Yo no soy yo, ¡yo soy un pueblo, carajo!
Hugo Chávez
Ni los hermanos Castro ni el propio Hugo Chávez, hoy en un estado de salud incierto, podrían haber calculado tan buenos resultados en el proceso político de ese país. Entre el anuncio difuso de su padecimiento, la primera operación en Cuba y la desaparición más reciente del mandatario el 10 de diciembre pasado, se ha construido un ambiente por demás excepcional en que el puro mito ha sido capaz de llenar su ausencia. Y pareciera que entre más se prolonga esta ausencia más poder adquiere el mito entre algunos sectores de la sociedad venezolana. Sin tener por que llamarnos al azoro —se trata de un proceso montado ágilmente desde que Chávez garantizara su inmortalidad—, la perpetuidad del chavismo, si Chávez fallece, parece garantizarse, incluso más allá de la norma constitucional al respecto, que cada quien está interpretando como mejor le conviene. Hanz Dietrich, ideólogo marxista alemán y asesor de Chávez ya lo anunció: “Habrá chavismo sin Chávez”. Se trata de un juego político en el que Chávez es el primer y último hombre de la Revolución Bolivariana, de la política venezolana y de un proceso de deificación que oportunamente Chávez logra capitalizar con enorme eficiencia al apropiarse de Simón Bolívar tal y como Fidel y Raúl Castro lo hicieran con Martí, independentista liberal al fin; y de aquí, al diluvio. Y también un símbolo paradigmático de cómo el caudillismo y un régimen cerrado se pueden imponer con tal habilidad en pleno siglo XXI y con un marco normativo que, aunque no parece que se respetará, sí ha abonado a que se mantenga el régimen y el control que el chavismo ha ejercido gradualmente sobre los tres poderes en forma cuasi vertical desde hace 14 años. Todo lo cual le daría al chavismo (ya en la forma de Nicolás Maduro, vicepresidente, o de Diosdado Cabello, presidente del parlamento o Asamblea Nacional) garantías de permanencia “ad eternum”.
Tony Judt escribió en Pensar el siglo XX, que la historia es la oportunidad propicia para cumplir con su gran objetivo: la dilucidación de la verdad. Se trata, pensaba Judt, de aclarar “que la verdad de la autenticidad es distinta a la verdad de la honestidad”. No pretendo hacer un reclamo contra el uso legítimo (aunque demagógico y catastrofista) de la política para obtener y retener el poder consumado por el chavismo desde 1998. Lo que me parece delirante es que, en el marco de una bien disimulada división interna, catapultada por la gravedad de Chávez, el chavismo haya perdido la autenticidad frente a sí mismo y sus observadores en la medida en que se está extraviando, en el medio de un drama de una cursilería superlativa y que degrada al propio Chávez, quien ahora probablemente agonice en su clínica cubana. Esto desde luego incluirá los mecanismos (líder carismático incluido) por medio de los cuales el populismo chavista se volvió el tótem renovado de una vieja tradición latinoamericana. No está claro que Maduro o Cabello lo puedan revivir y mantener sin causar un baño de sangre que, ciertamente, y a pesar de la represión a los opositores, el liderazgo de Chávez contenía relativa aunque eficazmente.
