Los ánimos de un nacionalismo, viejo y
percudido, pareciera que reaparecen, dominando, la política exterior del nuevo
gobierno. La primera premisa a prueba es, hasta dónde es posible lograr que la
mejor política exterior sea la interna, como lo afirmó AMLO. ¿Sabrá AMLO de lo
que está hablando?, cuando al mismo tiempo ha declarado que su estrategia es la
de quedarse en México, atender la gobernanza interna y olvidarse del mundo tan
complejo que lo rodea a él y a todos los mexicanos; hoy sometidos a un entorno
global, cada día más caótico.
El nacionalismo trasnochado de Luis Echeverría (LEA) y José López
Portillo (JLP), que de anti intervencionista no tuvo nada, logró desvanecerse al
mismo tiempo que México decidió proceder a una integración comercial que
cristalizó en 1994 con la firma del TLCAN. Al tiempo que las pautas de
convivencia global, tanto en lo político como lo económico cambiaban, México
aceptaba formar parte de una neo globalización que habría de marcar una nueva
época.
En
su discurso del 1 de diciembre en el Zócalo capitalino, AMLO se refirió en 100
puntos a su programa de gobierno. Después de anunciar austeridad en la política
exterior (49) y la reivindicación del turismo como palanca de desarrollo desde
fuera (67), se refirió a la política exterior: La política exterior se sustentará en la cautela diplomática y en los
principios de autodeterminación de los pueblos, no intervención, solución
pacífica de controversias, igualdad jurídica de los estados (94). Y sobre EU: La relación con el gobierno de EU será de respeto, beneficio mutuo y
buena vecindad. Es momento de cambiar la relación bilateral hacia la
cooperación para el desarrollo. Y no la militar (95). Me quiero referir a
la plataforma principista, la cual bien puede limitar la encomiable tarea de
generar condiciones para el desarrollo y el empleo con el triángulo del Norte
(Guatemala, El Salvador, Honduras).
Los principios de la Doctrina Estrada,
históricos como son, también resultan anquilosados en los conflictivos tiempos
en que vivimos. Primeramente, la no intervención ha sido una falsa postura, que
lo único que pretendió fue construir consensos internos, dejando semi satisfechos
a las izquierdas nacionalistas de la guerra fría. LEA intervino en Chile en
1973, al participar activamente en el rescate de muchos chilenos perseguidos
por la tiranía pinochetista y JLP intervino en los procesos de cambio en
Centroamérica, en concreto, en Nicaragua. A pesar de esto, se siguió
reivindicando el discurso no intervencionista, con mucho menos credibilidad de
la de la época de oro. El artículo 89, fracción 10, que se reproduce
literalmente en el punto 94, debería desecharse, pues es inefectivo y ya no es
válido que se use como un dique para impedir la intervención en nuestro país;
esto es una gran falacia.
Asimismo, si se pretende activar el desarrollo en
Centroamérica, al lado de ÉU y Canadá, es impensable que se logre sin que
México y sus socios impongan condiciones a esos países para combatir, la
inseguridad, la corrupción los viejos malos oficios de gobernanza que se
hermanan con los propios. O se reforma todo nuestro sistema y esperamos 25 años
para poner el ejemplo, o lo hacemos junto a ellos ya y México participa
activamente en los procesos de cambio tan urgentes que viven las democracias
vecinas, que tantos dolores de cabeza nos han causado a en tiempos recientes.
Se trata de una anomia compartida que debiera de erradicar chalecos de fuerza
como el referido de la no intervención. Si no es de esta forma, México se atará
de manos y su propuesta desarrollista en la región (correcta, por lo demás)
habrá sido puro jarabe de pico.
El giro
nacionalista y peligrosamente aislacionista que AMLO pretende dar en política
exterior sería a histórico. Se requieren posicionamientos críticos que sean extensión
natural de nuestros valores republicanos. Urge una visión y participación
crítica frente a gobiernos represores, como Venezuela, Nicaragua, Corea del
Norte y Rusia. Sin este posicionamiento la política exterior quedaría en
simulación y despropósito, y abandonaría la defensa de nuestros intereses nacionales.
También se requiere una posición gallarda con EU y no la desafortunada y
tembeleque que se tuvo con Trump en estos años. México tiene la obligación de ser un socio digno y competitivo, antes que un amigo
sublime. El mundo del comercio global deberá ser atendido con apertura. Como
bien lo plantea Dani Rodrik, “necesitamos una nueva narrativa para enmarcar la
siguiente etapa de la globalización. Entre más atenta sea esta nueva narrativa,
más sana serán nuestras economías.” Cuidar el mercado interno no requiere la
renuncia a la globalización. Negarse a esto puede traer como consecuencia
graves daños a la macroeconomía y el fracaso del programa social de AMLO.
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