherencias propias en nombre de los errores de los otros. La ineficacia e ineficiencia en el oficio de gobernar - acto que supone grandes habilidades de técnica política-, no es poco peligrosa. Y cuando ocurre, desestabiliza. Para tener legitimidad se tienen que lograr la búsqueda de los consensos, capacidad de convocatoria plural e incluyente, buen juicio socio económico y político, claridad estratégica, ecuanimidad mental y emocional, amplia visión sobre la aldea global, etc. Un líder electo democráticamente (el cual, pensamos se ostenta como demócrata), no se queda solo acompañado por “su” gente cuando llega a la silla, se queda también acompañado por su “no gente”. Y es un asunto de convicción de política democrática aceptarlo. Se tiene que volver un estado de ánimo de su corpus político. Es decir, se trata de un líder que deba de responder más a la demanda de su “no gente”, que a la de su “sí gente”. Para evitar, así, no quedarse irremediablemente solo. Sin el uno y sin el otro.
Este líder sabe que su elección es sellada y ratificada no sólo por su mayoría, sino también por los pendientes que su minoría le exige que cumpla. Si el líder no entiende esto desde un cabal espíritu republicano, entonces, no solamente no es un líder nato, sino que no es tampoco un líder republicano, ni tampoco un demócrata. Esto es lo que urge que entiendan los autócratas del mundo entero, por más tentación despótica que los carcome desde su temprana juventud política. Este líder se castra a sí mismo por su obsesión en seguir en la línea de un liderazgo, si bien expresión de mayorías relativas, pero que se niega a sí mismo en su incapacidad de ser también líder de su no existente mayoría, la cual, al confrontarse a opositores y abstencionistas, no está claro que se pueda declarar como mayoría absoluta, mayoría de garantía para permitir que su gobernanza les dé garantías a aquellos que ostentan, desde su mal concebida pluralidad, a la nación como suya. Este líder, se convierte en un líder autoritario, autócrata, sin control sobre sí mismo. Y que ya no es dueño de su persona política, la cual sacrificó en aras de sus impulsos sectarios. Así está pasando en EU, Gran Bretaña, Hungría, Turquía, Rusia, Venezuela, Nicaragua, México. De aquí la importancia de preservar celosamente la democracia, como la mejor defensa en contra de personalidades peligrosas.

Max Weber postuló que el Estado, esa comunidad que exitosamente reclama el derecho del legítimo uso de la fuerza territorial para la defensa de la soberanía democrática, es también el espacio para una vida pública de contrapesos a fin de evitar los excesos. AMLO nunca usará la fuerza en contra de los músculos antidemocráticos del submundo dinosáurico, que pretenden un empoderamiento antidemocrático desde la acción desestabilizadora. ¿La razón? Él mismo es un subproducto de ese órdago. Se pertenecen mutuamente. Ante su necia narrativa chovinista, hoy, México no es grande ni para el mundo ni para la mayoría de los mexicanos como se pretende que creamos y no es ejemplo salvo desde la retórica política cerrada, la cual es seguida atentamente por Estados neo autoritarios. Las más de 15 renuncias en el gabinete legal y ampliado, especialmente la de Carlos Urzúa, nos obligan a prender las luces naranja de la agenda de riesgo que como sociedad tenemos que construir. Esta renuncia y las medias verdades confesadas por Urzúa, muestran a un gabinete subordinado a la ley de un presidente autoritario y equivocado. De la misma forma en que AMLO quiere someter a los demás poderes del Estado, ya lo logró con su propio gabinete al que no escucha. Aunque AMLO haya bajado 10 puntos en la aceptación del público entre noviembre y la actualidad, sorprende cómo esta legitimidad no le es suficiente como para dejar en paz a los otros dos poderes de la República. La única respuesta posible a la interrogante es que el presidente se haya dejado vencer por el impulso intolerante con el que ha coqueteado por años.

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