La Constitución diseñada por el chavismo como el autorretrato imprescindible hacia la perpetuidad de un liderazgo, es hoy manipulada por el liderazgo chavista. Y no me refiero sólo al caso del artículo 230 que es ambiguo en los límites sobre el número de periodos reeleccionistas. Se trata más bien del 233 que establece que el 10 de enero se realice la toma de posesión la que, si somos serios, la tendría que encarnar el propio Chávez. De otra forma y ante esta ausencia física del titular de la presidencia, ésta la tendría que asumir el presidente del Parlamento. La advertencia de Maduro de que el 10 de enero seguirá adelante sin la presencia del líder (que es toda una provocación para Cabello y el Parlamento, a menos que planeen actuar en contubernio), abrirá un hueco constitucional que no sólo sentará jurisprudencia en su contra, sino que puede destruir al chavismo para siempre. Lo único que les quedaría posteriormente sería el franco golpismo totalitario
Hugo Chávez
Ni los hermanos Castro ni el propio Hugo Chávez, hoy en un estado de salud incierto, podrían haber calculado tan buenos resultados en el proceso político de ese país. Entre el anuncio difuso de su padecimiento, la primera operación en Cuba y la desaparición más reciente del mandatario el 10 de diciembre pasado, se ha construido un ambiente por demás excepcional en que el puro mito ha sido capaz de llenar su ausencia. Y pareciera que entre más se prolonga esta ausencia más poder adquiere el mito entre algunos sectores de la sociedad venezolana. Sin tener por que llamarnos al azoro —se trata de un proceso montado ágilmente desde que Chávez garantizara su inmortalidad—, la perpetuidad del chavismo, si Chávez fallece, parece garantizarse, incluso más allá de la norma constitucional al respecto, que cada quien está interpretando como mejor le conviene. Hanz Dietrich, ideólogo marxista alemán y asesor de Chávez ya lo anunció: “Habrá chavismo sin Chávez”. Se trata de un juego político en el que Chávez es el primer y último hombre de la Revolución Bolivariana, de la política venezolana y de un proceso de deificación que oportunamente Chávez logra capitalizar con enorme eficiencia al apropiarse de Simón Bolívar tal y como Fidel y Raúl Castro lo hicieran con Martí, independentista liberal al fin; y de aquí, al diluvio. Y también un símbolo paradigmático de cómo el caudillismo y un régimen cerrado se pueden imponer con tal habilidad en pleno siglo XXI y con un marco normativo que, aunque no parece que se respetará, sí ha abonado a que se mantenga el régimen y el control que el chavismo ha ejercido gradualmente sobre los tres poderes en forma cuasi vertical desde hace 14 años. Todo lo cual le daría al chavismo (ya en la forma de Nicolás Maduro, vicepresidente, o de Diosdado Cabello, presidente del parlamento o Asamblea Nacional) garantías de permanencia “ad eternum”.
Tony Judt escribió en Pensar el siglo XX, que la historia es la oportunidad propicia para cumplir con su gran objetivo: la dilucidación de la verdad. Se trata, pensaba Judt, de aclarar “que la verdad de la autenticidad es distinta a la verdad de la honestidad”. No pretendo hacer un reclamo contra el uso legítimo (aunque demagógico y catastrofista) de la política para obtener y retener el poder consumado por el chavismo desde 1998. Lo que me parece delirante es que, en el marco de una bien disimulada división interna, catapultada por la gravedad de Chávez, el chavismo haya perdido la autenticidad frente a sí mismo y sus observadores en la medida en que se está extraviando, en el medio de un drama de una cursilería superlativa y que degrada al propio Chávez, quien ahora probablemente agonice en su clínica cubana. Esto desde luego incluirá los mecanismos (líder carismático incluido) por medio de los cuales el populismo chavista se volvió el tótem renovado de una vieja tradición latinoamericana. No está claro que Maduro o Cabello lo puedan revivir y mantener sin causar un baño de sangre que, ciertamente, y a pesar de la represión a los opositores, el liderazgo de Chávez contenía relativa aunque eficazmente.
La Constitución diseñada por el chavismo como el autorretrato imprescindible hacia la perpetuidad de un liderazgo, es hoy manipulada por el liderazgo chavista. Y no me refiero sólo al caso del artículo 230 que es ambiguo en los límites sobre el número de periodos reeleccionistas. Se trata más bien del 233 que establece que el 10 de enero se realice la toma de posesión la que, si somos serios, la tendría que encarnar el propio Chávez. De otra forma y ante esta ausencia física del titular de la presidencia, ésta la tendría que asumir el presidente del Parlamento. La advertencia de Maduro de que el 10 de enero seguirá adelante sin la presencia del líder (que es toda una provocación para Cabello y el Parlamento, a menos que planeen actuar en contubernio), abrirá un hueco constitucional que no sólo sentará jurisprudencia en su contra, sino que puede destruir al chavismo para siempre. Lo único que les quedaría posteriormente sería el franco golpismo totalitario
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