Nunca pensé que durante el año que estamos por despedir —annus horribilis-— fuera a escribir tanto sobre el insufrible Mr. Trump. He tratado de ofrecer algunas luces sobre la biografía de este terrorífico y desequilibrado personaje que irrumpió en la política como todo un advenedizo y ha atentado contra la democracia política y social, desde el lado más oscuro de la condición humana.
24 de Diciembre de 2017
Ya hemos escrito en este espacio editorial acerca de las muchas fallas sintácticas, exabruptos mentales constantes y tics faciales y verbales mussolinianos de Trump, y que tanto han alertado a la comunidad siquiátrica, periodística, académica y diplomática nacional e internacional, acerca del gran atentado a la estabilidad política y económica, y a la seguridad mundiales, que supone la presidencia de Trump. Los riesgos globales para EU y el mundo se han elevado exponencialmente. Y esto es más profundo, recientemente, desde que Washington tomó la deplorable decisión de apoyar el traslado de la capital de Israel a Jerusalén. Decisión, rechazada recientemente por la Asamblea General de la ONU, que han enfurecido a la embajadora Haley como al propio Trump, llevándolos a amenazar con represalias a aquellos países que votaron en contra de EU (“ya hemos anotados sus nombres”).
El tema que está al centro del drama político de Washington es el extremo abuso de poder del que Trump se ha valido para controlar la política estadunidense sin tener credibilidad, y la sola legitimidad que da el Colegio Electoral (no el voto popular), en razón de la arquitectura constitucional con la que se tejió el sistema electoral. En cualquier caso, Trump es un presidente impopular, encubierto por una casta del establishment republicano y los sectores de la extrema derecha, que han decidido inmoralmente por una apuesta de pasado, con tal de garantizar la continuidad, a pesar de la crisis constitucional que se avecina. Estos sectores que lo apoyan, seguramente verán en el 2018 cómo se lo cobrarán los votantes.
Trump obtuvo recientemente su primera victoria en el Congreso, al lograr la aprobación de su reforma fiscal. Misma, que permitirá el mayor recorte de impuestos desde la era de Reagan. Como se demostró entonces, si bien el recorte beneficiaría a las grandes empresas (lo cual, al principio impactará negativamente en México), en el mediano plazo el costo será alto, toda vez que el gasto gubernamental, especialmente en el sector social, provocará un incremento feroz de la deuda y el déficit. Frente al único triunfo político obtenido por Trump, estas consideraciones acerca de las consecuencias ciertamente le importarán poco. Lo más significativo es que este “triunfo” ha sido utilizado como la pantalla perfecta para ocultar las muchas crisis cuasi constitucionales que amenazan a la presidencia.
Por ejemplo, el Rusiagate sigue dando de qué hablar. James Comey, exdirector del FBI, despedido por Trump, acaba de ser apoyado por su subdirector en su declaración en el sentido de que Trump le pidió lealtad en el tratamiento que le daría sobre su responsabilidad en la intervención rusa en la elección de 2016. Esto implica obstrucción de la justicia, causal suficiente para dar cauce al proceso de destitución. Por otro lado, crecen los rumores de que Trump intenta despedir al fiscal especial del Rusiagate, James Mueller. Ante el escándalo, las encuestas realizadas por CNN, muestran que Mueller tiene, en el asunto, 47% de credibilidad contra 34% que respalda al Presidente. El furor desatado por el rumor de despido, ha llevado a diversos actores políticos a advertir que este despido violentaría la legalidad y crearía una crisis constitucional de proporciones parecidas a las que Nixon provocó cuando despidió a Archibald Cox, el fiscal especial a cargo de investigar el Watergate. Todos recordamos que antes de que el congreso lo destituyera, Nixon presentó su renuncia y la crisis se mitigó.
La presidencia de Trump significa una anomalía democrática de enormes dimensiones. Y aunque su contagio ha disminuido con la derrota del populismo soberanista de extrema derecha, en diversos países de Europa, no deja de ser preocupante su potencial ascenso en un contexto de crisis democrática y capitalista generalizada. La celebrada reforma fiscal, por otro lado, tendrá repercusiones negativas en los mercados emergentes y pegará a México, más de lo que el trumpismo ya nos pegó. ¡Felices fiestas a los amables lectores!
