José Luis Valdés Ugalde
09/03/2014, en Excésior
Después de los juegos de Sochi, en vísperas de los paraolímpicos de invierno y de la que se augura como fallida cumbre del G8, todos en la misma sede, vemos a Vladimir Putin batallando en contra de lo que podría ser una potencial derrota diplomática en el frente internacional. Esto debido a la rápida evolución de la crisis en Ucrania, una vez expulsado su protegido, el cleptócrata presidente Víktor Yanukóvych, y ahora agudizada por las implicaciones de la invasión rusa de la península de Crimea, extensión territorial de esta república exsoviética. Si bien los olímpicos transcurrieron sin incidentes de gravedad y Putin pudo ganar terreno político y salvar cara ante la comunidad internacional, muy a pesar de la represión a la disidencia y a la apremiante crisis económica, el conflicto en Ucrania lo tiene sumido en un laberinto político y se presenta muy probablemente como una gran prueba de fuego para su gobierno.
Se cuenta que en 1954, en una noche de tormentosa borrachera, Nikita Kruschev decretó la cesión de Crimea a su dominada vecina Ucrania. Desde entonces, Crimea (cuya población en su mayoría es rusa, un cuarto es étnicamente ucraniana y el resto son tártaros) fue zona del influencia del poder soviético-ruso, al tiempo que representaba el único acceso de Moscú al Mar Negro y, en consecuencia, su puerto central para conectarse con el Mediterráneo, África del Norte, Europa central y el Oriente Medio. Después de la disolución soviética, esto no cambió y Crimea seguiría siendo el puerto de salida rusa al mar y la extensión geopolítica más importante para el Kremlin. Esta es, nada menos y nada más, la significancia estratégica que tiene para Moscú el territorio tomado por asalto. No obstante, la Ucrania de hoy, aunque aún plagada de los viejos vicios heredados por la tradición soviética, está compuesta por 46 millones de habitantes, con una sociedad civil urgida de cambios, de independizarse del yugo exsoviético y de un acercamiento mayor con la UE, con miras a convertirse en una de sus partes. Esta república tiene una relevancia significativamente nueva y radicalmente diferente para Europa. Su vecindad con cuatro países europeos, incluida Polonia y por añadidura con la locomotora Alemana, convierten a la crisis de ese país ya no sólo en un problema ruso, sino europeo e internacional. Por su parte, Putin ve y considera a Ucrania y a Crimea no en forma tan distinta a como lo hacía el Kremlin de la Guerra Fría: en una extensión clave de los antiguos feudos geopolíticos de la era soviética. En este sentido, Putin representa, además de al siniestro sistema de inteligencia y espionaje al que perteneció en los viejos tiempos (la KGB), también a las añejas tradiciones imperiales soviéticas. En este terreno, no veremos en esta crisis a un Putin que siquiera simule ya sus obvios impulsos autocráticos, sino a un muy decidido liderazgo que ante su frágil existencia política, se jugará todo por mantener la vieja influencia soviética en esa región e intentar anexar Crimea a Rusia (de ahí su apoyo al referéndum sobre su secesión promovido por parlamentarios crimeanos), salida que sería, quizá ahora que ya perdió Ucrania, la única solvente para la UE y EU. Y es por esto que ha sometido a los aliados occidentales y al sistema global a una presión extraordinaria, cuando no quizá a un severo chantaje. A pesar de las posibles sanciones que se aplicarán a Rusia, Putin, como buen jugador de casino, sabe que tiene el poder del veto energético contra una dependiente Europa del gas ruso y que se trata de un momento en que está en juego, entre otras grandes asignaturas en la que Rusia es necesaria, el acuerdo del G5+1 con Irán y la estabilización de los conflictos en Oriente Medio, empezando con Siria. La estabilidad de Europa queda incluida en sus lances. Es por esto que apuesta alto en un esquema de juego de suma cero. No obstante, la única solución será la diplomática, sin que esto necesariamente implique (aunque haya cesión de Crimea a Moscú) que se deje a Putin salirse impunemente con la suya. Lo cual incluye pensar que todas las medidas ideadas (boicot del G8 incluido) conduzcan a conservar la estabilidad de Ucrania (sin Rusia interponiéndose), de Europa, de las regiones aledañas y del sistema global. En suma, se trata de no ceder ante el chantaje impuesto por Putin, el secuestrador soviético.
