Humberto Moreira, el dicharachero líder priista, vuelve a las andadas y en su típico tono rijoso, exigió a Calderón pedir perdón a los mexicanos por “incompetente e impostor”. ¿Cuándo pidió perdón el PRI por sus 71 años de intolerancia, de muertos, asesinatos y represión; de hambreados, de crisis económicas y desempleo; de clientelismo y de charrismo sindical; de corrupción, de retraso educativo histórico, de haber heredado la tradición autoritaria más dañina, por permanente, del continente entero?
La impostura y despropósito priistas tienen dos posibles explicaciones: en México todo se vale y su gente aguanta todas las indignidades de la clase política con pasividad exasperante y/o el sistema autoritario tejido sutilmente por los dinosaurios, parientes de Moreira, habita en la esencia misma del sistema y el régimen político mexicanos, lo cual permea el control social. Este sistema carece, casi en todas sus instancias deliberativas, resolutivas o ejecutivas y a pesar de sus avances, de dentadura sólida y filosa. Hay que ver a su Frankestein, el remedo de izquierda, que es el PRD, para percatarse de la herencia autoritaria que la sociedad mexicana vive. O detenerse en el despotismo mesiánico de López Obrador, hijo exitoso de la tradición priista, quien hoy traza la agenda nacional y produce liderazgos ad-hoc a su naturaleza antidemocrática y porril; no se diga la forma en cómo este liderazgo ha secuestrado a políticos de izquierda antes percibidos por la ciudadanía como demócratas. O la impunidad con la que se placea Salinas de Gortari palomeando candidatos; con la que detentan puestos de elección, políticos, que bien investigados, ya habrían sido procesados por presunta corrupción y complicidad criminal.
La lista de temas que asoman de la caja de pandora que abrió Moreira es larga y también pesada la carga de agravios que frustran al conjunto de la sociedad de este país. Tal desplante ofensivo obliga a las dirigencias políticas a un giro argumental, en el que se apueste por un discurso político y un proyecto de nación verdaderamente incluyente, cuya autoría recaiga en una clase política renovada, responsable y con autoridad moral para presentarse ante el electorado a pedir el voto. Muchos, desde el Presidente, hasta los partidos y analistas políticos destacados, han confundido el “ya basta” y el “si no pueden renuncien”, y las diversas e inéditas manifestaciones antisistémicas. Lo que no han captado es que, allende la exigencia de seguridad, lo que en realidad se está diciendo es que ya estuvo bueno de no saber bien a bien quiénes son los que matan; de no contar con el sistema de impartición de justicia para juzgarlos cuando matan como se merecen; de la corrupción e impunidad imparables; de la falta de un mando único policiaco que desgasta peligrosamente al Ejército Mexicano; de la falta de patriotismo de los partidos y de la clase política mexicanas para definir las acciones que exige la emergencia nacional; del vacío institucional; de la nula creatividad de la diplomacia para trabajar eficientemente con Washington; de la falta de un amplio acuerdo nacional con la sociedad y los poderes de la República para sanear la vida pública. No coincido con la negativa presidencial ante la demanda social de efectuar un repliegue táctico del Estado en su guerra anticrimen. Pero en nombre de la honradez intelectual tampoco es aceptable que el priismo utilice los errores del Presidente para exigir cuentas que su herencia autoritaria nunca rindió en tiempo y forma. La deliberada amnesia de Moreira y otros liderazgos de visión chata y cortoplacista es irresponsable y peligrosa ante el estado de grave convalecencia de la República.
Es esperable que estos oportunismos políticos no tengan en la desmemoria social el espacio idóneo de su germinación. Es deseable que la sociedad, como víctima principal de la demagogia y la desmembrada actuación del Estado, no sea, de nuevo, sorprendida en las urnas por el superficial mensaje que se desprende de las ansias de obtener el poder por el poder. El desprestigio de los políticos y la hartazón por la política tradicional es responsabilidad única de aquellos, quienes desde una doble moral, diseñaron un sistema político fallido que ha producido un gobierno cuya actuación también lo ha sido. Es por esto que las disculpas nos las deben todos ellos a nosotros.
*Analista político. Investigador y profesor de la UNAM
Twitter: @JLValdesUgalde
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