José Luis Valdés Ugalde
09/02/2014, en Excélsior
Recordarán, estimables lector@s, la protesta que desde el pódium de premiación olímpico protagonizaron los atletas estadunidenses, John Carlos y Tommie Smith, en nuestro muy memorable México 68. Ambos se enfundaron un guante negro y levantaron el puño en apoyo a los derechos civiles, la defensa de los derechos humanos y en contra del racismo en EU: tiempos de represión en contra de la población afroestadunidense. Fueron también tiempos definitorios que marcaron la historia social estadunidense y encauzaron institucionalmente la solución a un prolongado conflicto. John Carlos fue condenado al ostracismo por el establecimiento olímpico como advertencia a todo aquel que quisiera valerse de los Juegos Olímpicos como un espacio de protesta o de manifestación política.
Esto viene a cuento porque los Juegos Olímpicos de Invierno que se celebrarán en Sochi, Rusia, del 7 al 23 de febrero, tendrán lugar en momentos de riesgos terroristas de alta intensidad (Sochi está inmersa en la región más convulsa del yihadismo en Rusia) y sobre todo, de convulsión política interna debido a la ley en contra de la población homosexual que se aprobó en la Duma Rusa y que prohíbe, entre otras cosas, “la propaganda sobre relaciones sexuales no tradicionales”. La ley, firmada por el presidente Putin, tiene entre sus ordenanzas que se castigará a cualquier persona bajo sospecha de “actuar” como homosexual en público, en internet, en las escuelas, en la Duma misma y, además, veta el derecho de las parejas homosexuales a adoptar. La ley también se aplicará contra los extranjeros bajo sospecha de ser homosexuales o de compartir información sobre el particular, lo cual se castigará con dos semanas de cárcel. Ya fueron arrestados cuatro turistas holandeses bajo la acusación de difundir propaganda homosexual entre niños. El hecho es que a estas alturas, puede resultarle más costoso a Putin su machismo homofóbico y el de la arcaica clase política rusa, que el propio terrorismo (Moscú ha gastado en seguridad dos mil millones de los 50 mil millones de dólares invertidos, que la hacen la olimpiada de invierno más cara de la historia). La inmediata consecuencia de estos dos riesgos (sin incluir la profundización de la crisis en Ucrania, que obliga a Putin a verse en ese espejo) sería exponer todavía más su deteriorada imagen pública, ganada a pulso dados los altos índices de corrupción y del retraso histórico a que ha sometido a la política, la sociedad y la economía rusa. Existe un intenso debate entre las organizaciones de derechos civiles acerca de si merece la pena manifestarse en contra de las medidas de Putin hacia la población homosexual (como se hiciera en 1968). Los miembros de las respectivas delegaciones tendrán de suyo sobradas razones para pronunciarse, ya por tener en sus filas individuos que son gay o simplemente porque simpatizan con su causa. Los riesgos de veto serían de alto riesgo para ellos, aunque las implicaciones políticas serían fatales para Putin, quien ya alardea con el surrealista y poco consistente mote de: “Russia Great, New, Open!” Hoy mismo, el Presidente ruso ya resiente la decisión de Obama, quien rompió el protocolo y en protesta decidió no enviar como cabeza de delegación a ningún miembro de la familia presidencial o vicepresidencial, y en su lugar nombró a tres campeones olímpicos, uno de ellos salido recientemente del clóset. Está por verse si en otras delegaciones de países en donde también se ha avanzado sustancialmente en la reivindicación de los derechos de los homosexuales, se toma la misma decisión. Putin desea capitalizar Sochi para salvar cara ante sus excesos internos y externos, y ésta puede ser su última oportunidad. Y no es para menos. Además de las dificultades reseñadas, Rusia pasa por un pésimo momento económico y no crecerá más de 2% en 2014. Su política exterior ofrece poco y es más bien regresiva. Su papel como potencia y miembro de los BRICS se ve empañado por los excesos autocráticos de Putin y de una sociedad política cuasi absolutista que sigue sin estar a la altura de los cambios globales y de la creciente demanda social. Tanto un golpe terrorista, pero aun más, la protesta de propios y extraños ante la represión interna, serían vistos como signos de debilidad y un detonador del final político del ex agente de la KGB.
