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El contagio populista


 En un artículo de diciembre de 2016 referente a la política en EU, escrito para este mismo espacio, hace dos años, concluí con la siguiente afirmación: “lo que veremos en esta embestida de la Internacional Populista es que su impulso en contra de la institucionalidad existente, implicará que, más allá de transformarla y mejorarla, la querrán erradicar por la fuerza inventándose otra que pertenece al pasado, no al futuro. ¿Permitirá esto el precario Establishment en EU? ¿Contagiará el trumpismo a México en su peor versión nacional-populista?” (Populismos y Democracia, diciembre de 2016). Me gustaría en esta ocasión, iniciar con esta cita para tratar de establecer un vínculo entre los populistas del pasado reciente –como el de Trump- y los de este presente tan incierto, en el cual por cierto se encuentra imbuido México.
Considero que lo más distintivo del populismo del presente, no es sólo su ideología (muchas veces imprecisa) sino su insistencia en apelar al pasado nativista para resolver el futuro que hoy se confronta duramente con una realidad alterna en la que la diversidad cultural, política, de pensamiento y demás, domina el firmamento de las relaciones intra societales e interestatales. Este nacionalismo a ultranza siempre peligroso, ha incluido si bien no una destrucción de ellas, sí una creciente guerra interna, una agresiva narrativa en contra de las instituciones democráticas del Estado y la división de poderes republicana, a la cual estos mismos regímenes se han debido y se deben, y a la cual se rebelan y no en pocos casos quieren destruir. Es como cuando uno ve una serie de Netflix y la deja momentáneamente por otra, pero después vuelve a la primera y se reencuentra uno con los personajes temporalmente abandonados. Así es este tema de la agitada política de nuestros días. Nos reencontramos con nuestros personajes y con sus historias y acciones, de las cuáles llegamos a ser sonoras víctimas.
El liderazgo populista tiende a tomar decisiones en función de la defensa del prestigio del líder, que a su vez le hizo las promesas al “pueblo” que este precisamente quería oír. Aunque en un principio actúa en línea con los intereses de la “mayoría”, lo cierto es que el líder lo hace a partir de un guion ya escrito y de acciones que lo redimen y legitiman frente a una base socio electoral específica. No frente al pleno de la nación, ni con miras a  la satisfacción del interés general. Detrás de las decisiones, un amplio público se queda desprotegido, al tiempo que es supuestamente representado por el conjunto de las decisiones tomadas por el nuevo caudillo. 
De aquí que en los embates para convencer a “su” público, este liderazgo utilice estratagemas publicitarias estruendosas y alarmistas. Y esta circunstancia permea las políticas nacionales que quedan atrapadas por un ánimo cuasi religioso, cuando no peligrosamente mesiánico, al tiempo que híper conservador. Ejemplos relevantes para este análisis son el muro de Trump, promesa hecha a una falsa mayoría en EU, que hoy está provocando una crisis constitucional con el cierre del gobierno y con la polarización política. Otro ejemplo es la cancelación de la construcción del NAICM y la estrategia de AMLO para detenerlo a ultranza contra la muy probable opinión de una mayoría de mexicanos. Otros  ejemplos se refieren a cómo Putin y Erdogan han pretendido distraer a sus pueblos de los problemas internos con la guerra en Ucrania y en Siria. O bien, el caso de Viktor Orban en Hungría cuya política migratoria impregnada de un chovinismo racista ha atentado contra la vida de miles de migrantes desprotegidos. En todos los casos están involucrados miles de millones de dólares y de recursos que el público deberá de costear para que el líder salve cara en su cruzada inmortal hacia la posteridad.

Lo cierto es que esta cruzada de la Internacional Populista es tanto una causa como un efecto de la crisis en la que el Estado Nación ha estado sumergido en los últimos años en Gran Bretaña, Rusia, Turquía, EU, Polonia, Hungría, Italia, Francia, Brasil, México, Venezuela, Bolivia y ahora en España. En estos como en otros países se pone de manifiesto la inhabilidad del Estado Nación tal y como lo conocemos, para hacerse cargo de la gobernanza nacional sin tener que recurrir a opciones de pasado. El nacionalismo ortodoxo se hace presente en forma muy preocupante, a tal grado que confundimos que la democracia no sólo consiste en tener elecciones sino en respetar la separación de poderes. Entender esto y actualizar nuestro entendimiento de la emergencia de la autocracia, es un imponderable para evitar la catástrofe político social a la que puede llevar esta nueva forma de tiranía.

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