José Luis Valdés Ugalde
23/02/2014, en Excélsior
José Mujica, el presidente uruguayo, considerado como “el mandatario más pobre del mundo”, ha sido incluido en el último número de Foreign Policy entre los 100 pensadores líderes del mundo de hoy. El mérito que se le concede es el de haber “redefinido a la izquierda latinoamericana”. Mujica maneja su propio vocho ochentero, paga sus cuentas en los restaurantes de Montevideo, además, dona 90% de su salario a obras de caridad y se dedica con alegría a cultivar y cuidar de su granja de crisantemos. Es el Presidente de un país pequeño y bello, con baja industrialización; su austeridad es completa y encomiable, cercana a lo más esencial del republicanismo democrático que quisiéramos en un continente de liderazgos, o bien populistas demagogos y fracasados, como el venezolano, ecuatoriano o argentino, o bien cuasi virreinales, ostentosos y corruptos, como el mexicano o el brasileño. Sus reformas de corte progresista han sido trascendentales para los uruguayos y sin precedentes en el continente, caracterizado por un conservadurismo estremecedor en los temas sociales. Mujica ha promovido con éxito la legalización del aborto, los matrimonios entre parejas del mismo sexo y, para rematar, Uruguay se convirtió en el primer país en legalizar la producción y venta de mariguana (polémica incluida, si se quiere), cuyo propósito es despojar del poder a las mafias traficantes y representa una severa crítica a la estrategia de EU en la materia. Sus medidas han generado debate, pero sobre todo han planteado un desafío tanto a la izquierda, alejándose de su anquilosado antiyanquismo chavista-castrista, como a las élites políticas del continente, que continúan en su indiferente zona de confort hiper-conservador con relación a estos importantes temas de la agenda social y de las libertades ciudadanas que, hoy en día, son moneda corriente en prácticamente todo el mundo occidental.
Por lo pronto, si es que se dudaba de que la gobernanza democrática, pulcramente ejecutada, lleva de la mano a la eficiencia económica y es garante del avance político y el progreso de las naciones (que en Uruguay ha funcionado), sólo observemos los casos argentino y venezolano; no sólo para darnos una idea de cómo ambos han fracasado en el frente político y económico, sino también para demostrar (más a la luz del espejo de Mujica) su inviabilidad como proyectos de Estado con un plan de gobierno que presume ser de izquierda. El fracaso argentino y venezolano de contener inflación, crecer y mantener reservas estables está más que demostrado por los indicadores (que por cierto, Buenos Aires esconde un día sí y otro no): Argentina muestra una inflación de 28% y el mercado negro de divisas se ha desbordado al sobrevaluar el tipo de cambio; la inflación venezolana es de 56.2% y también el mercado negro de divisas es lamentable, y está siete puntos por encima del cambio oficial. Por lo demás, sus reservas de divisas y oro han disminuido dramáticamente, 30 mil y 21 mil millones de dólares respectivamente. En el frente de las libertades, muy dramáticamente en el caso de Venezuela, la furiosa represión contra la oposición por parte de Maduro es un hecho que habla por sí solo de la importancia de garantizar gobernabilidad democrática, combate a la corrupción, cumplimiento de la norma, garantía a las libertades ciudadanas y autonomía y eficacia de las instituciones gubernamentales. En ambos casos (aunque menos enérgicamente con Fernández), lo último es un hecho político escaso, que ha llevado a la ineficacia política y económica del Estado en sus obligaciones con la ciudadanía. No se diga el enorme fracaso político de estos dos proyectos de izquierda no democrática. El ejemplo de Mujica no es menor. Ni Kirchner ni Chávez entendieron la combinación entre democracia, crecimiento y distribución, y optaron, cada uno a su manera y en su tiempo, por darle continuidad a fórmulas populistas desgastadas y de probada ineficacia (cada uno heredó el poder a dos polític@s ineptos). El resultado: su fórmula ni es exitosa económicamente, ni es de izquierda ni es democrática. Su modelo se agotó y esto ha sido claramente comprendido por un exguerrillero uruguayo de 78 años, encarcelado por 14, aguerridamente de izquierda y que hoy se revela como un demócrata progresista, sin estridencias ni desplantes demagógicos. Vaya enseñanza ésta ante el fracaso, ese sí estridente, de nuestros paladines de la izquierda populista.