*Investigador y profesor visitante
en el Lateinamerika–Institut, de la Freie Universität Berlin
Recordarán, estimables lector@s, la protesta que desde el pódium de premiación olímpico protagonizaron los atletas estadunidenses, John Carlos y Tommie Smith, en nuestro muy memorable México 68. Ambos se enfundaron un guante negro y levantaron el puño en apoyo a los derechos civiles, la defensa de los derechos humanos y en contra del racismo en EU: tiempos de represión en contra de la población afroestadunidense. Fueron también tiempos definitorios que marcaron la historia social estadunidense y encauzaron institucionalmente la solución a un prolongado conflicto. John Carlos fue condenado al ostracismo por el establecimiento olímpico como advertencia a todo aquel que quisiera valerse de los Juegos Olímpicos como un espacio de protesta o de manifestación política.
Esto viene a cuento porque los Juegos Olímpicos de Invierno que se celebrarán en Sochi, Rusia, del 7 al 23 de febrero, tendrán lugar en momentos de riesgos terroristas de alta intensidad (Sochi está inmersa en la región más convulsa del yihadismo en Rusia) y sobre todo, de convulsión política interna debido a la ley en contra de la población homosexual que se aprobó en la Duma Rusa y que prohíbe, entre otras cosas, “la propaganda sobre relaciones sexuales no tradicionales”. La ley, firmada por el presidente Putin, tiene entre sus ordenanzas que se castigará a cualquier persona bajo sospecha de “actuar” como homosexual en público, en internet, en las escuelas, en la Duma misma y, además, veta el derecho de las parejas homosexuales a adoptar. La ley también se aplicará contra los extranjeros bajo sospecha de ser homosexuales o de compartir información sobre el particular, lo cual se castigará con dos semanas de cárcel. Ya fueron arrestados cuatro turistas holandeses bajo la acusación de difundir propaganda homosexual entre niños. El hecho es que a estas alturas, puede resultarle más costoso a Putin su machismo homofóbico y el de la arcaica clase política rusa, que el propio terrorismo (Moscú ha gastado en seguridad dos mil millones de los 50 mil millones de dólares invertidos, que la hacen la olimpiada de invierno más cara de la historia). La inmediata consecuencia de estos dos riesgos (sin incluir la profundización de la crisis en Ucrania, que obliga a Putin a verse en ese espejo) sería exponer todavía más su deteriorada imagen pública, ganada a pulso dados los altos índices de corrupción y del retraso histórico a que ha sometido a la política, la sociedad y la economía rusa. Existe un intenso debate entre las organizaciones de derechos civiles acerca de si merece la pena manifestarse en contra de las medidas de Putin hacia la población homosexual (como se hiciera en 1968). Los miembros de las respectivas delegaciones tendrán de suyo sobradas razones para pronunciarse, ya por tener en sus filas individuos que son gay o simplemente porque simpatizan con su causa. Los riesgos de veto serían de alto riesgo para ellos, aunque las implicaciones políticas serían fatales para Putin, quien ya alardea con el surrealista y poco consistente mote de: “Russia Great, New, Open!” Hoy mismo, el Presidente ruso ya resiente la decisión de Obama, quien rompió el protocolo y en protesta decidió no enviar como cabeza de delegación a ningún miembro de la familia presidencial o vicepresidencial, y en su lugar nombró a tres campeones olímpicos, uno de ellos salido recientemente del clóset. Está por verse si en otras delegaciones de países en donde también se ha avanzado sustancialmente en la reivindicación de los derechos de los homosexuales, se toma la misma decisión. Putin desea capitalizar Sochi para salvar cara ante sus excesos internos y externos, y ésta puede ser su última oportunidad. Y no es para menos. Además de las dificultades reseñadas, Rusia pasa por un pésimo momento económico y no crecerá más de 2% en 2014. Su política exterior ofrece poco y es más bien regresiva. Su papel como potencia y miembro de los BRICS se ve empañado por los excesos autocráticos de Putin y de una sociedad política cuasi absolutista que sigue sin estar a la altura de los cambios globales y de la creciente demanda social. Tanto un golpe terrorista, pero aun más, la protesta de propios y extraños ante la represión interna, serían vistos como signos de debilidad y un detonador del final político del ex agente de la KGB.
*Investigador y profesor visitante
en el Lateinamerika–Institut, de la Freie Universität Berlin
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