24 de Diciembre de 2017
Ya hemos escrito en este espacio editorial acerca de las muchas fallas sintácticas, exabruptos mentales constantes y tics faciales y verbales mussolinianos de Trump, y que tanto han alertado a la comunidad siquiátrica, periodística, académica y diplomática nacional e internacional, acerca del gran atentado a la estabilidad política y económica, y a la seguridad mundiales, que supone la presidencia de Trump. Los riesgos globales para EU y el mundo se han elevado exponencialmente. Y esto es más profundo, recientemente, desde que Washington tomó la deplorable decisión de apoyar el traslado de la capital de Israel a Jerusalén. Decisión, rechazada recientemente por la Asamblea General de la ONU, que han enfurecido a la embajadora Haley como al propio Trump, llevándolos a amenazar con represalias a aquellos países que votaron en contra de EU (“ya hemos anotados sus nombres”).
El tema que está al centro del drama político de Washington es el extremo abuso de poder del que Trump se ha valido para controlar la política estadunidense sin tener credibilidad, y la sola legitimidad que da el Colegio Electoral (no el voto popular), en razón de la arquitectura constitucional con la que se tejió el sistema electoral. En cualquier caso, Trump es un presidente impopular, encubierto por una casta del establishment republicano y los sectores de la extrema derecha, que han decidido inmoralmente por una apuesta de pasado, con tal de garantizar la continuidad, a pesar de la crisis constitucional que se avecina. Estos sectores que lo apoyan, seguramente verán en el 2018 cómo se lo cobrarán los votantes.
Trump obtuvo recientemente su primera victoria en el Congreso, al lograr la aprobación de su reforma fiscal. Misma, que permitirá el mayor recorte de impuestos desde la era de Reagan. Como se demostró entonces, si bien el recorte beneficiaría a las grandes empresas (lo cual, al principio impactará negativamente en México), en el mediano plazo el costo será alto, toda vez que el gasto gubernamental, especialmente en el sector social, provocará un incremento feroz de la deuda y el déficit. Frente al único triunfo político obtenido por Trump, estas consideraciones acerca de las consecuencias ciertamente le importarán poco. Lo más significativo es que este “triunfo” ha sido utilizado como la pantalla perfecta para ocultar las muchas crisis cuasi constitucionales que amenazan a la presidencia.
Por ejemplo, el Rusiagate sigue dando de qué hablar. James Comey, exdirector del FBI, despedido por Trump, acaba de ser apoyado por su subdirector en su declaración en el sentido de que Trump le pidió lealtad en el tratamiento que le daría sobre su responsabilidad en la intervención rusa en la elección de 2016. Esto implica obstrucción de la justicia, causal suficiente para dar cauce al proceso de destitución. Por otro lado, crecen los rumores de que Trump intenta despedir al fiscal especial del Rusiagate, James Mueller. Ante el escándalo, las encuestas realizadas por CNN, muestran que Mueller tiene, en el asunto, 47% de credibilidad contra 34% que respalda al Presidente. El furor desatado por el rumor de despido, ha llevado a diversos actores políticos a advertir que este despido violentaría la legalidad y crearía una crisis constitucional de proporciones parecidas a las que Nixon provocó cuando despidió a Archibald Cox, el fiscal especial a cargo de investigar el Watergate. Todos recordamos que antes de que el congreso lo destituyera, Nixon presentó su renuncia y la crisis se mitigó.
La presidencia de Trump significa una anomalía democrática de enormes dimensiones. Y aunque su contagio ha disminuido con la derrota del populismo soberanista de extrema derecha, en diversos países de Europa, no deja de ser preocupante su potencial ascenso en un contexto de crisis democrática y capitalista generalizada. La celebrada reforma fiscal, por otro lado, tendrá repercusiones negativas en los mercados emergentes y pegará a México, más de lo que el trumpismo ya nos pegó. ¡Felices fiestas a los amables lectores!
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