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Obama ante un nuevo mandato


Obama inició un segundo  mandato como el séptimo presidente de la historia en haber sido electo por dos veces consecutivas con más del 50% del voto. Quizás para algunos observadores esto resulte una redundancia, pero no es un logro menor que esto haya ocurrido así. Obama heredó de George W. Bush y de la gestión republicana, la peor historia recesiva de la economía desde Roosevelt; a una derecha con delirios de regreso al apartheid que EU fue (y no volverá a ser), sólo por no poder tolerar su rabia de tener que aguantar que un presidente negro y luego progresista dirija sus destinos; también hereda varias crisis acumuladas en el curso de su primer período, debido a su apuesta por la salud universal, la reforma migratoria (emplazada con poco ánimo en su primer periodo, por cierto), una política exterior multilateralista más sensible a los intereses de la comunidad internacional y a la emergencia de nuevos actores globales preeminentes que han puesto en cuestión el dominio absoluto de Washington en temas globales; y más recientemente, por la disposición de Obama en combatir la cultura militarista personificada nítidamente por la NRA y llevada al extremo por la tragedia de los pequeños niños asesinados en Newtown. La postura de Obama y su propuesta de ley para prohibir la venta de armas de asalto a particulares junto a más de 20 medidas significativas, representa una apuesta inédita y significativa en este inicio de mandato del presidente.

Así como nunca un candidato es lo mismo que un presidente electo, tampoco nunca será lo mismo el primer período presidencial que el segundo. Esto ha ocurrido con todos los presidentes reelectos en EU. Paradójicamente el segundo mandato de Obama supone menos presiones pero también estará acotado, sobre todo por los tiempos y el clima emocional de la prospectiva sucesoria: el presidente en EU llega virtualmente al fin de su mandato al tercer año de su segundo período y tiene poco tiempo para llevar a cabo sus planes. En este tiempo su poder disminuye y es acotado por la pugna por el poder. También queda limitado por las condiciones que le impone la correlación de fuerzas en el poder legislativo. Es decir, el Jefe del Ejecutivo se convierte en un “lame duck” o pato cojo, como suele decirse, en el curso de su propio mandato.

No obstante, también se trata de un período en que el mandatario ya está liberado de los compromisos políticos tradicionales que caracterizaron el cuatrienio previo y más preocupado por dejar un legado de trascendencia. En este sentido, Obama tiene grandes posibilidades de dejar una huella profunda en la historia política estadunidense. Varios son los temas en que esto podría ocurrir. Muchos de ellos fueron delineados en su discurso del pasado 21 de enero (mismo día en que se conmemoró a Martín Luther King), quizás el más progresista y modernizador de todos los que haya pronunciado, esta vez con un más claro y fino toque retórico que recordó tanto a Lincoln (unidad nacional) como a Kennedy (“nuestra generación”), dos de sus presidentes más admirados. Obama se pronunció por mantener la unidad nacional, construir un esquema eficiente de distribución de justicia y equidad social; propuso la preservación de la paz mundial e, invirtiendo a Kant afirmó: “creemos que la paz y la seguridad verdaderas no requieren una guerra perpetua”; se refirió también al cambio climático, la migración y otros temas sociales que son ciertamente de alta sensibilidad en este momento convulso que vive la política estadunidense. Ante tal mensaje de optimismo renovador de Obama, habremos de ser testigos muy pronto el grado de sensibilidad de los actores políticos. Especialmente interesante resultará ver si los republicanos, herederos de Lincoln el abolicionista, y quienes han rechazado sistemáticamente reconocer los temas del programa social de Obama como parte de la agenda pendiente (¡han llegado a afirmar que el calentamiento global es un invento de los científicos para obtener más recursos!), son capaces de responder al gran reto de regresar a la civilidad política y abandonar el extremismo reaccionario que tan malos réditos le ha rendido electoralmente.

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