Fragilidad democrática y guerra del miedo
¿Batalla contra los cárteles, sin instituciones confiables, sólidas, honestas, coordinadas, eficientes?
José Luis Valdés Ugalde A la familia Sicilia, nuestro pésame y solidaridad.
La fallida transición democrática ha puesto más que en evidencia a nuestro país en el ámbito nacional y el internacional, toda vez que se trata de un compromiso incumplido. Tal fragilidad democrática fue heredada por Calderón del foxismo, al tiempo en que decidía —sin haber comprendido cabalmente el vacío institucional del Estado— emprender una guerra frontal contra el crimen organizado. ¿Hacía sentido? ¿Guerra a los carteles sin instituciones confiables, sólidas, honestas, coordinadas, eficientes? ¿Sin policías decentes? ¿Sin información de inteligencia cabal relevante y actualizada sobre actores, sitios, canales de distribución y trasiego de armas, drogas y dinero negro? ¿Sin la sociedad apoyando? En países como Suecia, Holanda o Inglaterra hubiera sido posible hacerlo con relativo éxito; aquí, se ha demostrado que no se está pudiendo de la manera decretada. No es que quienes nos oponemos a la estrategia actual queramos que el gobierno regrese a las negociaciones que el autoritarismo priista tenía en “lo oscurito” con el crimen organizado. No. Se trata de argumentar con seriedad hasta dónde un Estado frágil, democráticamente inacabado, que no se había dado las instituciones democráticas para sustentar y fortalecer su política anticrimen, podía lanzarse, en principio sólo con el Ejército y sin saber bien a bien contra quién, a luchar contra la mafia, poner al país de cabeza y de pasada exigirle incondicionalidad absoluta a una ciudadanía que, además de pagar con sus impuestos y su vida la guerra del Presidente, nunca fue consultada en tiempo y forma sobre la mejor estrategia a seguir.
Más de 30 mil muertes violentas lleva la guerra emprendida. El México violento fue sacado de su temporal reposo sin el más mínimo cálculo sociológico, antropológico o político. A la inseguridad sin precedentes, se agrega que el país está siendo secuestrado por el miedo. La estadística del miedo se incrementa dramáticamente en el país. La gente de las ciudades y de los pueblos de la República prefiere guardarse en su ámbito doméstico más íntimo, por miedo a ser extorsionado, secuestrado o aniquilado. ¡Y los gobernantes animan a la ciudadanía a esconderse! Estamos también sumidos en una crisis de confusión que el Presidente recrudece con declaraciones recalcitrantes e intolerantes. Todo al revés. Se convocó al Diálogo por la Seguridad, Evaluación y Fortalecimiento en 2010, cuatro años después de haber declarado la guerra. Muy tarde, extemporáneo e inútil: nada cambió y no se mejoró ni reencaminó la estrategia calderonista. Fue un rodeo para ganar tiempo. Antes, hace cinco años, prematuramente, se decide perseguir militarmente a los cabecillas del hampa, capturarlos y extraditarlos a EU o matarlos. Pero sólo hasta ahora se repara en la importancia de quebrarle el brazo financiero, interceptar rutas de trasiego de drogas, dinero y armas, e implementar una ofensiva de la inteligencia hacendaria, aduanal y eventualmente política para minarle poder operativo. Ésta, también una acción tardía y extemporánea. Sólo hasta ahora se empieza a concebir la depuración de las policías y la creación de una policía nacional y homogénea, única manera de tener la fortaleza que garantice el éxito de una iniciativa de tal envergadura. Todo tarde y mal hecho. Así, la guerra se atizó y continuará sin rumbo fijo: es muy probable que nos esperen más años de más miedo y confusa violencia.
Los niños de hoy, adolescentes mañana, crecerán, si no lo evitamos, no en los parques y las plazas públicas de nuestras ciudades, sino confinados a su casa y a la protección de la familia, del crimen organizado y de la estrategia tambaleante del Estado que no los protege ni cuida. Esos niños y adolescentes también están siendo masacrados por la guerra fallida. No se puede tolerar que el miedo y la violencia sean su forma de vida. En este país, los asesinatos violentos y subhumanos se están convirtiendo en un llamado a la conciencia nacional. El de Juan Francisco Sicilia y sus amigos debería increparnos como sociedad y alertar al Estado: o se renueva o lo rebasa el tsunami criminal. El llamado es para todos y la clase política se arriesga mucho en seguirse haciendo la sorda.