*Investigador y profesor visitante en el Lateinamerika–Institut, de la Freie Universität Berlin
Twitter: @JLValdesUgalde
Después de los juegos de Sochi, en vísperas de los paraolímpicos de invierno y de la que se augura como fallida cumbre del G8, todos en la misma sede, vemos a Vladimir Putin batallando en contra de lo que podría ser una potencial derrota diplomática en el frente internacional. Esto debido a la rápida evolución de la crisis en Ucrania, una vez expulsado su protegido, el cleptócrata presidente Víktor Yanukóvych, y ahora agudizada por las implicaciones de la invasión rusa de la península de Crimea, extensión territorial de esta república exsoviética. Si bien los olímpicos transcurrieron sin incidentes de gravedad y Putin pudo ganar terreno político y salvar cara ante la comunidad internacional, muy a pesar de la represión a la disidencia y a la apremiante crisis económica, el conflicto en Ucrania lo tiene sumido en un laberinto político y se presenta muy probablemente como una gran prueba de fuego para su gobierno.
Se cuenta que en 1954, en una noche de tormentosa borrachera, Nikita Kruschev decretó la cesión de Crimea a su dominada vecina Ucrania. Desde entonces, Crimea (cuya población en su mayoría es rusa, un cuarto es étnicamente ucraniana y el resto son tártaros) fue zona del influencia del poder soviético-ruso, al tiempo que representaba el único acceso de Moscú al Mar Negro y, en consecuencia, su puerto central para conectarse con el Mediterráneo, África del Norte, Europa central y el Oriente Medio. Después de la disolución soviética, esto no cambió y Crimea seguiría siendo el puerto de salida rusa al mar y la extensión geopolítica más importante para el Kremlin. Esta es, nada menos y nada más, la significancia estratégica que tiene para Moscú el territorio tomado por asalto. No obstante, la Ucrania de hoy, aunque aún plagada de los viejos vicios heredados por la tradición soviética, está compuesta por 46 millones de habitantes, con una sociedad civil urgida de cambios, de independizarse del yugo exsoviético y de un acercamiento mayor con la UE, con miras a convertirse en una de sus partes. Esta república tiene una relevancia significativamente nueva y radicalmente diferente para Europa. Su vecindad con cuatro países europeos, incluida Polonia y por añadidura con la locomotora Alemana, convierten a la crisis de ese país ya no sólo en un problema ruso, sino europeo e internacional. Por su parte, Putin ve y considera a Ucrania y a Crimea no en forma tan distinta a como lo hacía el Kremlin de la Guerra Fría: en una extensión clave de los antiguos feudos geopolíticos de la era soviética. En este sentido, Putin representa, además de al siniestro sistema de inteligencia y espionaje al que perteneció en los viejos tiempos (la KGB), también a las añejas tradiciones imperiales soviéticas. En este terreno, no veremos en esta crisis a un Putin que siquiera simule ya sus obvios impulsos autocráticos, sino a un muy decidido liderazgo que ante su frágil existencia política, se jugará todo por mantener la vieja influencia soviética en esa región e intentar anexar Crimea a Rusia (de ahí su apoyo al referéndum sobre su secesión promovido por parlamentarios crimeanos), salida que sería, quizá ahora que ya perdió Ucrania, la única solvente para la UE y EU. Y es por esto que ha sometido a los aliados occidentales y al sistema global a una presión extraordinaria, cuando no quizá a un severo chantaje. A pesar de las posibles sanciones que se aplicarán a Rusia, Putin, como buen jugador de casino, sabe que tiene el poder del veto energético contra una dependiente Europa del gas ruso y que se trata de un momento en que está en juego, entre otras grandes asignaturas en la que Rusia es necesaria, el acuerdo del G5+1 con Irán y la estabilización de los conflictos en Oriente Medio, empezando con Siria. La estabilidad de Europa queda incluida en sus lances. Es por esto que apuesta alto en un esquema de juego de suma cero. No obstante, la única solución será la diplomática, sin que esto necesariamente implique (aunque haya cesión de Crimea a Moscú) que se deje a Putin salirse impunemente con la suya. Lo cual incluye pensar que todas las medidas ideadas (boicot del G8 incluido) conduzcan a conservar la estabilidad de Ucrania (sin Rusia interponiéndose), de Europa, de las regiones aledañas y del sistema global. En suma, se trata de no ceder ante el chantaje impuesto por Putin, el secuestrador soviético.
*Investigador y profesor visitante en el Lateinamerika–Institut, de la Freie Universität Berlin
Twitter: @JLValdesUgalde
Como púedes ser tan mediocre, tan pro EE$UU, Cuanto vale tu sucia palabra. Eres ignorante supino, La Madre Rusia nació e Kiev y el golpe armado que tomo el poder de esa ciudada es financiado por tus mercenarios amigos , Pbama , Cargil, Chevron.. Definitivamente escucharte me dio mucha verguenza y ahpra leerte asco. La historia se reescribe y ya sabes , bastarados de tu calaña son expulsados de ella por mediocre.
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