*Investigador y profesor visitante en el Lateinamerika–Institut, de la Freie Universität Berlin
José Mujica, el presidente uruguayo, considerado como “el mandatario más pobre del mundo”, ha sido incluido en el último número de Foreign Policy entre los 100 pensadores líderes del mundo de hoy. El mérito que se le concede es el de haber “redefinido a la izquierda latinoamericana”. Mujica maneja su propio vocho ochentero, paga sus cuentas en los restaurantes de Montevideo, además, dona 90% de su salario a obras de caridad y se dedica con alegría a cultivar y cuidar de su granja de crisantemos. Es el Presidente de un país pequeño y bello, con baja industrialización; su austeridad es completa y encomiable, cercana a lo más esencial del republicanismo democrático que quisiéramos en un continente de liderazgos, o bien populistas demagogos y fracasados, como el venezolano, ecuatoriano o argentino, o bien cuasi virreinales, ostentosos y corruptos, como el mexicano o el brasileño. Sus reformas de corte progresista han sido trascendentales para los uruguayos y sin precedentes en el continente, caracterizado por un conservadurismo estremecedor en los temas sociales. Mujica ha promovido con éxito la legalización del aborto, los matrimonios entre parejas del mismo sexo y, para rematar, Uruguay se convirtió en el primer país en legalizar la producción y venta de mariguana (polémica incluida, si se quiere), cuyo propósito es despojar del poder a las mafias traficantes y representa una severa crítica a la estrategia de EU en la materia. Sus medidas han generado debate, pero sobre todo han planteado un desafío tanto a la izquierda, alejándose de su anquilosado antiyanquismo chavista-castrista, como a las élites políticas del continente, que continúan en su indiferente zona de confort hiper-conservador con relación a estos importantes temas de la agenda social y de las libertades ciudadanas que, hoy en día, son moneda corriente en prácticamente todo el mundo occidental.
Por lo pronto, si es que se dudaba de que la gobernanza democrática, pulcramente ejecutada, lleva de la mano a la eficiencia económica y es garante del avance político y el progreso de las naciones (que en Uruguay ha funcionado), sólo observemos los casos argentino y venezolano; no sólo para darnos una idea de cómo ambos han fracasado en el frente político y económico, sino también para demostrar (más a la luz del espejo de Mujica) su inviabilidad como proyectos de Estado con un plan de gobierno que presume ser de izquierda. El fracaso argentino y venezolano de contener inflación, crecer y mantener reservas estables está más que demostrado por los indicadores (que por cierto, Buenos Aires esconde un día sí y otro no): Argentina muestra una inflación de 28% y el mercado negro de divisas se ha desbordado al sobrevaluar el tipo de cambio; la inflación venezolana es de 56.2% y también el mercado negro de divisas es lamentable, y está siete puntos por encima del cambio oficial. Por lo demás, sus reservas de divisas y oro han disminuido dramáticamente, 30 mil y 21 mil millones de dólares respectivamente. En el frente de las libertades, muy dramáticamente en el caso de Venezuela, la furiosa represión contra la oposición por parte de Maduro es un hecho que habla por sí solo de la importancia de garantizar gobernabilidad democrática, combate a la corrupción, cumplimiento de la norma, garantía a las libertades ciudadanas y autonomía y eficacia de las instituciones gubernamentales. En ambos casos (aunque menos enérgicamente con Fernández), lo último es un hecho político escaso, que ha llevado a la ineficacia política y económica del Estado en sus obligaciones con la ciudadanía. No se diga el enorme fracaso político de estos dos proyectos de izquierda no democrática. El ejemplo de Mujica no es menor. Ni Kirchner ni Chávez entendieron la combinación entre democracia, crecimiento y distribución, y optaron, cada uno a su manera y en su tiempo, por darle continuidad a fórmulas populistas desgastadas y de probada ineficacia (cada uno heredó el poder a dos polític@s ineptos). El resultado: su fórmula ni es exitosa económicamente, ni es de izquierda ni es democrática. Su modelo se agotó y esto ha sido claramente comprendido por un exguerrillero uruguayo de 78 años, encarcelado por 14, aguerridamente de izquierda y que hoy se revela como un demócrata progresista, sin estridencias ni desplantes demagógicos. Vaya enseñanza ésta ante el fracaso, ese sí estridente, de nuestros paladines de la izquierda populista.
*Investigador y profesor visitante en el Lateinamerika–Institut, de la Freie Universität Berlin
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