El secretario de Energía y luego de Hacienda con Felipe Calderón, José Antonio Meade Kuribreña, fungirá como el nuevo canciller de la República. En esta nueva responsabilidad Meade tiene ante sí grandes retos. El primero será rehabilitar la política exterior mexicana (PEM) que en los últimos seis años fue prácticamente dejada en la lona: quedó desahuciada y su burocracia, de por sí conservadora, vivió sumamente desorientada con respecto a los derroteros de la diplomacia mexicana. Se trató de una PEM sin gracia ni contenidos estratégicos y secuestrada por Los Pinos, desde donde a la primera oportunidad se vociferó y reaccionó en lugar de accionar políticas razonadas y de Estado con miras a posicionar a México coherentemente en el entorno global y regional. Salvo las COP, el resto de la diplomacia calderonista se quedó en el despropósito y transcurrió de desatino en desatino. Sólo como uno de tantos ejemplos para refrescar la memoria acerca de la antidiplomacia que predominó en el sexenio de Calderón, recordemos el caso del ex embajador Pascual, quien fue defenestrado por una acción caprichosa del ex Presidente que no fue parada ni por los esfuerzos de Hillary Clinton. Ocurre que el entorno de Calderón nunca entendió el mundo que lo rodeó y tampoco tuvo respuestas para los variados y complejos nuevos asuntos que como potencia emergente tenía y tiene la obligación de inteligir.
La tarea no era fácil: no sólo había grandes limitaciones intelectuales en Tlatelolco y Los Pinos, también había limitaciones técnicas y tácticas: el calderonismo había decidido basar suicidamente toda su política sobre una sola premisa: la seguridad. No sólo nunca se contempló debatir abiertamente los formalismos de la PE mexicana ni tampoco soslayar las limitaciones internas que le imponía su táctica monotemática y miope. Tampoco existieron los consensos ni la voluntad política (y de esto el PRI tiene una grave responsabilidad) para transformar el país por medio de reformas estructurales que le dieran sustento y fuerza endógena a una PEM más abierta, modernizadora y pro activa, y al país una identidad que fuera más allá del parroquialismo de siempre. A este estancamiento, que atribuyo también a la poca capacidad de negociación política de Calderón, contribuyó el hecho de que en la cancillería no había nadie, de la cabeza para abajo, que responsablemente le indicara al Presidente de sus imprecisiones o, de perdida, lo asesorara debidamente sobre los riesgos de ciertas decisiones que acabarían por ser erráticas. Al final tuvimos una política exterior que sucumbió al “síndrome Malintzin”. Esta política padeció de la dicotómica, pero sufridora y cíclica ola de amor y odio con relación a lo extranjero y por lo tanto se convirtió en una política que no fue de ningún lado, ni regional ni temáticamente. Con Calderón los mexicanos nos seguimos mirando al ombligo. ¿Se combatirá acaso este letargo en el gobierno de EPN?
El reto del nuevo canciller es sacar a la PE del bache en que quedó después de años de fallos consecutivos y que nos dejan la percepción de fracaso en lo que se refiere al avance de los grandes temas de la agenda internacional mexicana, así como las mejores maneras de lograr una inserción auténticamente productiva de México en la definición de soluciones a los grandes problemas globales. Pudiendo haber avanzado, el país quedó rezagado frente a naciones como Brasil y Corea. El perfil del nuevo canciller es de facto un anuncio de cambio en los contenidos de la acción diplomática. Su perfil economicista y su no pertenencia al Servicio Exterior de Carrera son de sí un aviso significativo a la burocracia de Tlatelolco. Parece sugerirse que una modernización es urgente, que una política exterior económica será punta de lanza de su función. Que la misma tendrá que reflejar las reformas estructurales —supuestamente en marcha— para poder ser efectiva. Y que una vez dado este paso, habremos de ver un debate hacia la transformación de las bases constitucionales mismas (mínimamente el artículo 89-X) que mantienen a esta PEM en el remoto pasado de las cavernas posrevolucionarias y no en el escenario global, relativamente prometedor de modernidad y progreso, y para el que la mayoría de los actores globales serios se han venido preparando desde el siglo pasado. ¿Será?
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