*Analista político. Investigador y profesor de la UNAM
jlvaldes@servidor.unam.mx , Twitter: @JLValdesUgalde
La fallida transición democrática ha puesto más que en evidencia a nuestro país en el ámbito nacional y el internacional, toda vez que se trata de un compromiso incumplido. Tal fragilidad democrática fue heredada por Calderón del foxismo, al tiempo en que decidía —sin haber comprendido cabalmente el vacío institucional del Estado— emprender una guerra frontal contra el crimen organizado. ¿Hacía sentido? ¿Guerra a los carteles sin instituciones confiables, sólidas, honestas, coordinadas, eficientes? ¿Sin policías decentes? ¿Sin información de inteligencia cabal relevante y actualizada sobre actores, sitios, canales de distribución y trasiego de armas, drogas y dinero negro? ¿Sin la sociedad apoyando? En países como Suecia, Holanda o Inglaterra hubiera sido posible hacerlo con relativo éxito; aquí, se ha demostrado que no se está pudiendo de la manera decretada. No es que quienes nos oponemos a la estrategia actual queramos que el gobierno regrese a las negociaciones que el autoritarismo priista tenía en “lo oscurito” con el crimen organizado. No. Se trata de argumentar con seriedad hasta dónde un Estado frágil, democráticamente inacabado, que no se había dado las instituciones democráticas para sustentar y fortalecer su política anticrimen, podía lanzarse, en principio sólo con el Ejército y sin saber bien a bien contra quién, a luchar contra la mafia, poner al país de cabeza y de pasada exigirle incondicionalidad absoluta a una ciudadanía que, además de pagar con sus impuestos y su vida la guerra del Presidente, nunca fue consultada en tiempo y forma sobre la mejor estrategia a seguir.
Más de 30 mil muertes violentas lleva la guerra emprendida. El México violento fue sacado de su temporal reposo sin el más mínimo cálculo sociológico, antropológico o político. A la inseguridad sin precedentes, se agrega que el país está siendo secuestrado por el miedo. La estadística del miedo se incrementa dramáticamente en el país. La gente de las ciudades y de los pueblos de la República prefiere guardarse en su ámbito doméstico más íntimo, por miedo a ser extorsionado, secuestrado o aniquilado. ¡Y los gobernantes animan a la ciudadanía a esconderse! Estamos también sumidos en una crisis de confusión que el Presidente recrudece con declaraciones recalcitrantes e intolerantes. Todo al revés. Se convocó al Diálogo por la Seguridad, Evaluación y Fortalecimiento en 2010, cuatro años después de haber declarado la guerra. Muy tarde, extemporáneo e inútil: nada cambió y no se mejoró ni reencaminó la estrategia calderonista. Fue un rodeo para ganar tiempo. Antes, hace cinco años, prematuramente, se decide perseguir militarmente a los cabecillas del hampa, capturarlos y extraditarlos a EU o matarlos. Pero sólo hasta ahora se repara en la importancia de quebrarle el brazo financiero, interceptar rutas de trasiego de drogas, dinero y armas, e implementar una ofensiva de la inteligencia hacendaria, aduanal y eventualmente política para minarle poder operativo. Ésta, también una acción tardía y extemporánea. Sólo hasta ahora se empieza a concebir la depuración de las policías y la creación de una policía nacional y homogénea, única manera de tener la fortaleza que garantice el éxito de una iniciativa de tal envergadura. Todo tarde y mal hecho. Así, la guerra se atizó y continuará sin rumbo fijo: es muy probable que nos esperen más años de más miedo y confusa violencia.
Los niños de hoy, adolescentes mañana, crecerán, si no lo evitamos, no en los parques y las plazas públicas de nuestras ciudades, sino confinados a su casa y a la protección de la familia, del crimen organizado y de la estrategia tambaleante del Estado que no los protege ni cuida. Esos niños y adolescentes también están siendo masacrados por la guerra fallida. No se puede tolerar que el miedo y la violencia sean su forma de vida. En este país, los asesinatos violentos y subhumanos se están convirtiendo en un llamado a la conciencia nacional. El de Juan Francisco Sicilia y sus amigos debería increparnos como sociedad y alertar al Estado: o se renueva o lo rebasa el tsunami criminal. El llamado es para todos y la clase política se arriesga mucho en seguirse haciendo la sorda.
*Analista político. Investigador y profesor de la UNAM
jlvaldes@servidor.unam.mx , Twitter: @JLValdesUgalde
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